Partidos Políticos

Por su comunicación les conoceréis

La capacidad de liderazgo de los cuatro principales actores de la política nacional es una de las claves para entender el primer año de esta legislatura y atisbar cómo será el próximo

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La capacidad de liderazgo de los cuatro principales actores de la política nacional es una de las claves para entender el primer año de esta legislatura y atisbar cómo será el próximo.

Los siete meses transcurridos ya de este 2017, han conformado –como continuación natural al pasado 2016– el período, sino más convulso, sí más desconcertante en la historia política española desde la reinstauración de la democracia. Sin mayorías claras, con una aritmética parlamentaria endiablada y en el que, más que nunca, las capacidades de liderazgo de los cuatro principales actores de la política nacional se han convertido en claves para la consecución de una travesía exitosa, o cuanto menos tranquila, de la presente legislatura. Un reto, mucho me temo, ¡casi inalcanzable!

Esto se hace más evidente, si tenemos en cuenta los desafíos presentes, a día de hoy. El más grave de todos, el órdago secesionista catalán. El consenso, la capacidad de diálogo y la necesidad de llegar a mínimos comunes entre las fuerzas constitucionalistas, se hace más evidente que nunca. El PP y Mariano Rajoy deberán contar, en primer término, con el apoyo decidido de la primera fuerza política de la oposición, el PSOE del redivivo Pedro Sánchez. Una tarea que no es menor, habida cuenta de la animadversión –que, eso sí, va limándose– entre el gallego y el madrileño. La anuencia de Rivera en este punto está fuera de dudas, pero es capital atraer, hasta donde se pueda, a Podemos hacia una posición “de Estado”. Iglesias, prisionero de sus contradicciones entre su visión plurinacional de España y la necesidad de contentar a sus bases catalanas, partidarias del derecho a decidir y con una idea difusa del auténtico titular de la soberanía –el conjunto del pueblo español o sólo la parte catalana del mismo– deberá demostrar que es un político de altura y vuelo largo o seguir siendo visto, por todo el cuerpo electoral que no le vota, como un “pancartero” antisistema. Su reciente y endeble moción de censura contra Rajoy le ha ayudado poco en la cimentación de esa imagen, aunque su intención fuera justamente la contraria.

La corrupción política, vieja corrupción porque apenas hay casos nuevos y los que se substancian judicialmente a lo largo de estas semanas son viejos conocidos de la opinión pública que han seguido un camino judicial en exceso largo y tortuoso, es el otro gran desafío de esta apasionante e incierta etapa. Una vez más se evidencia que una justicia lenta es menos justicia, y “pinchazos” recientes como el fallido nombramiento de Manuel Moix como fiscal anticorrupción, obligan al Ejecutivo del PP a no despistarse.

Pero no es baladí que el Gobierno haya tenido la habilidad –y algo de viento de cola– de hacer coincidir las citas judiciales de la “Gürtel” o de la “Púnica”, por no ser más prolijos, con las mejores cifras macroeconómicas de nuestra reciente historia, que dan testimonio de que la recuperación ya es una feliz realidad que ha llegado a nuestro país para quedarse. Y ello a pesar de que los datos récord de recuperación de empleo, tanto del INEM como de la EPA, estén todavía apoyados en contratos casi siempre precarios y sólo en un ocho por ciento de indefinidos.

Espaldarazos, como las reiteradas felicitaciones del FMI que pone como ejemplo de crecimiento a nuestro país, hacen que Rajoy pueda seguir sacando pecho de la cualidad que los votantes siempre han reconocido como más característica de los sucesivos gobiernos del PP frente a los socialistas: su capacidad de gestionar y sanear las cuentas de la Nación.

