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Pablo quiere censura, Pedro se lo piensa

La Razón
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«¡Han deshecho una alianza de hecho!», zanjaba –en relación a la de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias– un diputado del PSOE al término de la comparecencia de Mariano Rajoy en el Pleno extraordinario. Como los conductores suicidas que circulan por dirección contraria, Sánchez se dejó engatusar por Iglesias y asumió llevar a rastras al presidente del Gobierno hasta la tribuna de oradores para dar cuenta de la financiación del PP. Mal negocio. El secretario general de los socialistas cayó en la trampa de las ansias desesperadas del líder de Podemos de usar las Cortes para desgastar al Gobierno, pese a que cualquier diputado novato conoce la capacidad parlamentaria de Rajoy para bajar balones rifados por la oposición y ponerlos en juego con habilidad: «La suma de minorías no sirve para enmendar la plana a los españoles en las urnas». Gol del presidente al contraataque. A puerta vacía, además, porque ni Iglesias ni Margarita Robles llegaron a hacer la cobertura.

El mayúsculo ejercicio de funambulismo político de uno y otra por las responsabilidades políticas de Rajoy en el «caso Gürtel» se vino abajo al enredarse en su doble vara de medir. «Oiga, ¿yo debo dimitir por haber sido testigo? Yo he sido testigo porque lo han pedido ustedes [el PSOE]». A la portavoz del Grupo Socialista le cambió la cara cuando el presidente recordó que ella misma, siendo secretaria de Estado de Interior, declaró como testigo en el caso Lasa y Zabala: «¡Y a nadie se nos ocurrió reprocharle nada!», recordó. De esta forma, Rajoy no sólo dejaba en evidencia el rasero acomodaticio de la izquierda, sino que echaba por tierra la credibilidad de sus inquisidores. Robles se convirtió en protagonista del Pleno debiendo explicar las diferencias entre ambas comparecencias ante los tribunales. «Margarita ha tenido el mérito de intervenir sin papeles»: éste ha sido uno de los mensajes más destacados por sus filas.

Los diputados socialistas salieron volando de la Carrera de San Jerónimo escudados en sus teléfonos móviles. No reinaba el entusiasmo. Apenas hubo tiempo de escudriñar sus semblantes serios. Más difíciles de descifrar fueron las sonrisas de la propia portavoz en un restaurante cercano al Congreso de los Diputados. Así acabó consumiéndose el primer gran acto de la mayoría alternativa que defienden PSOE y Podemos, una suma de fuerzas que los socialistas impulsan para cambiar las políticas del PP y los morados, por el contrario, para forzar que desemboque en una nueva moción de censura. La reciente cena en Barcelona, en casa de Jaume Roures, de Pablo Iglesias y Oriol Junqueras huele a una coalición de izquierdas en Cataluña tras las autonómicas que seguirán al 1-O y abre el camino a una alternativa de Gobierno, esta vez encabezada por Pedro Sánchez.

El gran reto, sin embargo, pasa por conciliar estilos y ritmos con la desconfianza por bandera. Que Sánchez pacte con Iglesias y grupos independentistas para echar de La Moncloa al PP es algo coherente con su zigzagueante trayectoria. Pero una mayoría de dirigentes del PSOE, críticos y no críticos, descartan en lo inmediato tal apuesta. Todos coinciden en que esa posibilidad depende de dos imponderables. El primero, los acontecimientos en Cataluña. Y el segundo factor resulta ser la espina clavada que Sánchez lleva en el cuerpo tras haber estado tan cerca de alcanzar su objetivo vital. La clave del nuevo curso está por tanto en saber si intentará otra vez el gran experimento: mezclar el agua del PSOE con el aceite de Podemos y los independentistas.