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Londres

Javier Gómez- Bermúdez: «El detonante del 11-M no creo que fuese la guerra de Irak»

Javier Gómez Bermúdez/Presidente del tribunal del juicio del 11-M
Javier Gómez Bermúdez/Presidente del tribunal del juicio del 11-Mlarazon

«Mi convicción de que ETA no tuvo nada que ver es absoluta», dice el magistrado, quien no duda de que Zougam estuvo en los trenes

Sobre la mesilla, dos tomos encuadernados con los más de 700 folios de la sentencia del 11-M, que él mismo redactó. Al lado, una escafandra de bronce, quizá una metáfora de lo mucho que tuvo que aislarse, durante el juicio más importante de la historia de España, para no sucumbir a trincheras políticas y mediáticas. Javier Gómez Bermúdez, magistrado de la Audiencia Nacional, es, para los restos, el juez del 11-M. Diez años después de los atentados, inmerso en una fugaz vorágine de entrevistas, defiende que ETA no estuvo detrás y resta importancia a que todavía no se sepa quién dio la orden de hacer volar los trenes.

–Cuando piensa en el juicio del 11-M, ¿qué es lo primero que le viene a la cabeza?

–El sufrimiento de las víctimas y de España entera.

–¿Se hizo justicia?

–Sí, yo estoy convencido de que sí.

–El suicidio de varios integrantes de la célula islamista en Leganés, los terroristas huidos... ¿Estaban todos los que eran?

–Con seguridad, no. Tenemos en busca y captura a varios de ellos. Por tanto, la convicción judicial es que algunos escaparon a la Justicia.

–Una sentencia sin cerebros y sólo dos autores materiales, ¿deja satisfecho a un tribunal?

–Sí, claro que sí, es que esto de los cerebros y los autores materiales es una trampa conceptual. En la mayoría de los delitos el autor material es el cerebro, lo que no quiere decir que pueda haber otra persona que haya intervenido, pero no tenemos vestigio de que exista.

–¿En el 11-M los autores materiales también eran los cerebros?

–Probablemente, no tenemos vestigios de que existiera un autor más allá de los que se suicidaron o fueron condenados. Como no los tenemos, no podemos hacer otra cosa. La Justicia no llega a todos sitios, es sólo la parte del proceso penal.

–¿Alguna de las absoluciones o rebajas de pena del Tribunal Supremo a procesados condenados por la Audiencia Nacional por el 11-M le dolió especialmente?

–Doler, no. El Tribunal Supremo es el superior y por tanto no hay nada que discutir, pero digamos que discrepo de algunas de sus decisiones.

–¿Por ejemplo?

–Pues no recuerdo ahora exactamente el nombre, no sé si era la absolución de Almallah Dabas o Larbi Ben Sellam, pero había una de un señor que escribía notas muy radicales que nos llamó un poco la atención, pero la casación es un recurso extraordinario, no valora toda la prueba y, por lo tanto, no es necesariamente discutible. Yo no discuto. El Tribunal Supremo adoptó esa decisión y es correcta.

–Teniendo en cuenta que cinco de los nueve integrantes de la trama asturiana que facilitaron los explosivos a los terroristas fueron absueltos, ¿existió realmente esa trama?

–Clarísimamente existió la trama asturiana. Lo reconoce Trashorras ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en su recurso de casación, en escritos, en reuniones con las víctimas... Cuestión diferente es que el Tribunal Supremo considerase que algunos de los mineros que, según el tribunal de instancia consintieron el tráfico de explosivos, no tenían una actividad esencial en ese tráfico. Pero que estaban ahí y que, de alguna forma, debieron prever... Por lo que dedujimos de todo lo que ocurrió el tráfico de explosivos es algo común, de modo que no quedó probado si estos señores habían intervenido en el delito.

–¿Quién dio la orden de cometer los atentados?

–¡Ah no lo sé! Pero no es muy relevante desde un punto de vista penal salvo que sea, como usted dice, una orden. Éste es un tema fundamental. En el terrorismo tradicional hay una orden, porque hay jerarquía. En el yihadista existen más bien líderes, individuos que establecen unas pautas, unas directrices, y los demás las ejecutan. No tiene mucho que ver con una orden en el sentido clásico del terrorismo nacional.

