PSOE

Díaz: un trago amargo de obligado cumplimiento

La presidenta andaluza no ha vuelto a hablar con su rival desde la noche de las primarias

Susana Díaz
Susana Díazlarazon

La presidenta andaluza no ha vuelto a hablar con su rival desde la noche de las primarias.

En toda derrota siempre existe un instante en el que el afectado comprende que no puede arreglar nada. Susana Díaz apenas tardó 48 horas en asumir ese instante. Los socialistas ya han vivido el «momento Susana» y no se va a repetir. Es cierto que su liderazgo fue visto durante muchos meses como una salida al negro panorama que tiene ante sí el PSOE. Pero nadie en las estructuras del partido ha derramado una lágrima por la sucumbida candidatura. Los hay incluso, como es el caso de su apoyo circunstancial, Eduardo Madina, que la critican abiertamente. Y ella lo sabe. En todo este largo proceso de intento de reconstrucción de las siglas ha habido zancadillas, componendas, pactos y traiciones. Es obligado, cuando se pierde, replegarse o cambiar de bando. Guillermo Fernández Vara, tan crítico con Sánchez, reconstruyó los puentes del entendimiento en un almuerzo de dos horas y media que le ha llevado a ser presidente del Consejo de Política Federal. Un órgano presidido hasta ahora por la propia Díaz que, dicho sea de paso, ya es usado por los pretorianos del líder como muestra de la integración del susanismo. La verdad es que Vara careció de reparos en aceptar el ofrecimiento de Sánchez sin que mediara siquiera una comunicación previa con la andaluza.

Experta en ponerse el mundo por montera, Díaz viene mirando el 39º Congreso Federal como un trago amargo de obligado cumplimiento. Tanto es así, que se ha mostrado decidida a no practicar en los restaurantes de Madrid el «socialismo gastronómico» con otros barones, que tanto le gusta, sino que estaba decidida a encerrarse con su equipo. Al menos ha logrado, a través de su portavoz, Mario Jiménez, que Pedro Sánchez desista de incluir durante el cónclave críticas a la Gestora y a la abstención que dejó gobernar a Mariano Rajoy, aunque a costa de tragarse un relato sobre las derrotas electorales tan cargado de optimismo como de compleja venta. Sea como fuere, la andaluza está mucho más pendiente de que le salgan bien su adelantado congreso regional y las citas provinciales y locales.

Sus colaboradores han hecho llegar a la cuarta planta de Ferraz, donde campa a sus anchas el secretario general, la necesidad de preservar San Telmo de cualquier batalla. Ella misma se ha propuesto recuperar la iniciativa perdida y ha hecho realidad su «a partir de ahora que cada uno se atenga a las consecuencias» renovando parte de su Gobierno. A Sánchez le interesa tanto o más que a Díaz no jugar con unas elecciones andaluzas, previstas para 2019, que serán las primeras a las que se enfrentará el nuevo PSOE si no hay generales anticipadas. El sanchismo espera que Díaz gane su cita con las urnas. Porque, si ella perdiese la Junta, «habría llegado el final de su carrera política», y lo previsible sería que esa hipótesis tuviese consecuencias letales para el propio Sánchez. Andalucía, según un importante dirigente del partido, se antoja crucial para el futuro de los socialistas. Es lógico, por tanto, que en su primera (y a todas luces única) conversación reposada –apenas cinco minutos– tras la noche del 21-M, Susana Díaz trasladase a Pedro Sánchez la exigencia de respetar a los territorios a cambio de prestarle ayuda en su nuevo mandato. De hecho, no sabe mucho más que cualquier otro de los propósitos de su «jefe». Por más que a lo largo de este fin de semana nos contarán que todos unidos van a trabajar a las órdenes del nuevo secretario general. Ya se verá. Porque le queda mucha tarea al PSOE para volver a levantar cabeza. Claro. En cualquier caso, el hecho es que sus centenarias siglas han optado democráticamente por que las cosas les vayan así.