Caso Pujol

Albert Boadella: «“Ubú President” es un chiste comparado con la realidad»

Albert Boadella. Dramaturgo y director teatral. El fundador de Joglars analiza sus tres montajes sobre Pujol, que hoy han resultado premonitorios

Una escena de «Ubú President» (1999)
Una escena de «Ubú President» (1999)larazon

Veintitrés años. Fue el tiempo que Jordi Pujol estuvo al frente de la Generalitat. Hoy, todos conocemos el escándalo de sus cuentas familiares. Sin embargo, hubo quien, desde su llegada al poder se atrevió a apuntarle con el dedo. Fueron Els Joglars, aquella compañía de bufones que gritaban como niños que el emperador no llevaba nada encima. O que llevaba demasiado. Albert Boadella, que dirigió a la libérrima compañía durante cuatro décadas, escribió y estuvo al frente de las tres versiones de «Ubú rey», el ácido texto contra los excesos del poder de Alfred Jarry, que los catalanes estrenaron: «Operación Ubú» (1989), «Ubú President» (1995) y «Ubú President o los últimos días de Pompeya» (1999). Tres variaciones sobre un mismo motivo con su humor y denuncias que hoy se antojan premonitorias. Boadella atendió a LA RAZÓN para rememorar aquellos montajes y analizarlos bajo la lupa de la actualidad.

–¿Su «Ubú» fue visionario?

–Aquel montaje estaba basado en la realidad que yo conocía. Había una parte en la que yo introducía cosas de las que no tenía seguridad. Eran deducciones. Pero otras eran una realidad clara que conocíamos bastante gente en Cataluña. Entiendo que no la ciudadanía de a pie, pero sí quienes estábamos alerta de lo que sucedía en la política.

–¿De qué «Ubú» estamos hablando?

–Especialmente de la segunda versión. En la primera eran más las deducciones que las realidades. A pesar de eso, yo conocía a Jordi Pujol. No familiarmente, pero había tenido tratos con él; no me inventaba un personaje ni ciertas situaciones que se producían allí y que eran de muy sencilla deducción.

–¿Qué tal fue recibida la primera versión?

–Hay que tener en cuenta cómo era la Cataluña de 1981. Estamos hablando de una sociedad con una gran esperanza sobre su futuro, que todavía no estaba estructurada por el adoctrinamiento nacionalista. Por lo tanto, mucho más plural que la actual. El público que asistió en el Teatre Lliure a aquel «Ubú» se reía, se lo pasaba en grande, se quedaba sorprendido, sobre todo de la audacia de montar aquello en aquel momento, cuando hacía sólo seis meses que Jordi Pujol era presidente de la Generalitat. Y por el lado más nacionalista, hubo artículos de Prensa, gente frenética. Causó algo esencial en la vida posterior de Els Joglars. A partir de ese momento, mi nombre asociado a la compañía quedó vetado en instituciones oficiales.

–Retoma la obra con «Ubú President»...

–Es en 1995, pero es ya es otra versión. Las bases son las mismas, pero hay cambios fundamentales. Es un «Ubú» en el que aparece muy directamente la corrupción. En una escena famosa, él se pone en una especie de columpio y va haciendo confesar a sus consejeros. Estos le cuentan «me he hecho un chalet con unas recalificaciones», y él pregunta: «¿Cuánto ha sido?». Cuando alguno dice: «150.000 euros», él responde: «¡Menos de 500.000 euros no es pecado! Venga, otro...».

–Había en la obra unos maletines con dinero que iban y venían...

–Eso fue en la tercera, en 1999. Durante los 15 minutos iniciales, un par de niños con unas batas de esas de escuela, como de los Salesianos, le decían a Pujol «Hola Papá», e iban de arriba para abajo con unos maletines. En una de esas pasadas, de uno empezaban a desprenderse fajos de billetes, y Pujol decía «a estos niños hay que vigilarlos», se ponía a ayudarles a poner los fajos dentro de la maleta y se metía uno en el bolsillo...

–¿Estas nuevas escenas respondían a algo que en 1999 ya se conocía en Cataluña?

–Sabíamos ya hazañas, sobre todo del mayor, de Jordi. Y conocíamos no sólo eso, sino que había empresas que tenían que ver con los Pujol y que éstos que tenían sus mordidas. Era una cosa, no vox pópuli, pero sí conocida. Los medios vinculados al régimen y el Poder Judicial en Cataluña no han tenido interés en estos asuntos. Hasta que no interviene Hacienda y la Policía Nacional no sucede nada.

–¿Le ha sorprendido algo de lo que hemos conocido últimamente?

–Dos cosas. La primera, la confesión, porque no tiene ninguna motivación razonable: no libera a Jordi Pujol de nada, ni judicial ni socialmente. Hay en ella elementos religiosos, algo que va más allá de la estrategia política para salvar los muebles. Sólo se puede entender en un hombre de 85 años que empieza a arreglar papeles con el más allá. No la hubiera hecho diez o quince años antes. La segunda cosa que me ha sorprendido son las cantidades de dinero que se barajan. Si se corresponden a la realidad, es muy serio: significa un nivel de latrocinio a unos niveles auténticamente mafiosos. Entonces tenemos que entender que hemos vivido y quizá vivimos todavía una situación mafiosa en Cataluña.

–Al ver las noticias estas semanas o meses, ¿le han venido a la cabeza sus montajes?

–Obviamente. Sobre todo, por la cantidad de amigos que me han mandado mensajes, una cosa tremenda. Y en el sentido de pensar que el teatro siempre se queda corto ante la realidad. Lo que yo hice en escena era un chiste comparado con esta realidad que estamos viviendo. Al mismo tiempo, uno siente cierta vanidad de pensar: «Ya os lo había dicho yo. Me tomabais a cachondeo, pero os lo estaba diciendo». Y no en un montaje, sino en tres. Y el asunto se tomaba a broma.

–¿Cómo fueron recibidas las versiones de 1995 y 1999 en Cataluña?

–Para entonces ya no existía un público variado sino directamente antinacionalista. Gente que no comulgaba con Pujol, por descontado, pero tampoco con la dimensión que había tomado el tema nacionalista.

–Y los nacionalistas...

–Me machacaron con artículos, columnas... Me decían de todo. El ataque público era generalizado, porque entonces los medios ya estaban al servicio del régimen, especialmente en 1999. Todo lo que tiene que ver con el nacionalismo adquiere un carácter casi religioso: la fe es lo esencial, al margen del análisis o del pensamiento. Cualquier persona que se enfrente a ello ya es alguien que está contra Cataluña, un enemigo público. En 1999, especialmente, pero también en 1995. Yo me marcho de Cataluña en 2005. Me tuve que ir porque al final ya no tenía ni público: era un vaso que se había ido llenando hasta la creación de la plataforma Ciudadanos. La situación era irrespirable. Yo ya no podía hacer nada en Cataluña. Y los «Ubús» forman una parte fundamental de ese contencioso.

–¿Volvería a estrenar aquellas obras?

–No, porque la realidad es mucho más divertida, más explícita. Creo que muestra una cosa importante: el teatro que hizo Els Joglars fue de enorme compromiso social. Un teatro muy político en cierta medida. Que la realidad nos haya dado la razón es un hecho importante a señalar.