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Los fantasmas de Katy Vargas y de más de cien heridos

La ecuatoriana de 39 años fue arrollada en Las Ramblas cuando salía de su trabajo. Sin embargo, el malasio Casey Chan desconoce el paradero de su novio

Katy Vargas se recupera de sus heridas acompañada por sus hijos en el hospital donde está ingresada
Katy Vargas se recupera de sus heridas acompañada por sus hijos en el hospital donde está ingresadalarazon

Está adormilada. Le cuesta abrir los ojos. Son los efectos de la sedación. Katy Vargas, de 39 años, apenas recuerda lo que ocurrió el jueves pasadas las cuatro de la tarde.

Está adormilada. Le cuesta abrir los ojos. Son los efectos de la sedación. Katy Vargas, de 39 años, apenas recuerda lo que ocurrió el jueves pasadas las cuatro de la tarde. Como cada tarde, salía del Hotel Citadines de Las Ramblas, donde trabaja como camarera, en compañía de una amiga rumbo a la estación de la Plaza de Cataluña para coger el tren a Sabadell, donde reside con sus dos hijos, Iker y Carla, y su pareja, Jorge. De repente, al cruzar un paso de cebra algo se le vino encima, la arrolló, la lanzó al otro lado de la calle y perdió durante unos segundos el conocimiento. Al levantarse vio que estaba llena de sangre y pensó que había sido una bomba. Lo primero que hizo fue buscar refugio arrastrándose como pudo hasta el centro comercial La Isla. «Tuvo suerte de que el camión no la aplastara, todavía no puedo creer que escapara», dice su novio mientras ella reposa en la habitación del Hospital Sagrat Cor de Barcelona.

A lo que ocurrió a continuación apenas le encuentra lógica temporal. Al parecer, un policía se acercó a ella (así lo aclara Narcisa, su madre) y le pidió un teléfono de contacto. Los primeros números que salieron de su boca fueron los de su madre. «Señora, su hija ha sido víctima del ataque terrorista de Las Ramblas pero está bien, vamos a trasladarla al hospital, eso fue lo que me dijeron, me dieron las señas y nada más». Ella llamó corriendo a Jorge y éste, que es gruísta y estaba trabajando en una obra en el aeropuerto dejó lo que estaba haciendo y se fue en busca de Katy. «Era muy frustrante, no me dejaban pasar, no sabía cómo estaba ella. Fueron momentos muy duros, además me quedé sin batería», dice. El reencuentro no se produjo hasta que a las 19:30 esta mujer ecuatoriana, natural de Guayaquil, llegaba al centro hospitalario. «Le dejaron un teléfono para que me llamara porque el suyo se había roto. Sus primera palabras fueron: “Estoy viva. No lo puedo creer. Estoy bien, no te preocupes. No sé bien lo que ha pasado pero estoy viva”», dice Narcisa que le dijo su hija, cuyo gesto, sin embargo, denota una gran preocupación. Su cuerpo está completamente magullado y lleno de hematomas. Siete puntos recorren su mano derecha fruto de una profunda herida y en su cabeza presenta una fuerte contusión. También ha recibido asistencia psicológica. «He estado a su lado toda la noche, aunque estuvo sedada, pero no quería separarme, quería sentirla cerca. Sólo se me pasaban por la cabeza las imágenes del atropello», añade Narcisa. Katy llegó a Barcelona en el año 2000 en busca de una mejor vida para sus dos hijos ya que su madre, que se instaló un año antes en Leganés (Madrid), le convenció de que aquí encontraría trabajo. Así fue. Ahora le esperan largas semanas de recuperación, pero tiene clara una cosa: «Quiero casarme con Jorge el 21 de septiembre». Es algo que ya tenían planificado pero que cobra más sentido que nunca. «Ha vuelto a nacer y nosotros con ella. Nos ha unido más», matiza él.

Una historia trágica pero con final feliz a diferencia de la que le ha tocado vivir a Casey Chan. Este malasio sale corriendo del Clinic de Barcelona, desesperado. Había quedado con su novio, un sevillano, en Las Ramblas, pero nunca pudieron encontrarse. La hora de la cita: las 16:30. «No sé nada de él, he recorrido todos los hospitales y no está en ninguno», dice entre lágrimas. Se dirige al Hotel Palace donde se congregan los familiares en busca de noticias. «No me puedo creer que me esté pasando esto», lamenta. Se sube a un taxi y desaparece mientras, en la 315 del Sagrat Cor, los Vargas se cogen de la mano y dan «gracias a Dios».