La amenaza yihadista

17-A: lecciones pendientes

La Razón
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Han pasado 39 meses desde que Al-Baghdadi se autoproclamara califa de todos los musulmanes y un mes desde que Daesh acometiera el atentado de Barcelona. El hecho de que esta organización terrorista continúe a día de hoy poniendo en riesgo nuestra seguridad nos exige llevar a cabo una tarea de autocrítica destinada a analizar los fallos estratégicos y los errores de cálculo que hemos cometido en nuestra lucha contra el terror:

Conocer al Estado Islámico. Aunque parezca obvio, es necesario cuestionarse una vez más qué es Daesh. Se trata de una organización terrorista de etiología yihadista que tiene el genocidio por bandera. Sus integrantes no son simples psicópatas, sino un conjunto de individuos que comparten una ideología basada en la violencia, cuyo objetivo es purificar un mundo que, según su perspectiva pseudoreligiosa, ha sido corrompido y sumido en la ignorancia y el pecado por parte de occidente.

No vincular Daesh y religión. Es imperativo recordar que la organización genocida que dirige Al-Baghdadi no representa al islam, porque tergiversa de forma sistemática las lecturas sagradas que se supone que todo musulmán debe respetar. Intentar comprender el Daesh a través del supuesto hecho religioso que dice representar supone caer en un error garrafal en lo que a la lucha contraterrorista se refiere.

Desmontar el relato terrorista. Hay que comprender que Daesh representa una realidad alternativa al mundo en el que vivimos. Esa alternativa, basada en el derramamiento de sangre, resulta muy atractiva para algunos de nuestros jóvenes porque les ofrece ya no solo adrenalina y acción, sino también una identidad, un respeto grupal y una misión con la que dar sentido a su existencia. Tenemos la misión de desmontar el relato terrorista con el que Daesh embruja a nuestros jóvenes y para ello tenemos que desarrollar una contranarrativa que desmonte su mensaje desde el propio islam. Necesitamos trabajar mano a mano con la población arabo-musulmana y diseñar juntos herramientas multidisciplinares que rompan el magnetismo de Daesh. Una sólida integración y asimilación identitaria, socioeconómica y sociocultural es una condición ineludible sobre la que debemos trabajar para evitar que nuestros jóvenes sigan cayendo de los cantos de sirena del Daesh.

Inteligencia y seguridad. Si sabemos que el terrorismo de etiología yihadista se caracteriza por su metamorfosis dinámica y por conformarse como una amenaza difusa y líquida, urge agilizar y perfeccionar seriamente la arquitectura europea de inteligencia y seguridad. El atentado de Barcelona ha evidenciado que la gestión securitaria de algunos de nuestros socios europeos es claramente mejorable. El caso de Bélgica es sumamente preocupante. A pesar de que la Policía belga tenía constancia de la radicalidad de Abdelbaki Es Satty, gracias a una denuncia emitida por la Comunidad Islámica de Vilvoorde, los agentes, cuando supieron que el imán se había empadronado en Cataluña, se limitaron a dirigir un simple mail a un «colega» de los Mossos de Escuadra. No hay razón que justifique semejante chapuza. Por un lado, es inaceptable que la Policía belga no utilizase los mecanismos de intercambio de información policial entre Estados. Por otro lado, también es inadmisible que en Cataluña no hubiera una mínima perspicacia policial que llevara a realizar una labor de información sobre este individuo y su actividad en Ripoll, máxime cuando el aviso es por su aparente radicalización.

Que en países como Bélgica y España, con estados de alerta antiterrorista tan elevados, ocurran cosas como estas es algo que no se entiende en pleno 2017. Por dicha razón, es vital implementar con urgencia una mayor integración y sincronización de los servicios de seguridad europeos.

Potenciar la cooperación internacional. Si tenemos constancia de que los sujetos implicados en el atentado del 17-A tuvieron contactos en el extranjero y que estos pudieron incidir en la financiación y dirección de las acciones de la propia célula, no hay excusa para no seguir potenciando la cooperación internacional en materia contraterrorista. En este sentido, afinar y aumentar el intercambio de inteligencia con Marruecos y Francia, entre otros actores, es condición sine qua non para prevenir futuros atentados.

Coordinación nacional. En lo que corresponde a nuestro ámbito nacional, hay que aceptar que el sistema en su conjunto ha fallado y que el fracaso del trabajo preventivo del atentado en Cataluña por parte de los Mossos es evidente: una gran célula terrorista ha operado desde su creación hasta la ejecución de un atentado durante meses sin que fueran detectados. Esto debería hacernos reflexionar y plantear soluciones. Por ejemplo, manteniendo el principio de coordinación propio del CITCO, debería establecerse que, al margen de las competencias genuinas de cada cuerpo policial, la Policía del Estado tenga una preponderancia en la gestión y ejecución de investigaciones con el interés puesto en el bien común, la seguridad de los ciudadanos y del Estado. Esto ayudaría a evitar errores que acaban costando vidas inocentes.

Vigilar el ciberespacio. Hay que activar y expandir los mecanismos previstos en el Plan Estatal para la Prevención de la Radicalización violenta y aumentar nuestra vigilancia en el ciberespacio. Recordemos que varios de los jóvenes de la célula terrorista del 17-A habían manifestado ideas claramente radicales y violentas en redes sociales durante los meses previos al atentado. Si Daesh usa internet para expandir su propaganda y sus redes captación, las acciones en este campo deben ser mucho más rigurosas de lo que han sido hasta ahora. El virus del terrorismo y el virus de la xenofobia se mueven libremente por internet y no podemos permitir que se extiendan y se retroalimenten.

Combatir la amenaza. El terrorismo yihadista de Daesh es una amenaza resiliente que no va a poder ser neutralizada a corto plazo porque sus raíces se extienden por todo el planeta. Si realmente deseamos que ninguna otra ciudad sufra un atentado como el de Barcelona, las áreas sobre las que tenemos que actuar y mejorar son muchas y complejas, ahora bien, la dificultad no es excusa. La Comunidad Internacional debe comprender que la única manera eficaz de combatir el terrorismo es a través de una batería de medidas que combine la intervención militar en el corto plazo, con la cooperación económica, educativa, diplomática y política en el largo plazo. En este sentido, hay que resaltar que, aunque sea absolutamente necesaria la intervención militar para frenar al Daesh, ésta sólo debe de ser un instrumento de contención. Si queremos derrotarlo, lo que hay que hacer es atacar el germen del odio y del terror. Debemos trabajar y dialogar con las futuras generaciones que nazcan en ambos lados del Mediterráneo y ayudarlas a construir una identidad sólida y un proyecto de vida realmente potente. Así el terrorismo se verá amenazado y condenado a la desaparición.