El desafío independentista

Testimonio de un preso político: «Puigdemont es un cobarde. ¿Exiliado? ¿De qué?»

Justiniano Martínez pasó seis años en la cárcel por defender al PCE. «Yo fui torturado. Decir que los ex consejeros son presos políticos es un insulto»

Justiniano Martínez pasó por cinco cárceles durante sus seis años de condena
Justiniano Martínez pasó por cinco cárceles durante sus seis años de condenalarazon

Justiniano Martínez pasó seis años en la cárcel por defender al PCE. «Yo fui torturado. Decir que los ex consejeros son presos políticos es un insulto».

El golpe seco de un puño sobre la mesa retumba en la habitación. «¡Yo fui torturado! ¡Muy torturado! Me colgaban de los pies con las esposas puestas. Y eso es terrible. Eso, o que te cuelguen por las manos sin que llegues al suelo con las puntas de los pies. Las manos se te hinchan y se te clavan los grilletes... También me ponían tumbado sobre una mesa con unos rodillos en la espalda, aunque esa era la mejor tortura, porque te desmayabas y no lo vivías. Eso sí, me rompió las vértebras y me jodió un riñón». Justiniano Martínez apenas pestañea cuando cuenta sus seis años en prisión por defender unas ideas. Mira fijamente y sus ojos, ya marcados por 75 años de vivencias y luchas, dan fe de que sabe de lo que habla. En cada frase que sale de su boca, sentencia.

De joven, en Perpiñán (Francia), fue «guerrillero», «un hombre de la montaña» que pasaba propaganda escondida a través de la frontera. Tras varios años volvió a España y en 1970 fue detenido por intentar reconstruir el PCE, del que era secretario general en Murcia. «El Tribunal de Orden Público me condenó a seis años por asociación ilícita, por ser un elemento peligroso para la seguridad del Estado», recuerda.

«Después de 8 días en comisaría, porque estábamos en Estado de Excepción, entré directamente a la cárcel de Murcia por la enfermería», cuenta sin tapujos. «Estuve 20 meses en preventiva, sin saber cuándo me iban a condenar, con una hija de tres años fuera, otra de tres meses y una pareja con una mano delante y otra detrás». De ahí pasó a la cárcel de Ocaña (Toledo), donde estuvo «siete días sin ver la luz». Y de ahí a la tercera galería de Carabanchel (Madrid). Después llegó a Jaén con el segundo grado y tras esto al penal de Palencia, para finalmente conseguir la libertad condicional. «Seis años...», repite serio. «Y podían haber sido 12...».

Pese a lo duro de su relato, habla tranquilo, serio pero tranquilo. Pero los ojos se le abren como platos y se le «revuelve el estómago» cuando se le pregunta si los consejeros de la Generalitat encarcelados son presos políticos. O si Carles Puigdemont es un exiliado: «Desde el 76 no ha habido presos políticos en este país. ¡Ni uno!». Otro golpe en la mesa.

«Que digan que son presos políticos es un insulto para los que sí que lo fuimos». «No están en la cárcel por sus ideas, están por vulnerar las leyes y la democracia de nuestro país». «Yo luchaba contra un Gobierno impuesto por las armas, en un país que había decidido legítimamente su sistema. Y se sublevó contra aquel régimen, que se llamaba Franco». «Pero ahora no ocurre eso. En España hay un poder legítimamente salido de las urnas que yo defiendo y seguiré defendiendo. Pero claro, en seguida te dicen que eres un franquista o un fascista. Quienes dicen eso no saben ni quién era Franco ni qué es el fascismo. El que dice eso es un irresponsable», apunta Justiniano.

Quiere –más bien exige– que no se usen los términos a la ligera y que se llame a las cosas por su nombre. Por eso, cuando escucha a dirigentes como Pablo Iglesias hablar de presos políticos no puede contenerse: «Me demuestra lo analfabeto que es. Y te lo dice uno que no ha ido a la escuela. Pero la cultura es una cosa y la inteligencia es otra. Su padre fue preso político y diciendo eso no tiene respeto por la memoria que conoce».

