El desafío independentista

No es democracia, es fanatismo

Miembros del parlamento catalán colocan la bandera catalana antes del inicio de la sesión parlamentaria
Miembros del parlamento catalán colocan la bandera catalana antes del inicio de la sesión parlamentarialarazon

El principio del pleno que se desarrolló ayer a primera hora en el parlamento autonómico de Cataluña dejó ya de entrada un gran número de escenas grotescas y momentos inolvidables. Aquello parecía una junta de comunidad de vecinos o una asamblea de SGAE. Los diputados se amotinaron ante la pretensión de la presidenta de saltarse los procedimientos habituales de la cámara, de quitarles la palabra, taparles la boca y de anteponer la voz de los suyos a aquellos que no pensaban como ella. Hubo un momento inolvidable cuando a medio hemiciclo se le escapó una carcajada espontánea, que se oyó a kilómetros a la redonda, al proponerles que tenían dos horas para presentar enmiendas a la ley que los independentistas querían aprobar sin debate. El reglamento exige que sean como mínimo dos días y, dada esa norma inexcusable, proponer arbitrariamente ciento veinte minutos sonaba, ya solo desde el punto de vista de trabajo, a broma.

Ante todo este espectáculo de protestas, pitos, indignación, reproches y carcajadas pudimos ver claramente como a la presidenta de la cámara, Carme Forcadell, se le iba poniendo cada vez más rígidas las mandíbulas. Llegamos a temer por la integridad de sus piezas dentales. Estaba cada vez más nerviosa y empezó a levantar la voz para intentar imponer el orden, pero consiguió solo el efecto contrario. No solo los diputados, sino hasta el propio vicepresidente de su mesa le afearon su torpeza en la manera de llevar los asuntos y, presa de un ataque de pánico, Forcadell tuvo que suspender por unos momentos el pleno ya nada más empezar para no tener que escuchar lo que le aterrorizaba oír.

Se dio entonces uno de esos momentos maravillosos, en que a veces tenemos la sensación de haber vislumbrado los secretos humanos de la política. Carme Forcadell huyó casi corriendo de su sillón presidencial, muy nerviosa, y al cruzar los espesos cortinajes de la salida, fue abrazada y besada en la penumbra como consuelo por una amiga. La escena puede verse claramente en un rincón de la grabación en directo que hizo la televisión regional. Esperpento puro.

Obviamente, para presidir cualquier tipo de parlamento serio y democrático se precisa de una persona de nervios muy bien templados. Los mejores para esa tarea suelen ser caracteres flemáticos, firmes, con algo de sentido del humor; capaces de conservar la cordura y la tranquilidad en los momentos más complicados. No alguien que necesita a los amigos a pie de escaño para centrarse y no perder los nervios.

De una presidenta de parlamento se espera que una de sus obligaciones sea, para empezar, mantener la paz y el orden en el hemiciclo. Carme Forcadell ha fracasado estrepitosamente en esa tarea básica y lo hemos podido ver en directo por televisión todos los catalanes y en toda España. La tensión podía con ella, tragaba saliva, confundía los números de los artículos, confundía los nombres de los diputados, les interrumpía, tenía que correr a repasar el libro del reglamento de la cámara. Uno pensaba que un presidente de cámara debía tener en la cabeza ese reglamento sin ojeadas, pero resulta que había diputados que lo conocían mejor que ella y lo citaban de memoria.

Quizá el origen de todo este circo de despropósitos antidemocráticos y procedimentales en que se ha convertido el parlamento regional ha sido que los circuitos políticos de algunos partidos auparon hasta puestos de extrema responsabilidad a personas que no estaban capacitadas para ello. Carme Forcadell ni siquiera consiguió progresar en su propio partido. Tengo amigos de Esquerra Republicana y he de reconocer que nunca le he oído a ninguno defender a Forcadell. Mas la rescató de las asociaciones independentistas para darse barniz catalanista. Le dio responsabilidades en el departamento de cohesión social y ya podemos ver como ha acabado la cohesión en Cataluña. La democracia nunca ha sido su fuerte. Ya en Cardona afirmaba hace años que aquellos que no votaran lo que ella quería no debían ser considerados catalanes. ¿Una persona así es la adecuada para presidir un parlamento democrático de todos?

El espectáculo desordenado que ha provocado en el parlamento de Cataluña demuestra que no hay supuesto mandato democrático sino mandato fanático. Sin normas claras para todos, el daño, el desprestigio, la transformación en una comedia bufa de una institución regional tan importante es tremendo. La autoridad del parlamento autonómico quedará ya para mucho tiempo gravemente menoscabada ante el ciudadano de a pie, al vulnerar los derechos democráticos de los representantes del pueblo.

Al recordar que Forcadell consigue de todos los contribuyentes cosa de doce mil euros al mes en pago a su ineptitud, no queda más remedio que traer las palabras de Gaziel, un catalanista insigne, sobre muchos de los suyos: «políticamente, ideológicamente, no dejaron nada; económicamente, muchos se han enriquecido».