2017, los siete meses transcurridos, han sido, por lo demás, de consolidación –o de cierre de crisis internas– con la celebración de congresos en los cuatro grandes partidos. Desde la resurrección de Pedro Sánchez frente al fracaso de Susana Díaz en el PSOE, al aplastamiento de Errejón y la posterior purga por parte de Iglesias en Podemos. En el centro-derecha español, las cosas han sido más tranquilas y, tanto Mariano Rajoy como Albert Rivera, han visto reforzada, aún más si cabe, su posición al frente de sus formaciones.

Mariano Rajoy

«El poder desgasta a quien no lo tiene»

Cuando hablamos de grandes líderes políticos, pensamos a Adolfo Suarez,Kennedy, Tatcher, a Steve Jobs, Amancio Ortega, Bill Gates en el sector privado. Cuando hablamos de liderazgo en política, un adjetivo inequívoco viene a nuestra mente: carismático. Evocamos discursos de Obama, Churchill, Kennedy, o, incluso, de Felipe González. Los grandes líderes, los que se quedan en el imaginario colectivo, conectan con los ciudadanos, pertenezcan o no a su cuerpo electoral, sean o no de su partido e ideología, por su talento, sus cualidades extraordinarias, su gran capacidad de comunicación, su personalidad arrolladora y una capacidad contagiosa de proyectar a la vez éxito y visión de futuro.

Hoy en día, si en España buscamos liderazgos de esa talla, apenas los encontramos. Necesitamos conformamos con políticos con cierto magnetismo, atractivos y que proyecten éxito, coherencia y credibilidad, además de inspirar confianza en los ciudadanos.

Aquí gobierna Mariano Rajoy desde hace casi seis años. Un presidente que, a pesar de haber sido ridiculizado hasta el extremo por adversarios políticos, redes sociales y medios de comunicación, mantiene un estilo de liderazgo único, difícil de clasificar. A menudo lo he comparado con Andreotti, que fuera siete veces primer ministro italiano y que hizo de su frase: “El poder desgasta, sobre todo a quien no lo tiene”, su gran fortaleza. Rajoy sabe que es así y que, mientras mantenga ese poder, será difícil oscurecerle y minar su resiliencia y su capacidad de reacción. El de Pontevedra sabe que, si quieren gobernar, lo transmite hasta con su mirada tranquila pero firme... ¡tendrán que ganarle en las urnas!

Lo que va de 2017 ha sido complicado para él. Sin mayoría absoluta, su estilo, basado en el “catenaccio” parlamentario, iba a ser puesto a prueba un día sí y otro también. Ha tenido incluso que enfrentarse a una moción de censura un tanto “amateur”, sin ánimo de ofender, por parte del “candidato Iglesias”. Rajoy, fiel a una costumbre que treinta y seis años sin fallarle, desde su primer cargo relevante en la Diputación de Pontevedra... ¡en 1981!, no tuvo más que esperar a que sus contrincantes, se consumieran en sus brasas. Ganó por KO. Esto no mitigó los problemas del Partido Popular con la corrupción, pero permitió atisbar que, en el

cuerpo a cuerpo parlamentario, Rajoy es muy bueno, casi imbatible y, desde luego, difícil de sorprender. Un estilo, tal vez mejorable por algún líder internacional pero insuperable por el actual “póker de ases” de la política de nuestro país.

En su declaración como testigo en el “caso Gürtel”, otra prueba de fuego, tuvo que fajarse contra una feroz armada mediática, en busca de titulares y contradicciones, y unos no menos feroces letrados de la acusación, durísimos en su interrogatorio. Pero el “soldado Rajoy”, el “superviviente Rajoy”, salvó de nuevo la cara. Había preparado su comparencia de forma muy concienzuda, casi como sus oposiciones a Registro, convirtiendo el Tribunal Supremo en una prolongación de Congreso. Dominando la escena con paciencia, seguridad en sí mismo y algo, eso sí, de arrogancia intelectual. Actuó de esta forma porque su olfato, una vez más, le hizo consciente de que, pasara lo que pasara, para su electorado, el caso “Gürtel”, está amortizado. Resulto ileso porque no cometió errores relevantes y porque “regó” las jornadas “post declaración” con datos de empleo extraordinarios... y con un vídeo. ¡Ah, sí!... ese vídeo... esto sí que no puedo defenderlo. ¿A quién se le ocurre comparar la recuperación económica con la llegada del hombre a la luna, el arte de Picasso o la caída del muro? Muy exagerado. Pero, “chapeau” por el resultado final: el “opio” estaba servido para todos los que querían ver “sangre” y a un presidente del Gobierno derrotado.

