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Éste es el temido «gallinero» de Podemos

LA RAZÓN comprueba «in situ» la visibilidad y la acústica de las filas superiores del Congreso tras la polémica generada por la ubicación de Podemos

Éste es el temido «gallinero» de Podemos
Éste es el temido «gallinero» de Podemoslarazon

LA RAZÓN comprueba «in situ» la visibilidad y la acústica de las filas superiores del Congreso tras la polémica generada por la ubicación de Podemos. Los expertos creen que el Grupo de Pablo Iglesias sólo busca una «escenografía» más propicia de cara a las cámaras y la izquierda aboga por un reparto más justo.

A Pablo Iglesias, el hombre que dijo (después de Marx) aquello de que «el cielo no se toma por consenso sino por asalto», le tenían preparada la novatada, al parecer con la connivencia de PSOE y Ciudadanos y el «nihil obstat» y la risa floja del PP. En su estreno en el Congreso, a los chicos de Podemos no los han mandado al cielo sino al Paraíso. Y cuando Iglesias llegó allí vio que aquello no era bueno y mandó a Errejón a explicar con una suerte de power point de lapiceros Alpino que eso no era otra cosa que el «gallinero» y que el Paraíso, como diría el Nobel, está en la otra esquina, concretamente en la de abajo.

Según parece, la posición, el escaño, siempre se ha disputado encarnizadamente en democracia y, como suponía Iglesias, a veces hay que tomarlo por asalto. Se sabe, al menos, desde Aristófanes. El honrado ciudadano Diceópolis, protagonista de «Los arcanienses», reflexiona de este modo en el monólogo inicial, él solito en la colina ateniense donde se celebran las asambleas ciudadanas: «Nunca, desde que me está permitido venir a los baños, me ha picado tanto el polvo en los ojos como hoy en que el Pnyx se encuentra vacío pese a la convocatoria matinal de una asamblea plenaria: los ciudadanos están charlando en el Ágora y por todos lados tratan de evitar el contacto con la cuerda teñida de rojo. Ni siquiera están allí todavía los Pritáneos. Llegarán con retraso y entonces tendrán que disputarse a codazos los primeros puestos, tomándolos por asalto». Hoy en día, por razones de urbanidad, el escaño se negocia. Y la mayoría puede mandarte, por consenso, al Paraíso o al «gallinero» (que aquí sí importa el matiz semántico).

Es viernes por la mañana, día de visitas en el Congreso y actividad parlamentaria «low profile». Nos colamos (es un decir) en el hemiciclo para calibrar cuán justificadas están las quejas de Podemos y si aquello del «gallinero» es tan trágico como lo pintan. Antes de entrar nos previene Joan Baldoví, portavoz de Compromís, de que «no es ni malo ni bueno. Yo estuve en el “gallinero”, en la fila penúltima, y tenía una visión panorámica envidiable». Efectivamente, es un lugar idóneo para cultivar cierta mirada escéptica sobre la actividad de sus señorías. Pero, claro, ¿quién se mete en política para cultivar su escepticismo acodado en una esquina? Eso es cosa de periodistas y otras profesiones poco romanizadas.

Siendo como es todo parlamento un teatro, la visibilidad y la acústica del famoso «gallinero» es poco menos que inmejorable. En cuanto a lo primero, la visibilidad, sólo la hilera de columnas puede obstaculizar un mínimo la visión de una parte muy reducida del hemiciclo. A lo sumo, puede obstaculizar que tu familia te vea en televisión, como reconoce Baldoví que le ocurrió en una sesión inaugural, cuando los asientos no están asignados y sus señorías se lo disputan como los Pritáneos de Aristófanes: «Entré de los últimos y me tocó tras una columna. Mi mujer no me encontraba». Respecto a la acústica, con un micrófono por escaño, y la disposición morfológica de todo espacio escénico, más siendo éste relativamente reducido, no existen diferencias notables entre estar abajo o arriba, por más que el Congreso gastara en el último trimestre 55.709 euros en informes sobre la acústica de la Cámara. Dicen los que entienden de los entresijos del hemiciclo que la gran diferencia se salva a favor de los del «gallinero», pues si abajo, en las primeras filas (ocupadas hasta ahora por PP y PSOE), te da por insultar al de enfrente a media voz, ten por seguro que te va a escuchar.

