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El PSOE echa a Pedro Sánchez

El secretario general dimite tras ser derrotado en las urnas en un caótico Comité Federal del que sale una gestora que dirigirá ahora el partido.

Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa en la que ha anunciado su dimisión hoy sábado.
Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa en la que ha anunciado su dimisión hoy sábado.larazon

El secretario general dimite tras ser derrotado en las urnas en un caótico Comité Federal del que sale una gestora que dirigirá ahora el partido.

Ruptura total. Esperpento. La guerra civil que vive el PSOE llegó ayer a su máximo apogeo en un Comité Federal agónico, convocado inicialmente para resolver las diferencias y «coser» el partido, y que acabó con Pedro Sánchez derrotado en la votación sobre su propuesta de congreso extraordinario (132 en contra y 107 a favor). Semejante desautorización motivó su dimisión como secretario general del PSOE y la implantación de una gestora para pilotar el partido hasta que se resuelva la gobernabilidad del país. Cuando esto ocurra, el partido asumirá su proceso de refundación e intentará superar el profundo cisma en el que se ha visto sumido. Para liderar este órgano de gestión del partido se eligió como figura de consenso al presidente asturiano, Javier Fernández. El líder socialista se despidió con la voz cortada ante el plenario, donde defendió que había sido un «orgullo y un honor» haber liderado el partido. La decisión se produjo después de once horas de duro forcejeo.

Las costuras reventaron cuando el líder socialista promovió de manera unilateral y contra el criterio del sector crítico iniciar una votación secreta, en urna, para aprobar el calendario del congreso extraordinario. Los dirigentes no alineados con el secretario general intentaron boicotear la votación: se negaron a participar y denunciaron las condiciones «nada democráticas» en las que se estaba celebrando, pues no había control y la urna estaba en una zona poco visible. Sánchez se impuso y mandó continuar el proceso en medio de gritos de «¡pucherazo!» y «¡sinvergüenza!». Esto desencadenó que los críticos pulsaran el botón nuclear: la moción de censura. Comenzaron a recoger el 20% de firmas necesarias para promoverlo, al mismo tiempo que los afines seguían votando, y apenas les llevó veinte minutos reunir el medio centenar de rúbricas requeridas.

Con este trámite superado, que la mayoría absoluta del Comité Federal pudiera dar viabilidad al cese del secretario general volvía a recaer en el criterio de la Mesa de este órgano, que cuenta con una mayoría favorable a Sánchez, y que intentó frenar la iniciativa rechazando las firmas «porque la petición no estaba en el orden del día y no se podía votar». El argumento encontraba cabida en el artículo 10 del Reglamento, que faculta a la Mesa a no «examinar las proposiciones o textos que no hayan sido comunicados cinco días ante de su reunión». Sin embargo, la exhibición de fuerza de los críticos que llegaron a reunir los apoyos necesarios para tumbar a Sánchez (129 de los 127 requeridos) obligó al secretario general a burlar su cese ofreciendo la implantación de una gestora, como pedían los críticos. No obstante, en un giro imprevisto de los acontecimientos, se encontró con la negativa frontal de Susana Díaz, que no estaba dispuesta a admitir la contrapartida de que el congreso extraordinario se celebrara con la celeridad que pretendía la dirección: los días 12 y 13 de noviembre. Como ya adelantó LA RAZÓN, la opción de la moción de censura era el as que los críticos se guardaban en la manga para frenar los planes del secretario general en caso de que la situación se enconara en exceso. El problema que llevaba aparejado es que promover el cese de Sánchez implicaba de manera inseparable reconocer que seguía en el ejercicio de sus funciones, una estrategia que no habían asumido.

Para entender cómo se llegó a esta situación, hay que remontarse a once horas antes, las mismas que tardó en llegar el primer y único acuerdo de la jornada. A las nueve de la mañana se reunía el Comité Federal con dos proyectos en el aire. El de Sánchez: forzar la aprobación del calendario del congreso extraordinario, y el de los críticos: instaurar una gestora para pilotar el partido hasta que hubiera Gobierno y se pudiera dirimir el futuro del PSOE. El inicio del debate se retrasó cuatro horas y se vio interrumpido hasta en seis ocasiones con varios recesos para consensuar posturas. El último, promovido por el propio Sánchez durante treinta minutos, fue decisivo para poner fin a la jornada; en él se tomó la decisión de votar el congreso extraordinario e instaurar la gestora si la dirección perdía, como así ocurrió. La gestora afrontará ahora la difícil decisión de tener que dar viabilidad a un gobierno de Rajoy, para evitar concurrir a las urnas en una situación de profunda debilidad interna tan evidente, que se ha exhibido incluso en «prime time» . Para permitir un Ejecutivo del PP, el Comité Federal tendrá que cambiar la resolución del pasado 28 de diciembre en la que se oponía firmemente a revalidar su mandato al frente de La Moncloa. Con su dimisión, Sánchez evitó que los dirigentes territoriales se tuvieran que retratar a favor de la abstención, como había barajado en un primer momento y había defendido el viernes por la noche.