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En los tiempos que corren no hay mirlos blancos en política, ¿o sí?

La Razón
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Sin duda Susana Díaz ha ganado, pero no sólo ha ganado las elecciones. Ahora, cuando vemos su éxito, es fácil reconocer el acierto de su decisión de adelantar las elecciones. Para comprender el acierto de su decisión debemos hacernos varias preguntas: ¿qué hubiera ocurrido si no hubiera adelantado las elecciones? ¿Qué hubiera ocurrido con las tensiones en el interior de una Izquierda Unida acosada por Podemos? ¿Cómo hubiera sido el año de legislatura en mitad de dos procesos electorales y de la volatilidad política que venimos observando en los últimos tiempos? Sin duda, Andalucía ha ganado un año, como ha repetido hasta casi dejarse la voz este último mes la presidenta.

Pero el éxito de su decisión no es sólo haber ganado las elecciones, ni se limita a una clave partidaria, aunque su victoria también supone un impulso muy importante para el resto del PSOE. Hay algo de mayor calado, y es que su victoria se produce en un momento en el que se cuestiona como nunca hasta ahora nuestro sistema democrático, y quienes ponen su acento en sus imperfecciones, quienes pronostican la llegada del Nuevo Mundo, paradisíaco o no, parecen cobrar una fuerza inusitada. Estos mismos han vivido la paradoja de que la democracia les ha cambiado a ellos, que ya son parte del sistema y, por tanto, ahora tienen una obligación con la democracia y una responsabilidad con sus votantes.

En un momento de crisis política, Susana Díaz decidió hacer lo que debe hacer un dirigente democrático, que es acudir a las fuentes más puras de legitimidad: las urnas. Y la sociedad andaluza ha hablado. Es obvio que Susana Díaz ha alcanzado una mayoría clara, y también que no hay una mayoría parlamentaria alternativa. También se ha puesto de manifiesto quién, de momento, no está cerca de hacer relevos al Gobierno de España. Con un escaso 15% de voto en Andalucía es prácticamente imposible gobernar el país.

Pero han ocurrido más cosas. Desde el sur se ha proyectado al resto de España una imagen poderosa de liderazgo. No se trata de un liderazgo-amuleto, de esos que los gurús de la política invocan para que su mera presencia levante las encuestas o gane elecciones a modo de talismán o fetiche. Se trata de un verdadero liderazgo político capaz de producir un cambio profundo en nuestra sociedad. Hacía bastantes años que no se producía una competición electoral tan marcada por un nombre propio, a lo que ha ayudado, sin duda, la implicación del presidente del Gobierno en la campaña, que ha dado a la confrontación un claro sesgo nacional y, por tanto, una victoria de perfil nacional.

La presidenta, ahora en funciones, de la Junta de Andalucía ha demostrado que no son tan malos tiempos para que emerjan nuevos liderazgos nacionales, y los demás deben mostrar que han entendido que en este proceso ha emergido uno. Susana Díaz debe ser investida presidenta en unos días porque Andalucía ha hablado, y lo ha hecho con un lenguaje tan claro y con un caudal de democracia tan importante, que ese caudal arrastraría cualquier obstáculo que se interpusiera, y lo haría a la vista de toda España.

Pablo Iglesias y Albert Rivera no deberían actuar bajo el cálculo de a quién no quieren tener enfrente, porque en esos cálculos se equivocarán. La política no se nutre del miedo, se envenena con él, la política se alimenta de respeto y de valentía para entender y aceptar la voluntad de los ciudadanos.