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Pobre marisco

La Razón
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El que fuera alcalde de La Coruña, Paco Vazquez, tenía razón cuando dijo que la llamada Marea Atlántica coruñesa, que ha prohibido los toros en la Capital de María Pita, no considera el sufrimiento de los animales si no tiene en cuenta al pobre marisco, lo que no se cuestiona por los paladares finos, incluidos los podemitas, ya que el cocerlo vivo no tiene discusión.

España es un país de indignados. Parece que los nuevos políticos, si acaso son nuevos y dicen algo que no tengan que rectificar cuando se acerca la campaña electoral de turno, tienen el gesto cecijunto y reeivindicativo y como son unos enanos idelógicos, cuyo corpus político tiene la misma consistencia que la de un azúcar de puesto de feria, han encontrado en la fiesta de los toros una bandera a la que abrazarse para decir que soplan vientos de cambio.

España tiene un problema de identidad desde hace siglos y no vamos a negarlo, no sabemos si somos un país confederal, autonómico o mediopensionista, pero desde luego el que exista un viejo espectáculo de trama cultural llamado tauromaquia no es ni mejor ni distinto. Es parte de nosotros. Y pasó en Cataluña, cuando un centón de políticos inanes, de asociaciones de medio pelo se agarraron a la censura del toreo como expresión de no identidad. Que los que gobiernan Huesca, la concejala de Alicante, los indocumentados de Pinto o los correveidiles de San Sebastián de los Reyes hayan expresado que oponerse a la Fiesta es un signo de cambio y modernidad, vale tanto como si a quienes nos aburre la ópera hicieramos de ello una manera de entender la vida. Libertad o barbarie. Animalismo bien entendido o desarrollo de una cultura.

Y si nos ponemos paroxísticos deberíamos volver los ojos a Portugal donde en estos días veraniegos en los que la costumbre de comer caracoles es casi una moda lusa, también ha habido algunos cursis manifestantes que reivindican los derechos caracoleros. Y no es un cantaor, sino quien saca sus cuernos al sol y ve impasible como lo hechan a una cazuela.

Estos prohibicionistas de pacotilla resentidos y ofendidos se emparentan con algunos papas del pasado y los reyes que querían que sus súbditos estuvieran en las covachuelas y no se distrajesen con el juego de toros. Las marcas blancas que no son del Corte Inglés necesitan justificar que han llegado a la poltrona a pisar levemente la moqueta no sólo por cambiar calles, sino porque los podemitas dicen que van a abolir la diversión y la tortura. Desconocen al sano pueblo español, el que no bosteza, el que sólo quiere tener ratos de hermandad con las gentes de cualquier territorio, cree sin demagogia ni expresiones altisonantes en la libertad, porque de esto se trata. La gente a la que tanto dicen cuidar esos espontáneos de la político, sólo quiere alternativas de ocio, cultura y alegría, frente a tiempos difíciles.

Los políticos de la vieja escuela seguramente nos han llevado a este callejón sin salida de una España que se desencuaderna, que se arroja a la cara y al alma los localismos, pero el común necesita saber que si Cuchares, Joselito el Gallo, Manolete, Jose Tomás, son parte de su vida y de su quinta historia y nadie se lo puede tocar. Y si tienen la insana pretensión de ir a las colombinas de Huelva, a la Feria de Begoña de Gijón, a la Semana Grande de Donosti o la Virgen del Mar de Almería, el gobernante y los movimientos maleducados y poco respetuosos, no se lo van a impedir.