«Que digan que en España no hay libertad es una falacia». Habla ahora de los supuestos exiliados, Puigdemont y cuatro de sus ex consejeros: «Cuando veo en Bruselas a unos señores que se marchan de España, donde cada uno puede decir lo que le dé la gana y organizarse como le dé la gana... Y vienen unos cuantos a decir que por encima de todo está la independencia... –para y coge aire– ¡Hombre! Hay un límite, para ellos y para mí, que son las normas de las que nos hemos dotado». «¿Exiliados? ¿De qué?», se pregunta. «Usted ha vulnerado, ha engañado, ha ultrajado y ha robado. Y se ha ido a Bruselas diciéndole a los demás que salgan a la calle... ¡Por ahí no paso!».

«Puigdemont lo que es, es un “cagao”», dice tajante mientras su hija Libertad, que le vigila de cerca, le reprende: «¡Papá!». Él se ríe: «Dice mi hija que no diga “cagao”... Vale, es más que eso, es un cobarde que se va a Bruselas y dice desde allí a la gente: “Venga mis muchachos, tirad para adelante”». «¡Yo no me cagué nunca! Yo luché por conseguir lo que hoy disfrutamos. Ellos no son represaliados, lo somos a los que nos represalió el franquismo». Y repite: «Desde el 76 no ha habido un solo preso político en España».

Se reafirma en sus convicciones: «Soy comunista, pero no soviético o coreano. Soy un comunista español que luchó para que hubiera lo que tenemos hoy. Amo mucho a Cataluña, pero mi país es España». Por eso, no duda en afirmar que, aunque está en contra de Mariano Rajoy y su Gobierno, está «totalmente de acuerdo con la aplicación del 155».

A lo largo de su narración repite una y otra vez una palabra, más necesaria que nunca hoy en día: «Respeto». A las opiniones diferentes y a las reglas del juego. «Yo no voté la Constitución, pero la respeté y la defendí desde el día siguiente, porque eso es lo que se tiene que hacer en democracia». Así que, a los «Jordis» y a los ex consejeros que están en prisión les pide sólo una cosa: «Que digan que se han equivocado, que han vulnerado las leyes de todos los españoles y que vuelvan a la normalidad. Que se presenten a las elecciones cómo quieran y con los programas que quieran, pero siempre de acuerdo con la Ley».

Y si la definición de presos políticos o exiliados le irrita, las recientes protestas y la huelga celebrada en Cataluña le queman por dentro: «Lo que he visto es ignominioso. Primero, porque fue una huelga pagada por el propio Gobierno catalán. Y segundo, porque usaron niños. ¡Utilizar a los niños para cortar las carreteras es un crimen!».

Justi, como le llamaban en el PCE, ha repetido en infinidad de ocasiones que «los nacionalismos son una traición a la clase obrera». Y la huelga de Barcelona, para él, era «una huelga por la independencia. No eran trabajadores. Un obrero no hace eso. Un obrero se enfrenta al patrón».

Es por esto por lo que también carga contra la izquierda actual que coquetea con el independentismo y recuerda el discurso de su compañero Paco Frutos (ex secretario general del PCE) en la manifestación por la unidad del pasado 29-O en Barcelona. Por eso decidió publicar una Tribuna de agradecimiento en un periódico. Y por eso, ahora afirma que su deseo es «recuperar la izquierda». «No hay izquierda. Hay otra cosa, pero la izquierda que señalaba Paco el otro día no existe».

«Hoy –continúa– votaría en Cataluña a Iceta. Porque ya no hay PSUC, aquel partido que era el equilibrio de todo eso, que era nacional y de clase». Critica a IU, a Podemos y también a Ada Colau: «Es la reina del engaño. Se ha desprendido del PSC porque necesita a los nacionalistas». Y quien lo dice es un hombre que fue concejal en el Ayuntamiento de Barcelona y diputado en el Parlamento de Cataluña.

La conversación concluye con una frase muy reveladora: «Yo me he encontrado a mi torturador por la calle. Y no, no quiero la revancha. No quiero volver a las dos españas más. Ni hablar. Y ahora, que me ponga a parir quien quiera, pero desde el respeto».