Solemos hablar de dos tipos de líderes en política: “Transformadores” y “transaccionales”. El primero es creativo, inspirador y carismático. El segundo, también conocido como el “líder institucional”, se centra en el papel de supervisión, de organización y de férreo control de todo el desarrollo del grupo. El liderazgo transaccional conforma un estilo en el cual, el líder promueve el cumplimiento de sus directrices a sus seguidores a través de los premios o castigos.

Cabe un tercer tipo de líder, sin carisma ni especiales dotes de gestión, pero que demuestra una gran habilidad para conservar el poder. ¡El clásico superviviente! Aquí Rajoy merece un sobresaliente... en esto, “the quiet man” es, sencillamente imbatible, aun sin haber igualado todavía a Giulio Andreotti. Su solidez, su fuerza, su seguridad está cimentada en su partido –en donde ejerce de común denominador entre los inevitablemente diferentes grupos de interés– además de en ciertas capacidades, no siendo la menor la de saber esperar para tomar decisiones y aprovechar el error del adversario. Rajoy nunca pasará a la historia por ser el líder más admirado, pero en estos primeros meses del año, merece un notable alto por haber demostrado a sus muchos enemigos que sacarle de la Moncloa no será tarea fácil.

Pedro Sánchez

El renacimiento de la resistencia

Después de aquel 1 de octubre de 2016, “Sábado de Pasión” en Ferraz, casi todos dieron por muerto políticamente a Pedro Sánchez. Hundido, solo y sin escaño desapareció del mapa. Sin embargo, frente a sus barreras emocionales y unas inseguridades que, a menudo, le pasaron factura en las campañas electorales, tenía una virtud esencial para un líder: la resiliencia.

Tal cual lo predije, tal cual sucedió. Sánchez, que reunía en sí mismo todas las cualidades que los novelistas ansían para construir lo que llaman “el viaje del héroe”, volvió para enfrentarse en unas primarias históricas contra un poderoso ejército, mejor pertrechado, y cuyo fin último no era su derrota, sino su completa aniquilación.

Su enemiga, la andaluza Susana Díaz, se equivocó de medio a medio. La casi obscena ostentación en aquella presentación en IFEMA del apoyo de todos los exdirigentes históricos, desde González a Guerra, Rubalcaba, Bono o Zapatero, se volvió en su contra. La “alfombra roja” de la “sultana” provocó el efecto contrario al buscado por ella y sus asesores. Las bases lo entendieron como una “sobrada”... ¡y perdió! Ya Miquel Iceta me había advertido en una entrevista mantenida semanas antes que, cuando se intenta “orientar” o “dirigir” desde la cúspide al grueso de la tropa, se corre el riesgo de que el militante, en la soledad de su libérrima decisión, tome la dirección contraria. ¡La democracia interna estúpidos... la democracia!

Sánchez creó un relato hecho a su medida para ganar. Su capacidad de proyectar una expectativa real de éxito fue brutal y consiguió algo que

los expertos en liderazgo buscamos permanentemente en nuestros clientes: convertir sus defectos en armas letales. ¡Su famoso “No es No” funcionó como eslogan y fue el sello de su venganza! Comenzó a decirse que buscaba el poder por el poder... que será capaz de todo para llegar a La Moncloa. ¿Y? Muchos “compraron” ese mensaje y, para ganar, eso es lo que cuenta.

