Política

Accidente aéreo

«Fue el primero en todo, hasta para irse...»

El piloto fallecido el pasado día 17 en la Base de Torrejón «rozaba la perfección», «hacía fácil lo difícil». Estudiaba un MBA e ingeniería astronáutica, era campeón en pentatlón y estaba feliz con su novia

«Fue el primero en todo, hasta para irse...»
«Fue el primero en todo, hasta para irse...»larazon

El piloto fallecido el pasado día 17 en la Base de Torrejón «rozaba la perfección», «hacía fácil lo difícil». Estudiaba un MBA e ingeniería astronáutica, era campeón en pentatlón y estaba feliz con su novia.

Apenas habían pasado cinco días desde que el capitán Borja Aybar falleciera cuando en la pista de la Base Aérea de Torrejón de Ardoz sonaron las alarmas. Un F-18 del Ala 12 se estrellaba en su maniobra de despegue cuando el aparato sufrió «una pérdida de potencia» como más tarde confirmaría el Ministerio de Defensa. A los mandos de ése caza estaba el número uno en todo: el teniente Fernando Pérez Serrano, o Fer «perfecto» como le llamaban sus compañeros. Nacido en Murcia, sus primeros tres años de vida los pasó en la base de Alcantarilla, donde estaba destinado su padre, y desde donde se acostumbró a mirar aquellos aviones que rompían la barrera del sonido.

Tenía 26 años, sumaba más de 700 horas de vuelo y llevaba dos años sirviendo a España bajo el 121 escuadrón, «Los Poker». Pertenecía a la 65ª promoción del Cuerpo General del Ejército del Aire, de la que fue el número uno, y por ello contaba ya con la Cruz al Mérito Aeronáutico.

Tenía como referente a su padre, el coronel en la reserva Fernando Pérez Nicolás, por el que sentía una admiración especial y de quien escuchaba atentamente sus consejos. La admiración era recíproca, ya que su padre se sentía muy orgulloso de la hoja de servicios de su hijo: era el miembro de su promoción que más veces había desfilado en el 12 de octubre (Cabo de Gastadores, Plana Mayor y abanderado) y además sumaba una misión internacional en Djibouti (África) como traductor gracias a su nivel C1 en inglés y francés.

Siempre quiso volar. Con 13 años se apuntó a un campamento de aeromodelismo donde conoció a dos de sus inseparables amigos, Álvaro y Rodrigo. «Cuando era pequeño, Fer era muy normal, fue justo al volver de un viaje de Bélgica cuando un día floreció», cuenta Álvaro. En ese viaje conocerían a César, con el que formarían el cuarteto de «los mosqueteros», los «cuatro fantásticos», «los Xipirones»... Sus amigos se convirtieron en su otra pequeña «familia» donde una quedada con un tetrabrik de leche o zumo era un gran plan si estaban juntos. Y es que Fer siempre acudía a la llamada de sus amigos.

En el instituto ya destacaba por sus notas académicas: «Fue mención especial en todas menos en tres, que sacó 10», recuerdan. Al acabar el bachillerato sorprendió a todos al presentarse a la oposición –sin preparársela–para ingresar en la Academia General del Aire (AGA). Y aprobó quedando entre los seis primeros puestos cuando lo normal es que, de media, se tarde entre uno o dos años en aprobarla.

Durante su periodo académico en la AGA, sus mandos le recuerdan como «un alumno ejemplar». Desde el punto de vista académico era «metódico, hacía fáciles las asignaturas difíciles». Era «una persona que parecía bendecido» y es que en cualquier área en la que desempeñara un trabajo «lo hacía rozando la perfección». También desde el punto de vista deportivo «era un portento, físicamente superlativo» lo que le llevó a ser pentatleta del equipo del Ejército del Aire, campeón de España y de los primeros a nivel mundial. En la AGA se intenta educar e inculcar valores en la milicia y ahí también destacó Fernando. Su profesor de 4º de Academia le describe como «abnegado para el servicio, con un alto nivel de autoexigencia en aquello en lo que se involucraba», «era un alumno tenaz». El profesorado solía comentar entonces que en los 75 años de historia de la Academia se había ganado «si no ser, estar entre los mejores».

Su amigo Rodrigo era su «binomio» en la Academia. Con el formó un tándem inseparable. En las maniobras de la semana de supervivencia, recuerda cómo el último día, ya agotados, quedaba por superar la pista de obstáculos. Un muro casi vertical por el que debían reptar los cadetes, ya sin fuerzas, con sus pesadas mochilas. Aquel día Fernando se quedó el último para ayudar al resto de compañeros a pasarlo. Fue entonces cuando el instructor les gritó: «¡Insensatos, habéis dejado a un compañero atrás!», pero en ese momento él lanzó su mochila por encima del muro «y le vimos volar». «Era el que más saltaba, el que más resistía».

Tras su muerte consiguió unir de nuevo a los 61 compañeros de su promoción. Llegaron de todos los destinos de dentro y fuera de España para darle el último adiós. Algunos incluso se reconciliaron entre ellos después de algún tiempo sin hablarse. «Siempre fue el primero en todo y otra vez lo ha sido, hasta para irse...», destaca Rodrigo. La mañana en la que se estrelló su caza habían quedado para verse con un compañero que acababa de llegar de Canarias. «Tengo ahora un vuelo, pero luego nos tomamos un café», le dijo «Fer» a Rodrigo esa mañana.

«Leal, valiente, un portento físico, compañero ejemplar», así le describen los pilotos que aún no se creen que se haya ido.

En sus ratos libres estudiaba un MBA y el grado en ingeniería aerospacial, aeronáutica y astronáutica. Le solía coger a su hermana Celia, licenciada en filología inglesa, sus libros y le gustaba leer también sobre economía. «Tenía una cabeza privilegiada y con sólo dar un repaso ya se lo sabía todo», recuerdan sus amigos.

Estaba muy feliz con su novia, Alejandra. Amigos de Facebook a través de una persona común se conocieron gracias a que ella escribió en el muro si alguien tenía pensado ir de Murcia a Madrid para llevarla y Fernando se ofreció. Bastaron 396 kilómetros para convertirles en inseparables. «Pegó un cambio radical al conocerla. Se le vía feliz; cada vez que volvía de verla no paraba de sonreír. Estaba totalmente enamorado», dicen sus amigos. Hacía poco que se habían ido a vivir juntos.

El 7 de octubre se había casado su hermana y la noticia de su muerte le sorprendió durante su luna de miel en Tokio.

Sus amigos dicen que les deja una «huella imborrable» que era «un ideal a seguir, nuestro referente». Ahora le buscarán entre las estrellas. Y es que Fernando, con sus alas gloriosas, está de guardia permanente y cumple ya su servicio a España entre la Osa Mayor y Orión.