–Se refiere a ETA y a las órdenes que da el jefe de los «comandos»...

–Claro. Pero en el caso de una orden es claro que la persona que la da es un autor, por inducción o por cooperación necesaria, en este caso por inducción; y en el caso de un líder simplemente estamos hablando de una inspiración general, de una orden de «atenten ustedes». Como mucho sería, y tampoco necesariamente, una provocación al delito. Ya intentamos condenar por conspiración a la célula de Abu Dahdah...

–Y no salió bien.

–No.

–¿La guerra de Irak fue el detonador ideológico del atentado?

–No tengo ni idea. De verdad que no lo sé, pero no creo para nada que fuese un sólo detonante. No creo que se trate de la guerra de Irak o de una determinada política. Yo creo que era un momento histórico muy determinado. El problema es que nos miramos todos al ombligo. Si observamos todos los atentados que hubo en distintos países durante una secuencia histórica de no más de tres o cuatro años, veremos que en realidad era una «guerra global», un terrorismo global: atentados en Estados Unidos, Bali, Tanzania, Kenia, Madrid, Londres... Es una serie histórica que afortunadamente ahora, respecto al mundo occidental, se ha cortado.

–En la propia sentencia no se hace referencia expresa a la guerra de Irak y sí a las amenazas de Al Qaida de atentar contra intereses occidentales que, según el tribunal, no pudo obviar José Emilio Suárez Trashorras al vender los explosivos a una persona tan radical como Jamal Ahmidan «El Chino».

–Trashorras lo sabía porque se lo decía «El Chino», pues le manifestó en diversas ocasiones y circunstancias su deseo de cometer un atentado.

–¿A quién le hubiera gustado ver sentado en el banquillo?

–Un juez no tiene el deseo de sentar en el banquillo. Me hubiera gustado, más que nada por las víctimas, que en vez de suicidarse en Leganés, los terroristas hubieran estado todos en el banquillo de los acusados. Cuando alguien se suicida se extingue la responsabilidad penal. Yo preferiría que la hubieran afrontado.

–¿Serhane «El Tunecino» era lo más parecido a un ideólogo que había en esa célula?

–No. Había gente muy importante. Allekema Lamari, el propio Rabei Osman «El Egipcio»...

–Que resultó absuelto aunque se enfrentaba a una pena de casi 40.000 años de cárcel.

–No tiene nada que ver. Resultó absuelto porque no teníamos pruebas suficientes para condenarlo, pero que es un yihadista radical es evidente. Fue condenado a ocho años de prisión por un tribunal de Milán. Cuestión diferente es que no se probó que tenía una relación suficiente con el 11-M para condenarlo. Hay muchos... Youssef Belhad, El Haski. Estamos hablando de gente importantísima. El Haski, por ejemplo, fue condenado a 14 años como dirigente del Grupo Islámico Combatiente Marroquí, es decir, como miembro de una organización yihadista en grado de dirigente. Belhad, si no recuerdo mal, fue condenado a doce años. No tiene nada que ver una cosa con otra.

–¿Tiene alguna duda de que Zougam fue uno de los terroristas que puso las bombas en los trenes?

–Ninguna. Lo he dicho por activa y por pasiva: ninguna. Para mí es absolutamente claro. Mire, le doy un dato: es sorprendente que nadie quiera escribir que Attila Turk, que era un yihadista radical y condenado, dijo literalmente en el juicio que Hassan El Haski le dijo que conocía a Jamal Zougam, el que había cometido los atentados de Madrid el mes pasado. Y lo dice un dirigente del Grupo Combatiente Islámico Marroquí. Algo sabrá este señor...

–¿Da credibilidad a los testimonios de los testigos protegidos que le reconocieron en los trenes, que ahora pretende desbaratar en un procedimiento judicial el propio Zougam?

