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PDeCAT: «Estamos en estado de shock»

El embargo de sus sedes supone un duro varapalo económico para los convergentes

La Razón
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El embargo de sus sedes supone un duro varapalo económico para los convergentes.

Un palo tremendo difícil quitar de encima. Es el primer análisis que hicieron los dirigentes del PDeCAT tras conocer la sentencia del «caso Palau». Un fuerte veredicto judicial que, como adelantó este periódico, precipitó la dimisión de Artur Mas como presidente del partido. El ex mandatario catalán admitió que era «muy dura y negativa», mientras los nuevos cachorros convergentes se quedaban de una pieza. Minutos después de que la Audiencia de Barcelona hiciera público el fallo, la cúpula liderada por Marta Pascal, David Bonvehí y Neus Munté se reunió para emitir un comunicado en el que tiraban balones fuera contra la antigua Convergencia. Pero, de puertas adentro, los ánimos se derrumbaban. Horas antes de que se constituya el Parlament, el mazazo es enorme y así lo reflejaban altos dirigentes en privado: «Estamos en estado de shock».

No por esperada ha sido menos traumática. Hace días que el propio Mas tuvo conocimiento de que la sentencia sería muy dura y, por ello, se hizo a un lado. Las condenas a Félix Millet y Jordi Montull son elevadas, pero la de quien fue tesorero de CDC, Daniel Osácar y, sobre todo, el reconocimiento de las comisiones ilegales cobradas por encima de 6 millones revelan la suciedad de las arcas de Convergencia y hunden las actuales finanzas del PDeCAT. Por más que la actual dirección apele a un nuevo partido surgido en 2016 y a intentar alejarse de la corrupción, su sombra es imborrable. «Una herencia envenenada», lamentan los nuevos dirigentes sabedores de que no podrán escapar de las antiguas huellas. Todos, aún no implicados directamente en la etapa presidencial de Mas, militaban en Convergencia y la propia vicepresidenta del PDeCAT, Neus Munté, fue su número dos en la Generalitat.

Aunque el último gerente de CDC, Francesc Sánchez, en su día muy cercano a la familia Pujol, anunció la inmediata presentación de recurso ante el Supremo, lo cierto es que el varapalo es tremendo. El final de una era, el pujolismo, que manejó el poder a su antojo con total impunidad, influencias empresariales, comisiones ilegales y «mordidas» para quienes entonces personificaban una política intachable. Un turbio entramado de prebendas y dinero que salpica al actual PDeCAT. Ni siquiera el prófugo Carles Puigdemont podrá mirar hacia otro lado cuando era uno de los principales dirigentes regionales como alcalde de Gerona. «Esto no nos lo sacamos de encima», reconocen muchos convergentes ante el delicado momento.

A pesar de que el PDeCAT surge en 2016 como un intento de regenerar a la antigua CDC, las relaciones políticas y fiscales se mantienen intactas. La antigua sede se vendió a un fondo inversor de Hong-Kong para poder presentar el aval de 6 millones exigido por el Tribunal. Los nuevos convergentes se trasladaron a otro edificio, que han intentado vender sin éxito. La Audiencia de Barcelona exige la devolución de las comisiones cobradas de hasta 7 millones, por lo que si el recurso no prospera, el PDeCAT se vería obligado a un embargo o sacar la sede a subasta. «Una situación muy delicada», según fuentes del partido.

En el PDeCAT niegan que sufraguen los gastos de Puigdemont en Bruselas, pero lo cierto es que sí han costeado gastos de algunos de sus diputados en Bélgica. La nueva dirección reitera su apuesta contra la corrupción, pero está por ver cómo afecta esta sentencia a las exigencias de ERC contra la candidatura única de Puigdemont. Ayer, en la sede de ERC, había inquietud y malestar ante la suculenta vida que lleva Puigdemont, mientras su líder Oriol Junqueras deambula abatido por los los muros de Estremera. Nadie duda de que la sentencia marca un antes y un después en la historia política de Cataluña y, desde luego, en el mundo independentista.

Pero el rosario de males no ha terminado. En breve está pendiente la sentencia del «caso tres por ciento», que salpica al que fuera gerente de CDC, Germá Gordó, y mano derecha de Mas. Un nuevo capítulo de corruptelas que pone el epitafio a una era histórica: del oasis catalán a una sucia cloaca.