El «gallinero» (en el Globe, los corrales de Almagro o la Ópera Garnier) siempre ha sido el lugar del pueblo llano, con amplios fueros especiales. A nada temía más un Lope de Vega que a aquella masa incontrolada y profundamente iconoclasta que abucheaba a placer si la representación no le agradaba. Lo mismo sucede con el famoso y temido tendido 7 de Las Ventas. La frase «brindis al sol» hace referencia al poder nunca bien ponderado del pueblo apiñado en las filas más económicas. Todo aquel que ha querido triunfar le ha dorado la píldora. John Lennon lo sabía de sobra cuando, en un mítico concierto en un encopetado Royal Albert Hall plagado de gente de dinero, se dirigió al público en estos términos: «Para nuestro último número necesitamos vuestra ayuda: que el público de las localidades más baratas bata las palmas. El resto, que se limite a hacer entrechocar sus joyas».

No es necesario ser politólogo para entender los beneficios a nivel de independencia e intimidad del «gallinero», sólo haber sido un joven ligeramente aventurero de ésos que frecuentan la fila trasera del bus de línea o un cine cualquiera. Pero, precisa Baldoví, «al Congreso no se viene a tener intimidad». Ni, por supuesto, a hacer lo que Diceópolis (volvemos a Aristófanes) en la soledad del Pnyx: «Yo soy el primero en llegar a la Asamblea; tomo asiento y, como estoy tan solo, suspiro, bostezo, me desperezo, suelto pedos, me aburro, me depilo, cuento hasta mil; y sueño con los campos, enamorado de la paz».

Es en las tres últimas filas de la Cámara, desde las columnas hasta el fondo, bajo la tribuna del público visitante, donde la sensación de «gallinero» es más perfecta y el calor más acusado. Allí, el techo no supera los dos metros y medio y la última fila está pegada a la pared, con una mayor holgura entre los asientos y la mesa corrida. Aquél es el lugar del que abjura Podemos y el que, un día de 2012, le envidiaron todas sus señorías al diputado Baldoví: «Estaba lloviendo muchísimo y había muchas goteras en el hemiciclo. Eso era antes de la reparación de la cubierta. Pues bien, todos los diputados se estaban mojando de lo lindo excepto nosotros que estábamos a cubierto bajo el techo de la tribuna de invitados».

Hubo un tiempo en que este voladizo no existía. No había techado ni, técnicamente, «gallinero». Pero en el espacio más semejante a él, es decir, en las últimas filas, se sentaba Don Benito Pérez Galdós. En 1912 pronunció ante la Cámara un discurso que bien hubieran firmado los de Podemos: «Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto». Según dejó escrito el eurodiputado César Llorens, «en 1907 y por el cuadro de Mañanós sabemos que Galdós lo tenía (el asiento) en la sexta o séptima fila junto a la escalera y a la izquierda desde la Presidencia. Yo me permitiría añadir, con una referencia al momento en que esto escribo que su escaño no estaría muy lejos del que hoy ocupa el Diputado comunista don Santiago Carrillo». Así que Galdós, Carrillo y aun Alberti y la Pasionaria ocuparon el «gallinero» del que Pablo Iglesias abjura.

Para Joan Baldoví se trata de una cuestión de estética: «Deberían ubicarlos mejor por respeto a la ciudadanía y a la distribución ideológica de la Cámara. Sería una buena manera de que el Parlamento mostrara respeto por todas las formaciones, porque el trabajo no se mide por en qué fila estás, pero es muchísimo más razonable lo que pide Podemos». En cambio, el experto en comunicación política Fran Carrillo, director de La Fábrica de los Discursos, lo achaca todo a una estrategia de confrontación con la normalidad parlamentaria: «Podemos hace de la escenografía su única táctica. Para ellos sólo existe la campaña permanente. Y es muy lógico para un partido así que quieran colocarse donde el tiro de cámara les enfoque más».

Hace tiempo que la política se hace en «streaming» y el antiguo teatro parlamentario tiene millones de ramificaciones en las redes sociales. Cada segundo en pantalla vale oro. En el hemiciclo existen hasta diez cámaras: cuatro en el centro (dos desde la tribuna al fondo y otra dos en sentido contrario), cuatro en la parte alta de los laterales y otras dos en los accesos. Es decir, no existen puntos ciegos en la transmisión, pero la lógica indica que las filas ocupadas por el Gobierno y los principales líderes, esto es, las dos o tres primeras, y generalmente ubicadas en la zona central, son las más enfocadas. Ése es el lugar por el que suspira Podemos. El Paraíso de los de abajo.