Elecciones generales

La Religión abre otra zanja entre Sánchez y Díaz

El entorno de la presidenta andaluza lo tacha de «ocurrencia» y considera que sólo quiere contentar a los socios radicales.

La intención de Sánchez de suprimir Religión no ha sentado bien en algunas federaciones socialistas. En la imagen, con la diputada María González
La intención de Sánchez de suprimir Religión no ha sentado bien en algunas federaciones socialistas. En la imagen, con la diputada María Gonzálezlarazon

El entorno de la presidenta andaluza lo tacha de «ocurrencia» y considera que sólo quiere contentar a los socios radicales.

Las relaciones Iglesia-Estado suponen un baile de la yenka tradicional en el PSOE, que desata a la bestia anticlerical cuando está en la oposición pero que se torna un manso gatito cuando tiene responsabilidades de gobierno. El último episodio de esta dualidad clásica lo protagonizan las dos almas enfrentadas del socialismo español de hoy, que ya hallan en cada jalón del camino un motivo de fricción. Así, con la propuesta de suprimir la enseñanza de la Religión, que Ferraz incluyó en su catálogo de intenciones para el 20-D entre otras medidas laicistas, como la denuncia del concordato de 1979 o la supresión de la mención al catolicismo en el artículo 16 de la Constitución. Pedro Sánchez, en desesperada carrera electoral, anuncia que si conquista La Moncloa, la borrará de un plumazo de las aulas. Susana Díaz, asentada al frente del Ejecutivo andaluz, ordena silencio oficial pero alienta opiniones contrarias a la «última ocurrencia» de su archienemigo.

La postura de los socialistas andaluces con respecto al anuncio laicista de Pedro Sánchez es que «no hay nada que decir mientras no se abra el debate para incluir las diferentes propuestas en el programa electoral, que deberá ser consensuado con las diferentes federaciones». La andaluza es la más poderosa y sus dirigentes no están por la labor de aguantar más trágalas por sorpresa como el fichaje de Irene Lozano. Pese a esta prudencia, naturalmente impostada, otras fuentes anuncian por qué se inclinarán los plenipotenciarios de Susana Díaz cuando comiencen las discusiones. Un «no» como un castillo basado en la realidad de una región en la que progresía y catolicismo siempre fueron compatibles, como gusta resaltar la propia presidenta cuando alude con orgullo a su pasado como catequista, y en la que las entidades religiosas todavía articulan a la sociedad civil sin sucedáneo posible. Basta con interpretar el gélido silencio, que en política a veces resulta atronador, que se hace en Andalucía alrededor de cada propuesta de Sánchez.

Desde la sede andaluza del partido también se reprocha a Sánchez que haya lanzado esta propuesta sin considerar «que las competencias de Educación están transferidas a las comunidades autónomas» o, con mayor fineza, se insinúa que se trata de un giro calculado para contentar a los socios radicales que «se buscó después de las elecciones de mayo» el secretario general. El Gobierno andaluz no necesita gestos izquierdistas para sobrevivir y por eso, desde la Consejería de Educación, se emiten opiniones contundentes. «No vamos a hacer una valoración oficial pero está claro que la propuesta parece precipitada. Se puede plantear, quizás, sacar a la Religión del currículum, que no sea una asignatura puntuable. Pero de ahí a una prohibición de impartirla... está un poco fuera de tono», dicen desde la administración autonómica.

«Además –se añade–, no hace ni diez años que el Gobierno de Zapatero firmó unos acuerdos con la Iglesia que son satisfactorios para ambas partes. ¿No era un modelo a seguir en lo social? ¿En qué quedamos?». En efecto, el último presidente socialista aplacó su rotundo laicismo en cuanto hubo de gobernar. Pese a que la negociación de la vicepresidenta Fernández de la Vega con el Secretario de Estado de la Santa Sede Bertone y el nuncio Monteiro levantó ampollas entre el sector más izquierdista del PSOE, Zapatero apeló nada menos que al texto constitucional para, en una entrevista difundida por RTVE, recordar lo siguiente: «Nuestra Constitución establece que el Estado debe mantener unas relaciones preferentes, singulares, con la Iglesia católica. Es decir, hay una especie de mandato para procurar que la que es una confesión mayoritaria en términos religiosos de los ciudadanos españoles tenga una relación con el Estado razonable, relación que se mantiene desde la Transición, que se traduce en acuerdos y que he mantenido porque creo que responde a un principio razonable que emana de la Constitución y que existe en otros países».

«Un disparate»

Un antiguo diputado en el Congreso, ya sin relación orgánica con el PSOE-A, asegura que «dejar de mencionar en la escuela la religión católica como un elemento clave en la Historia de Europa» sería «un disparate», aunque matiza que «va en la línea de la LOMCE, que ha achicado hasta la insignificancia a materias como la Filosofía o el Latín. España, Occidente en general, procede del mundo clásico y de la Cruz: sin tener consciencia de esta realidad, los estudiantes no sabrán nunca quiénes son ni en qué país viven y así tendrán la mente perfectamente atrofiada, lista para que se les inculque cualquier barbaridad. Otra cosa es que se vigilen con atención los planes de estudios para que no se adoctrine a los alumnos. Eso sí tiene cierta lógica. Pero, por ejemplo, es imposible explicar un programa de Historia del Arte a quien carezca de unas nociones mínimas sobre el cristianismo. Sería como enseñar fotografía a un ciego de nacimiento». Una severa admonición contra las tentaciones de practicar la ingeniería social.