Independentismo

No veremos tanques por la Diagonal

Ya les gustaría a los aspirantes a Mesías. Pero no habrá épica. El Gobierno sólo va a querer que estos inventores de dudosas leyes de desconexión y transitoriedad den la cara ante el Congreso, ante el juez, ante el Gobierno y ante todos los españoles.

Jornada de puertas abiertas en El Bruch en 2019, a la que acudieron más de 12.000 ciudadanos
Jornada de puertas abiertas en El Bruch en 2019, a la que acudieron más de 12.000 ciudadanoslarazon

Ya les gustaría a los aspirantes a Mesías. Pero no habrá épica. El Gobierno sólo va a querer que estos inventores de dudosas leyes de desconexión y transitoriedad den la cara ante el Congreso, ante el juez, ante el Gobierno y ante todos los españoles.

En Cataluña, hoy en día, afortunadamente no hay fractura social. Hay, es cierto, discusiones en cenas y airadas retiradas de palabra entre amigos de toda la vida por cuestiones patrióticas. Pero lo cierto es que, luego, a pesar de esos berrinches, la gente sigue trabajando y colaborando en la calle con normalidad, más allá de sus ideas.

Donde sí hay un divorcio enorme, colosal, indecible, es a la hora de imaginar lo que llamaríamos el mito administrativo; o sea, una fractura política total en toda regla. Unos catalanes imaginan que la mejor manera de administrarse pasa por separarse del resto de España incluso no respetando las leyes democráticas si es preciso. Otros catalanes creen que la mejor manera de administrarse es respetar las leyes y unirse al resto del país y al continente. Como no existe humano que sea capaz de predecir a ciencia cierta el futuro y estas cosas entran dentro del orden de lo contrafactual, no podemos saber exactamente quién acierta más con lo que sería mejor para los catalanes. Por ahora, los hechos y los indicios más sensatos indican que los que piensan de la segunda manera parecen tener los pies más sobre la tierra que los que piensan de la primera forma. El catalán tranquilo piensa que, ya que no podemos predecir el futuro, al menos no nos saltemos la ley, una de las pocas cosas seguras que tenemos.

Puestas así las cosas, el problema actual de Cataluña no es la independencia, sino qué tipo de proyecto común encontramos para la política de la región. Pero algunos políticos, por conveniencias personales, parecen no poder (o no querer) darse cuenta de ello. Todo el mundo sabe que no se puede construir un país en democracia con la mitad de su población en contra de esa construcción. Sin democracia ya costaría hacerlo, con democracia es imposible. Y además incompatible, entonces, con la libertad y el respeto al estado de derecho. Inventar leyes de desconexión que contravienen ese estado no lleva a ninguna parte. Todos sabemos que serán recurridas por el Gobierno central, anuladas, y que más de la mitad de los catalanes pasarán totalmente de ellas. Eso lo tenemos claro toda la población. No se les podrá obligar a las gentes a hacer nada que no quieran hacer. Porque cuando caminas con la ley de tu lado, andas seguro.

Si te saltas la ley, sencillamente tendrás que ir a los tribunales a rendir cuenta de ello. Te llames Junqueras, Puigdemont, Forcadell o Mas. Como todo hijo de vecino. Porque la ley debe ser igual para todos. Y no valdrán excusas de judicialización porque el primero que judicializa nuestra vida es aquel que se salta la ley, ya que automáticamente sitúa los comportamientos comunes en el ámbito de las cortes de justicia. Los catalanes que no aceptan que su gobierno regional les obligue a saltarse las leyes de toda Europa y de toda la democracia occidental simplemente tendrán que llamar a los guardias. Y los guardias no llegarán con los tanques (como desearían los aspirantes a mártires) sino sencillamente vendrán con la multa taxativa, la sanción estricta, con esa calma doméstica e ineluctable propia del cobrador del frac.

Incluso puede suspenderse la autonomía sin problemas, vía administrativa, porque es posible suspender algunas competencias y otras no. Que todo siga funcionando igual y queden aspectos perfectamente congelados provisionalmente. Hay muchas vías para defender la ley cuando ésta es violentada. Por tanto (o por tonto) todas estas iniciativas y propuestas de desobediencia civil, vía legislativa, empiezan a semejarse a una especie de delirio narcisista de algunos políticos que desearían ardientemente protagonizar un concurso televisivo titulado «Persígame usted, hombre». Así salvarían la cara de sus errores, pintándose como mártires. Pero es un concepto que lleva a un callejón sin salida, porque cuando se propone la desobediencia civil regulada por leyes todo queda en el ámbito de la interpretación. Y es imposible convencer a todos de por qué hay que obedecer a este capitán y al otro no.

No veremos tanques por la Diagonal. Ya les gustaría a los aspirantes a Mesías. Pero nada, que no habrá épica. Puesto que inventaron una especie de «reality» televisivo (titulado «Insúlteme usted») en el que cualcualquiera que expresara opiniones realistas sobre la posibilidad de la suspensión de la autonomía era linchado por los medios regionalistas y las redes, pensaron que sería popular una versión evolucionada titulada «Persígame usted». Pero el Gobierno central sólo va a querer que estos inventores de dudosas leyes de desconexión y transitoriedad den la cara ante el congreso, ante el juez, ante el gobierno representativo y ante el resto del pueblo. Pero, eso sí, ante todos, ante todos los catalanes, ante todos los españoles. No sólo ante el pueblo que ellos han querido imaginar, de una manera egoísta, a medida de sus conveniencias.