–No tengo dudas. Ahí también se parte de una media verdad. Hay tres testigos protegidos fundamentales, que si no me equivoco son J70, C65 y R10. Se quiere discutir ahora el testimonio de las dos primeras, que son mujeres, pero R10 es un testigo demoledor, que dice al juez instructor: «Yo no he visto fotografías de este individuo, pero es éste. Lo reconozco». Se le hacen dos ruedas de reconocimiento, la primera a los seis o siete días de los atentados. Y lo reconoce. Y la segunda a los dos años del 11-M, cuando Zougam no tenía en absoluto el mismo aspecto físico, que intentó «maquillar», en una rueda en la que está con Bouchar, con el que tiene un cierto parecido físico, y este testigo sigue diciendo: «Es éste». Tenemos, además, toda la implicación de las tarjetas de los móviles, las declaraciones poco convincentes de su madre y de su medio hermano, que no se atreven en ningún momento a afirmar que Zougam esté con ellos en el margen horario de los atentados, y tenemos la declaración de Attila Turk y de los policías que dicen que es un miembro relevante de la célula de Abu Dahdah... Mire, es que con la vigésima parte de la prueba de esto se ha condenado a todos los miembros de ETA, por no decir la centésima.

–Su convicción de que ETA no estaba detrás del 11-M ¿es plena?

–Absolutamente. Si hubo un empeño del tribunal fue el de despejar las dudas que la ciudadanía tenía y que fueron planteadas por las partes, porque el tribunal no tiene la misión de discutir las cuestiones populares o sociológicas. Éste era un tema recurrente. De hecho, el tribunal lo resuelve porque una defensa, la de Zougam, plantea una tesis alternativa: «Mi cliente no ha sido, ha sido ETA». Si no el tribunal ni siquiera hubiera hablado de ETA. Pero nuestra obligación era resolverla porque una defensa planteaba esa tesis como forma de exculpación de su cliente. Y le decimos tajantemente: tenemos no menos de seis o siete periciales, de tres o cuatro documentales y tres testimonios de terroristas y varios, no recuerdo cuántos, de miembros de las Fuerzas de Seguridad y de Inteligencia que nos dicen que no tiene nada que ver. Y no podemos hacer más. ETA no tiene nada que ver.

–¿Su principal quebradero de cabeza en el juicio fue impedir que la política entrara en la sala?

–No, mi principal quebradero de cabeza fue que la sala fuese un sitio de justicia, pacífico, donde nada alterara el recorrido lento, a veces tedioso, a veces incomprendido, de lo que es administrar justicia, pero no tenía mucho que ver con la política. Hombre, la política era importante, yo no permitía en ningún momento que la política entrara en la sala.

–Pero intentos hubo...

–Sí, sí, muchísimos, pero era normal. El país estaba dividido, los políticos estaban divididos...

–Después de la exhaustiva pericial practicada en el juicio, ¿comprende que a alguien le queden dudas sobre qué explosivo estalló en los trenes?

–Sólo desde la perspectiva de querer coger el rábano por las hojas. Si yo quiero tener dudas siempre las voy a tener, pero que esa pericial dejó meridianamente claro, en conjunto con el resto de las pruebas, que lo que explosionó en los trenes venía de mina Conchita y mina Arbodas, en Asturias, y que era con casi absoluta seguridad Goma 2-Eco y Goma 2-EC no lo discute nadie. Si hubiera habido otro explosivo es irrelevante. Parece que si hay otro explosivo entonces la tesis no es la correcta. Es el primer atentado de la historia del mundo donde se le quiere poner una marca comercial a un explosivo, con la subrepticia intención de relacionarlo con un grupo terrorista distinto, como si los grupos terroristas tuviesen representación comercial y determinados tipos de contactos empresariales.

–Para vincular el atentado a ETA.

–Sí, evidentemente.

–¿Entiende la frustración de algunas víctimas con la sentencia?

–Claro. Una víctima es una persona que está absolutamente frustrada porque le han matado a un ser querido o porque tiene una mutilación o una lesión. Y es evidente que además, incluso psicológicamente, debe pensar que es imposible que le hayan matado a su marido, a su hijo, por una cuestión totalmente ajena a ella. Es normal, es un mecanismo psicológico pensar que tiene que haber algo más, tiene que haber sido algo muy grande para que hayan matado a su familiar.

–¿Cuántas llamadas de políticos recibió durante el juicio y hasta que terminó de redactar la sentencia?

–Directamente, ninguna. Indirectamente, mensajes todos. Y de políticos alguna, pero siempre en el marco lógico de la relación del presidente de la Sala de lo Penal con las instituciones.