Tras su victoria en el 39º Congreso del PSOE, Sánchez ha empezado el baile para liderar la izquierda. De momento con una comunicación, a veces confusa, asimétrica y en ocasiones incoherente. Se acerca a Podemos, pero a la vez defiende un espacio propio. Su enemigo principal en realidad no es Rajoy sino Iglesias. Recuperar los cinco millones de votos perdidos, su principal misión.

No le veremos protagonizar, ni una moción de censura ni estridentes actuaciones parlamentarias. No le convienen. Necesita tiempo y se lo tomará. A quien dice que en política no se cambia y que unos buenos asesores no pueden obrar un milagro, Sanchéz les ha dado un bofetón en toda la cara. En pocos meses ha vuelto a liderar Ferraz. ¿Les parece poco? ¡A mí no!

Pablo Iglesias

Carisma perdido: de más a menos

Dos han sido los hitos del líder de Podemos en estos meses: sus primarias contra Errejón y su fallida moción de censura.

Digan lo que digan sus incondicionales, su poder mediático y capacidad de comunicación van de capa caída, como las encuestas que apuntan a la caída de su partido.

Su imagen fue siempre su punto fuerte. Era uno más, “un tío del pueblo”: cercano, con su camisa blanca remangada y distinto al resto de políticos. Era de la “gente”, no de la “casta”. Abrir su abanico de colores y ponerse chaquetas, dos tallas por encima de la suya, no le hace ningún favor. ¡Echo de menos su camisa blanca!

Solía transmitir seguridad, vehemencia y pasión. Su contundencia, sus frases rotundas, gustaban a un público deseoso de un cambio radical, sin compromisos con los partidos tradicionales. Sin embargo, en los últimos meses ha dejado a un lado esa clave para buscar torpemente el centro de cara a fagocitar –o intentarlo– una mayor clientela electoral. Un error de manual que ha minado su base y le ha llevado a perder fuelle en su "asalto a los cielos". En “su” moción de censura fue muy contundente a la hora de criticar al PP... pero pocos recuerdan lo que dijó que hará –¿lo dijo?– si un día llega a ser presidente del Gobierno. Su moción fracasó antes de empezar.

Tenía sentido como relato para afianzarse como líder supremo de la izquierda... si hubiera triunfado Susana Díaz en las primarias del PSOE. Sin embargo, con Sanchéz como ganador, su objetivo se diluyó totalmente. Y es que en política es conveniente reescribir los guiones y reprogramar las hojas de ruta cuantas veces sean necesarias, si los acontecimientos así lo aconsejas. Mal oficio para los que se acomodan o, aún peor, para los que se despistan mirando fotos de situación que han dejado de ser vigentes... aunque sólo haga de ello cinco minutos.

Otro punto fuerte de Iglesias fue la creación de un lenguaje propio. Términos como "casta", “gente”, "puertas giratorias"o expresiones como que “el PP está parasitando las instituciones”, forman ya parte de su diccionario más característico.

En el plano interno, en su batalla contra Errejón, Iglesias demostró una ambición sin límites y se quitó la careta. La purga que siguió a “Vista Alegre 2” fue, sencillamente, brutal. Esto puede ser un arma de doble filo, pero el líder de Podemos tiene ese carisma que le lleva a no conformarse con una victoria sin más; quiere ganar –gobernar– con claridad, y eso es una cualidad natural y clara de un líder político... pero que hay que manejar con ciudado porque cuando haces uso de esta ambición enseñando los dientes en forma “dictatorial”, espantas más que convencer, asustar más que inspirar.

Un grave hándicap de Iglesias es que llega, casi en exclusiva, al público joven y urbano, y debería alcanzar a todas las franjas de edad y al mundo rural. Como buen estratega, sabe que ésta es una limitación notable y por ello, en algún momento, ha intentado retorcer su ideología mirando a un centro que no le pertenece... ¡y se ha equivocado!

