Gobierno de España

La comida de Sánchez y Rivera que canceló la de Rajoy

El líder del PSOE comió el 8 de enero cerca del Congreso con el de Ciudadanos. El socialista había declinado ver al presidente en funciones que le invitó a La Moncloa

Apretón de manos
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Con el buen yantar se puede negociar. Los líderes políticos en liza para formar gobierno cumplen el refrán popular y celebran estos días almuerzos y cenas muy discretas, a puerta cerrada. Según personas que les atienden en el Congreso y zonas reservadas de los restaurantes cercanos, todos ellos tienen un diferente estilo de comportarse. Mariano Rajoy, afable. Pedro Sánchez, cortante. Albert Rivera, cortés. Pablo Iglesias, altivo. Desde el pasado 20-D, las cocinas de la Cámara Baja y de los locales próximos han trabajado a destajo como escenario de tales encuentros. «En una comida se puede empezar con luces rojas y acabar con semáforo en verde», aseguran dos veteranos diputados del PP y el PSOE expertos en negociaciones secretas, sin cámaras y taquígrafos. Lo cierto es que en este frenesí de contactos subyace una trastienda, la otra cara de unos pactos que convulsionan la actual situación política.

El primero en abrir el fuego fue el presidente del gobierno en funciones, que tras las elecciones llamó de inmediato al secretario general del PSOE. Según fuentes de Moncloa, la entrevista fue osca, tirante, con un Pedro Sánchez «de lo más arisco». Se le ofreció un café o cualquier bebida, que rechazó, y se mostró tenso durante los quince minutos que duró el encuentro. Las mismas fuentes indican que, a pesar de su actitud, Mariano Rajoy le telefoneó después de Navidad para invitarle a un almuerzo. En principio aceptó, pero un día antes de la fecha su secretaria lo canceló. «Le llamó después de Reyes y le dio plantón», explican en Moncloa. La aversión del líder socialista hacia Rajoy roza lo patológico, según dirigentes de otros partidos que le han visto. Sánchez quiere «cordón sanitario» hacia el PP y lo ha ordenado a su equipo. Así se ha visto entre los dos portavoces, el popular Rafael Hernando y el socialista Antonio Hernando. Ambos tienen buena relación personal, comen o cenan a menudo, pero el acuerdo no es posible por «la tiranía» de Sánchez.

El único pacto posible hasta la fecha se fraguó en una cena cerca del Congreso entre los dos Hernandos, «el bueno y el malo», como les llaman en sus respectivos grupos parlamentarios. Mientras tomaban ensalada y pescado, el socialista le propuso al popular la ubicación de los diputados de Podemos en el llamado «gallinero» que tanto les ha indignado. «Una colleja para bajarle los humos a Pablo Iglesias», dicen en el grupo socialista. El portavoz del PP aceptó, pero tuvo luego que desmentir la versión oficial según la cual la propuesta era de la vicepresidenta del Congreso, Celia Villalobos. Fuentes del PP aseguran que la iniciativa fue del PSOE: «Hasta me llevaron un plano», advierte Rafael Hernando. Cuando de cenas secretas se trata, siempre aflora la palabra de uno frente a la del otro, pero en este caso fueron también testigos todos los miembros de la Mesa de la Cámara dónde se aprobó el asunto.

El primer encuentro entre Pedro Sánchez y Albert Rivera se produjo el pasado ocho de enero en un restaurante próximo al Congreso. Se citaron por teléfono en un terreno neutral. «Ni en tu despacho ni en el mío, sin interferencias», le dijo el líder de Ciudadanos al secretario general del PSOE. Fue un almuerzo largo, en el que comieron poco, bebieron mucha agua y coca-cola. «Son dos machos alfa», dice un camarero que les atendió. Ambos se cuidan, hacen deporte, vigilan su dieta y están pendientes del qué dirán. Según quienes les sirvieron, el socialista estaba mucho más tenso y Rivera relajado. «Sánchez parecía un azafato de concurso», explica uno de ellos sobre la actitud y rígidos ademanes del secretario general del PSOE. Al líder de Ciudadanos le vieron con mejor talante y menos nervioso. El menú fue ligero: menestra de verduras, ensalada y lenguado. A los postres, Rivera tomó café y Sánchez una infusión de hierbas. Tal vez para mitigar la indigestión de la encuesta del CIS «cocinada» en esas fechas y que cayó como un mazazo en Ferraz: Sánchez es devorado por Pablo Iglesias. Un balón de oxígeno a Mariano Rajoy mientras reunía a sus diputados en una sala cercana del Congreso. «Aquí está la prueba de la trampa que quieren tendernos», afirmó el presidente en funciones a puerta cerrada. Cierto.

