La investidura de Sánchez

Cuenta atrás para la investidura: Ferraz asume una legislatura corta

Confiando en una investidura basada en el amontonamiento de siglas, Sánchez ha empezado ya a distribuir cargos a colaboradores

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias / Efe
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias / Efelarazon

Confiando en una investidura basada en el amontonamiento de siglas, Sánchez ha empezado ya a distribuir cargos a colaboradores.

En los despachos de La Moncloa niegan que haya inquietud. «Cosas de periodistas», dicen. Bien al contrario, se respira un ambiente de confianza ciega en el jefe. A ello se aferran tras escuchar por boca del propio Pedro Sánchez el convencimiento de que «la gobernabilidad va a ser ahora más fácil». Tal cual.

Sánchez tiene una idea obsesiva: mandar. Seguramente por eso, sin haber dado a PP y Cs un tiempo de «decantación», o lo que es lo mismo, de reflexión para sopesar una salida «patriótica» al embarrado escenario post-electoral, ha puesto a su gente a trabajar para cuanto antes quitarse de encima el apellido «en funciones». La vista está puesta en la tercera semana de diciembre. Prevén que el debate de investidura se celebre los días 16, 17 y 19.

De aquí a entonces, insiste el círculo del presidente, «hay margen para buscar aliados» a la coalición de PSOE y Unidas Podemos. Todavía faltan muchos palos por tocar para alumbrar un nuevo Gobierno y dar paso a una legislatura que los más cautos en la sede de Ferraz pronostican «corta». Sin embargo, metido de hoz y coz en su burbuja, el líder socialista, según me consta, ha empezado a distribuir las nuevas funciones a sus estrechos colaboradores.

Al mismo tiempo, intentan mitigar el pánico que ellos mismos alentaron contra la entente con Pablo Iglesias, pánico amplificado como un autómata por el propio candidato en mítines y declaraciones públicas y privadas. Para el sanchismo, el acuerdo de socialistas y morados ha pasado ahora a ser «ilusionante» e incluso «histórico».

Sin embargo, este volantazo del secretario general del Partido Socialista resulta frustrante para buena parte de los españoles, que tras el regreso a las urnas esperaban que fuese posible el desbloqueo político ahormando una alternativa desde la transversalidad. Pero, por mucho que los nubarrones económicos y el escenario explosivo que vive Cataluña requieran sobre todo grandes pactos que aporten certezas a los ciudadanos, Sánchez, empecinado, ha preferido anteponer sus intereses particulares a gobernar por consenso.

Más importante que la estabilidad del país ha sido para él acabar con las críticas tras malograr el objetivo de reforzarse el 10-N. Le impactó sobremanera verse obligado a defender, por primera vez desde su regreso a la Secretaría General del partido, a su jefe de gabinete, Iván Redondo, en la Ejecutiva Federal al día siguiente de las elecciones. Y quiso cortar de raíz ese malestar. Tres cuartos de lo mismo le ha ocurrido a Iglesias, cuyo único propósito viene siendo llegar a un Vistalegre III como vicepresidente para designar sucesora a Irene Montero. PSOE y Unidas Podemos habían perdido de abril a noviembre casi 600.000 votantes. La debilidad de ambas formaciones les condenaba al abrazo. De la necesidad han querido hacer virtud.

Mientras, son muchos los que advierten los obstáculos que presenta el camino escogido por Sánchez, con un nuevo Ejecutivo dependiente de populistas, nacionalistas, separatistas, minoritarios y Bildu, cada uno de su padre y de su madre, sin nada que les una salvo su inquina a la mitad del país que representa el centro derecha. Resulta casi irrisorio que se piense en gobernar, tal como defienden los guionistas del presidente, con el adhesivo permanente del terror a la «extrema derecha» de Santiago Abascal.

Los números, la aritmética parlamentaria, lo dejan claro. Lo que está configurando Sánchez es más un amontonamiento de siglas que un Gobierno ilusionante. Un engendro con el que, de forma irremediable, se va a polarizar la vida pública. Una pena, claro, porque la creación de trincheras ideológicas aumentará los problemas de convivencia. A eso se juega, pese al daño que se hace a las instituciones. De ahí la inquietud que genera esta situación inaudita.

Pedro Sánchez olvida que si España es plural, y lo es, sus líderes deben respetar tal cualidad. Por eso, en lugar de estrechar el marco de referencia político, deben ensancharlo con sus acciones. «Gobernar para todos» es crear consensos entre las formaciones políticas más grandes siendo conscientes de nuestra realidad social. Porque no se olvide: la alternativa a Sánchez está fuertemente implantada. Y es enorme. Más de 10,2 millones de españoles han votado a PP, Vox y Cs.

José Luis Rodríguez Zapatero fue el primer presidente español que, de manera insólita, decidió impulsar su mandato sobre el pacto del Tinell que aislaba a una enorme parte de los españoles. Cualquier cosa le servía si laminaba al centro derecha. No entendió España ni la fotografía de su gente diversa, que requería permanentemente de la mano tendida. Prefirió cavar barreras ideológicas nostálgicas de otros tiempos. Así le fue. El PP de Mariano Rajoy nada tuvo más que sentarse a esperar trasladando certidumbre, consenso y moderación, para vencer por mayoría absoluta.