Repite una y otra vez la necesidad de expulsar el PP de las instituciones. Esto funciona algún tiempo, pero la vida está llena de matices y la cultura de la queja no es eterna. En la política, como en la vida, hay que saber ceder y apoyar. Su semblante es, a menudo, demasiado serio. Está claro que los problemas sociales contra los cuales lucha, dejan espacio a poco sentido del humor, pero cabría alguna sonrisa más, porque ésa es la clave del carisma. Sonreír contagia energía positiva. Algo que el votante necesita como el aire que respira.

La batalla para liderar la izquierda en España será larga y dura. Estos meses no han sido buenos para el líder de Podemos y tiene una absoluta urgencia de recuperar esa frescura, ese carisma y esa pasión que le llevaron a un triunfo sin precedentes en España: llevar el espíritu del 11-M al parlamento. Pasar de las pancartas de Sol a ocupar 71 escaños en el Congreso.

Albert Rivera

Aspirante a ser el «Macron» español

2017 ha empezado de forma tranquila para Rivera. Su liderazgo en Ciudadnos no está en discusión y ha conseguido sacudirse la vergüenza para autodefinirse como liberal. El ejemplo de Macrón, que ha encontrado un espacio político ganador triunfando de forma espectacular en Francia, le ha ayudado. Rivera no es ni será Macrón, pero por fin ha “cerrado” su ideología como liberal en lo económico y progresista en lo social. Y eso, parece haber llegado a su gente, vistas las encuestas.

Se trata de uno de los líderes españoles que mejor comunican. Habla sin papeles, con lo que parece más espontáneo y con mayor credibilidad. Expone sus ideas de forma clara, concisa y directa, proyectando éxito y ambición. Además, ha hecho de su capacidad de dialogar y negociar su punto fuerte. Su trabajo para facilitar el desbloqueo después de las elecciones del 26 de junio de 2016, siempre será reconocido.

Conecta con un sector del centro derecha, que quiere un reformismo moderado. Su juventud es una ventaja porque tiene ganada una parte de ese “target” que se distancia de los partidos tradicionales. A la vez, resulta atractivo para el público femenino y de mediana edad que busca una alternativa al Partido Popular. Es fotogénico, no es agresivo, irradia frescura, sonrisa y buen rollo... Albert es casi como el amigo que todos queríamos tener. Nunca llegará al público de Iglesias, pero si quiere ser un día el Macrón español, tendrá que ser mucho más “popular” y transversal.

Llegar a conquistar La Moncloa es un reto muy ambicioso y complicado de conseguir y, si de verdad quiere llegar a ser presidente del Gobierno, tiene que demostrar más seguridad en sí mismo y en su ideas y liderar con más pasión y energía.

Rivera es el catalán que gusta a los madrileños y al resto de los españoles porque lucha contra el independentismo y es europeísta. Sabe apreciar las virtudes de anteriores presidentes, desde Suárez a Zapatero, Aznar o Rajoy. Esto da imagen de que no es rehén de su ideología, lo que ayuda en un país tan cainita como el nuestro.

Corre el peligro de diluirse en un tablero político polarizado entre la lucha por el dominio de la izquierda y un PP con un zócalo electoral que parece inamovible. Pero si aprende la lección de Macrón y combina humildad, coherencia y asertividad, podría llegar a ser una alternativa. Tiene mucho tiempo por delante. Estos primeros meses del año han sido buenos para Ciudadanos, pero Rivera tiene que alcanzar aún mayor visibilidad y seguir siendo fuente inagotable de propuestas sensatas y seriamente elaboradas para los ciudadanos.

Nos quedan muchos meses y muchos retos. ¿Sabrán estar nuestros líderes a la altura de las circunstancias? Seguiremos atentos a sus acciones, a sus emociones y que dejen para los actores el teatro del absurdo que a menudo estamos obligados a soportar.