Las desesperadas alianzas del secretario general del PSOE revelan concesiones para disfrazar, y a tenor de los sondeos, frenar su bajada electoral. Pablo Iglesias con sus provocaciones insolentes le gana el pulso a Sánchez en toda regla. ¿A qué espera el líder del PSOE para ponerle en su sitio?. ¿Seguirán callados los «barones» críticos ante el «sorpasso» podemita? ¿Persistirá Albert Rivera como hombre bueno en la guerra fría entre Sánchez y Rajoy? ¿Y cómo se explica que pretendan una abstención de quien ganó las elecciones cuando se niega a ello el que las perdió? Son preguntas que se hacen los populares, sumidos en una auténtica cruzada de presiones para que cedan y aparten cómo sea a Rajoy. «Esto es un fraude a los electores, una broma pesada y un chantaje a Mariano Rajoy para cargarle el marrón de facilitar un Gobierno radical y separatista que, dicho sea de paso, siempre fue el favorito de Pedro Sánchez», dicen dirigentes del PP. La realidad le explota de bruces, añaden.

No obstante, todos admiten que la encuesta del CIS es de primeros de enero y por ello presenta lagunas. Se trabajó antes del estallido del escándalo de corrupción en Valencia, un asunto horrible que daña enormemente al PP. Y también, después de las renuncias de Rajoy a la investidura y la propuesta del Rey sobre el aspirante socialista. Son factores a tener en cuenta, dado que la valoración de líderes es anecdótica. Cualquier experto en demoscopia sabe que los menos conocidos despiertan un menor rechazo. De ahí la broma de Alberto Garzón o Xavier Domenech como líderes mejor valorados, mientras que Mariano Rajoy con una baja nota ganó claramente las elecciones del 20-D. La «cocina» del CIS tiene su trampa. En las conversaciones que Rivera ha mantenido con Sánchez su conclusión ha sido clara: se necesita al PP. Pero el secretario general del PSOE pretende que un Rajoy ganador haga lo que a él se le demanda como perdedor. A eso se le llama «tener mucha cara», opinan en Moncloa y Génova. «Diecisiete veces le ha dicho no», explican sobre las ofertas de diálogo de Rajoy siempre rechazadas por el socialista.

Los gustos culinarios de Pablo Iglesias son austeros. «Parece un asceta», afirma un camarero del Congreso que le sirve por las mañanas un simple vaso de agua. Tras su metedura de pata sobre los precios del desayuno en la cafetería de la Cámara, algo más caro que el de su Facultad de Políticas, el líder de Podemos no toma ni un café, sólo algún refresco.

El «núcleo duro» de los podemitas suele reunirse en una mesa del rincón, Iglesias, Íñigo Errejón e Irene Montero, esta última inseparable de Iglesias en la vida personal y política. En ocasiones acude Carolina Bescansa, aunque las «malas lenguas» dicen que no se lleva muy bien con Errejón, auténtico portavoz del grupo.

La gallega es distante, según algunos tiene ciertos «celillos» de Irene Montero y empieza a ir por libre. «Pablo la pondrá en su sitio», aseguran en la dirección como prueba de la autoridad de su indiscutido líder. Iglesias ha mantenido algunos almuerzos con jueces progresistas, un sector que desea cuidar al máximo, acompañado por Vicky Rosell, la discutida magistrada canaria acusada de favorecer a su pareja. Pero según su entorno, «La comida no es lo suyo». En realidad, algo hay que a todos les une: el poder es su mejor manjar.