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Así era la vida de un preso

Un grupo de trabajadores del Valle de los Caídos, en un día festivo
Un grupo de trabajadores del Valle de los Caídos, en un día festivolarazon

Cobraban los mismos jornales que los trabajadores libres, en idénticas condiciones, recibían similar alimentación y tenían escuelas.

Defendí mi tesis doctoral en la Universidad CEU San Pablo en enero de 2013. Era el resultado de seis años de investigación sobre las circunstancias en las que fue construido el Valle de los Caídos, monumento emblemático del franquismo presentado habitualmente como campo de concentración, lugar de oprobio y dolor donde supuestamente miles de presos políticos del bando republicano habrían sido víctimas de agotadores trabajos forzados y malos tratos sistemáticos por parte de los vencedores de la Guerra Civil. Se ha llegado a decir que allí fueron exterminados muchos de dichos presos directa o indirectamente a causa de las infrahumanas condiciones de vida a las que fueron sometidos. Lo cierto es que llegaron en aplicación de una figura jurídica creada por el propio Franco en plena guerra: la redención de penas por el trabajo, también denostada sistemáticamente por los enemigos del franquismo. El primer objeto de mi investigación fue precisamente ése: la redención de penas en general, pero sobre todo su aplicación en el Valle de los Caídos. Providencialmente, en los primeros meses de mi trabajo descubrí un fondo documental prácticamente intacto: el clasificado como «Valle de los Caídos» dentro de la sección Administraciones Generales del Archivo General del Palacio Real de Madrid.

Un total de 69 cajas; miles de documentos que debía examinar en lo que me pareció una tarea interminable y de improbables resultados a la hora de conseguir el doctorado. Documentos de muy diferente importancia: presupuestos, facturas, correspondencia de aquellos presos. Algunos podían parecer insignificantes, pero no lo eran, sobre todo vistos en su conjunto: formaban un cúmulo de información que reflejaba una realidad diametralmente opuesta a la que se ha descrito casi siempre. En primer lugar los «esclavos» de Franco cobraban idénticos jornales a los percibidos por los trabajadores libres que representaban la mitad aproximadamente del personal empleado en aquellas obras. Sus condiciones de trabajo eran igualmente idénticas en cuanto a horarios, destajos, horas extraordinarias y beneficios sociales. Condiciones que iban cambiando rápidamente en beneficio de trabajador durante los primeros años de la construcción. Por eso se quejaba Juan Banús (hermano de José) en escrito dirigido al Consejo de las Obras que regulaba toda la actividad desplegada por las contratas que habían conseguido participar en aquellas obras. Daba a entender que las condiciones pactadas habían variado de tal manera que debían ser revisadas.

En cuanto a la alimentación, era también la misma que recibían los trabajadores. Así se acredita insistentemente por las declaraciones que mensualmente enviaban las empresas al Consejo a fin de recibir los víveres del jefe de abastecimientos de Madrid. Hubo al principio etapas difíciles, en la época de las cartillas de racionamiento –como en el resto de España– pero en general los trabajadores del Valle, libres o penados, estuvieron mejor alimentados que los habitantes de muchos pueblos españoles de la época. Sobre todo a partir del establecimiento del economato obrero al frente del cual se encontraba, por cierto, uno de los antiguos presos. Los precios allí eran muy inferiores a los que alcanzaban los mismos productos en los pueblos de la zona. Especialmente significativo me pareció todo lo relativo al establecimiento de las familias de los trabajadores en los poblados obreros del Valle. Muchas de ellas eran las de los penados y contaron con grandes ventajas. Empezando por el hecho de que allí funcionara una escuela donde estudiaban, obligatoria y gratuitamente, todos los niños de aquellas familias. Al frente de la misma, otro preso, don Gonzalo de Córdoba, uno de los que habían instalado allí a su familia. Sus hijos iban a la misma escuela con los del médico –preso también– el practicante –que también lo era– y los de los funcionarios de prisiones o ingenieros que vivían allí por motivos profesionales. Descubrí que en el Valle había casos de niños que vivían acogidos en las casas de sus tíos o abuelos para aligerar cargas familiares de unos padres libres que los enviaban allí con dicha finalidad. O para recuperar el apetito perdido, o convalecientes de alguna enfermedad. Todas estas causas se alegaban como algo perfectamente natural. Y a todos se les autorizaba la permanencia.

El «punto de veraneo»

Lo más curioso es que en los meses de verano la población crecía considerablemente a causa de la llegada de parientes y amigos que aparecían para pasar allí las vacaciones de verano. Y también lo decían con toda claridad cuando se les pidieron explicaciones. Recuerdo mi asombro al encontrar el oficio del regidor advirtiendo que aquello no era un «punto de veraneo» para descubrir a continuación que lo era desde hacía muchos años. Y siguió siéndolo después. En el Valle hubo bodas, bautizos y primeras comuniones celebradas en la capilla del Sagrado Corazón del poblado central. La documentación revela la realidad de una vida completamente normal; la que podía encontrarse en cualquier pueblo de la España rural de la época. Y mejor que muchos de ellos. Esto es lo que se descubre al estudiar todo ese ingente conjunto documental. Pero también hay documentos que por sí solos rompen varios de los mitos de la leyenda negra. Por ejemplo los que demuestran que después de ocho años de obras, oradado ya el Risco de la Nava, no se había producido un solo accidente mortal.

Así se desprende de la correspondencia mantenida entre la viuda del primer muerto, Alberto Pérez Alonso, y las autoridades del Valle a raíz de que solicitase una vivienda en Madrid a la vista de un próximo final de las obras en las que ella seguía trabajando. Y no era de extrañar que lo hiciera porque al ir cesando en las obras, a los trabajadores se les facilitaban viviendas protegidas en la capital, a parte de una indemnización en metálico. Así se acordó y se cumplió repetidamente como una práctica habitual. Tanto que la madre del electricista solicita una de aquellas viviendas para trasladarse a Madrid con su hija soltera a pesar de que su hijo seguía trabajando en el Valle y usufructuaba una de las viviendas. Uno tras otro, los mitos urdidos sesgadamente sobre la construcción del monumento van cayendo a la luz de las fuentes primarias.