Sevilla

Mario, la otra vida del «general» Aybar

Hace cuatro meses que nació su hijo, del que presumía porque era un «clon» suyo. Sólo tenía ojos para él y para su mujer, Rocío, cuyo único deseo hoy es que cuando el pequeño crezca, «se sienta orgulloso de su padre».

El capitán Borja Aybar, en una imagen a bordo de su Eurofighter
El capitán Borja Aybar, en una imagen a bordo de su Eurofighterlarazon

Hace cuatro meses que nació su hijo, del que presumía porque era un «clon» suyo. Sólo tenía ojos para él y para su mujer, Rocío, cuyo único deseo hoy es que cuando el pequeño crezca, «se sienta orgulloso de su padre».

El pasado 12 de octubre, en la pista de la base aérea de los Llanos (Albacete), dos personas se quedaron sin el abrazo que tanto esperaban. Eran Rocío y el pequeño Mario, la mujer y el hijo del capitán Borja Aybar, fallecido tras estrellarse su caza cuando estaba a punto de aterrizar. Él había vivido el «honor de desfilar» en el aire, a los mandos de su Eurofighter en una formación de cuatro aviones, por el Paseo de la Castellana de Madrid. Y lo quería celebrar con ellos y con sus amigos. Pero la tragedia se cruzó en su camino cuando se aproximaba a la pista, justo cuando los suyos ya le veían a él, a un héroe con alas de acero cuya vocación le llevó a servir a España y a velar por la seguridad y la defensa del espacio aéreo. Todos los que le conocían coinciden: «Era un apasionado de volar, un piloto valiente, noble y leal».

Natural de Puertollano (Ciudad Real), cuando era niño su familia se trasladó a la localidad alicantina de Santa Pola, no muy lejos de la Academia General del Aire de San Javier (Murcia). El ir y venir de la «Patrulla Águila» y los aviones que sobrevolaban aquellos cielos siempre le llamaron la atención. Él tenía claro que quería volar como ellos.

En su familia no había tradición militar, pero pronto destacó en la Academia por su inteligencia y capacidad de trabajo. Borja Aybar pertenecía a la 61ª promoción y sus compañeros recuerdan que «era uno de los mejores pilotos de su promoción». Ya de teniente, llegó destinado al Ala 11 de Morón de la Frontera (Sevilla) en el año 2010, donde pronto sobresalió por su tesón y profesionalidad a la hora de preparar vuelos de su plan de instrucción de Eurofighter.

Disciplinado, extrovertido y directo, algunos le llamaban con cariño «el general» a pesar de ser un recién llegado a la unidad, ya que tenía carácter y defendía delante de compañeros y superiores su idea. En poco tiempo se ganó el afecto del Escuadrón 111, heredero del Ala 11 de Manises, del Ala de Caza nº 1 y de la emblemática escuadrilla de García–Morato.

El capitán Aybar estaba en uno de los mejores momentos de su vida. Sobre todo por su bebé de cuatro meses, Mario, que era su orgullo y presumía de él porque, además, le había salido idéntico, «clonado». Sentía devoción por su mujer, Rocío, de quien no paraba de hablar a todos los compañeros del Escuadrón. Ella era su gran apoyo y siempre decía que por su generosidad podía prepararse las misiones en su casa durante su tiempo libre. Rocío le acompañó siempre, al igual que el resto de abnegadas esposas de militares, en cada uno de sus cambios de destino. Y ese negro 12 de octubre también estaba allí, esperándole, con Mario. Habían quedado, como es tradición, para ir a comer en la Base con el resto de compañeros y sus familias para celebrar la Hispanidad.

Los que le conocían le recuerdan como «uno de los mejores entre los mejores» del Ejército del Aire. Era el compañero deseado por todos con el que volar en formación en una misión real en el lugar del mundo donde el Gobierno les hubiera enviado para defender los intereses de España.

Por ese motivo, el capitán Aybar fue enviado como piloto instructor de caza y ataque a la Escuela de Talavera la Real (Badajoz) en 2015, donde durante dos años se dedicó a formar a «los patas negras» –como reza el emblema del Ala 23–, los futuros pilotos de caza de combate del Ejército del Aire.

En verano fue destinado al Ala 14 de Albacete. Había pedido ese destino por la cercanía con el pueblo de su mujer, Socuéllamos (Ciudad Real), un municipio muy hermanado con el Ejército del Aire que, incluso exhibe un caza «Mirage F-1» en una de sus rotondas.

Recientemente se ocupaba de la seguridad en vuelo de la Base, y era quien daba confianza al resto de compañeros para que nada fallara ni en tierra, ni en el aire, de los que miran por los demás. Era un «torbellino», «con una iniciativa y proactividad brutales», de los que «lo tenían todo controlado», «con mucha experiencia y criterio», «con las ideas muy claras». «Era increíble trabajar con él, te leía hasta la mente», recuerdan. Incluso, destacan que «si abría la agenda había que echarse a temblar».

De hecho, esa pasión por su trabajo la demostró la pasada semana cuando los alumnos del Curso Monográfico del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN) visitaron el Ala 14. Aybar les enseñó su caza y les explicó todos los detalles del mismo.

Le gustaban las motos, los coches y los aviones. Dicen quienes más le conocían que de primeras parecía una persona seria, pero luego tenía una gran vitalidad y alegría, estaba «siempre dispuesto a ayudar a todos». Todos y cada uno de sus compañeros comparten la desolación de su pérdida. Su servicio y su entrega hacen que ya brillen tres estrellas más de seis puntas en el firmamento.

Rocío, su mujer, sólo quiere que cuando Mario sea mayor, «sepa quién fue su padre y se sienta orgulloso de él».