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¡Que vienen los bárbaros!

Detención del asesino del archiduque Francisco Fernando, crimen que desencadenó la I Guerra Mundial
Detención del asesino del archiduque Francisco Fernando, crimen que desencadenó la I Guerra Mundiallarazon

Cuando el 28 de junio de 1914, Gavrilo Princip se encaramó al estribo del coche que transportaba en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando, heredero de la Monarquía Dual, disparándole a quemarropa, prendía la mecha que sembraría las trincheras y poblaciones europeas de millones de cadáveres. Aquel pistoletazo, simbolizó, además, un cambio de paradigma en el nacionalismo que inundaría Europa en los años de entreguerras, identificándose con el autoritarismo de derechas y significándose como enemigo del liberalismo y de la democracia.

En la posguerra mundial, Hungría en 1920; la Italia mussoliniana en 1922; la España de Primo de Rivera y Franco en 1923 y 1936 respectivamente; el Portugal salazarista, Polonia y Lituania en 1926; Albania en 1928; Yugoslavia en 1929; la Alemania nazi en 1933; Letonia y Estonia en 1934; Bulgaria en 1935; Grecia en 1936; y Rumanía en 1938 vieron la consolidación de este tipo de regímenes. Al mismo tiempo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, puso en marcha una alternativa política totalitaria donde Policía, Ejército y partido único vertebraron la revolución comunista. Ya por entonces, numerosos observadores se fijaron en este fenómeno que el historiador judío francés Élie Halévy caracterizó como «La era de las Tiranías».

Tras la II Guerra Mundial, paralelamente a la lucha entre los bloques democrático-liberal y soviético, también se asistiría a diferentes manifestaciones nacionalistas. El contexto internacional tendió entonces a la configuración de entidades supranacionales. No ha de pensarse, únicamente, en los dos Bloques sino, también, en acuerdos que articularon la posición política de determinados grupos de países como los denominados Países No Alineados (1955) y también, claro, el proceso de construcción europea puesto en marcha con el Tratado de Roma de 1957. Pues bien, incluso en ese entorno, la afirmación nacionalista continuó abriéndose paso a través de manifestaciones como los llamados como Movimientos de Liberación Nacional, la mayoría de ellos de inspiración revolucionaria marxista-leninista –el grupo terrorista ETA en el País Vasco o numerosos movimientos también de perfil violento, surgidos en países de Latinoamérica como Argentina, México, Nicaragua, Guatemala, Perú o Uruguay, entre otros, o, en el Magreb, en el Sahara o Argelia–.

En muchas ocasiones, en esos mismos países hubo también reacciones nacionalistas de corte militar, de signo político contrario y que dieron lugar a regímenes dictatoriales.

Si la centuria había comenzado con un atentado de Sarajevo, terminó, paradójicamente, con una nueva explosión nacionalista, también en los Balcanes, que causó la primera guerra en suelo europeo después de 50 años. No fue el único conflicto étnico-nacionalista de entonces. También en la nueva Rusia se asistió a la aparición de violencia nacionalista, materializada en el terrorismo checheno. Pero, además, en la vida política de la Unión Europea, caracterizada por el parlamentarismo y el Estado de derecho liberal y democrático, también ha habido un creciente protagonismo del nacionalismo. En Italia, la Liga Norte de Umberto Bossi –regionalismo que contrapone los intereses de las zonas ricas del Véneto, el Piamonte y la Lombardía frente al resto del país–, sirvió de palanca para que Silvio Berlusconi alcanzase el poder en 1994, marcando, de una manera u otra, la vida política del país hasta hoy. En España, el terrorismo de ETA se mantuvo hasta 2011 y, como bien sabemos, el problema de vertebración nacional se ha acentuado de manera creciente en torno al nacionalismo catalán, hasta constituirse en uno de las preocupaciones fundamentales hoy.

En Gran Bretaña, los nacionalismos escocés y galés lograron la concesión de la autonomía en 1999 –este año Escocia votará en referéndum su posible, aunque poco probable según los sondeos, independencia del Reino Unido- y el IRA anunció el cese de su lucha armada en 2005.

Junto a ello, varios partidos nacionalistas, xenófobos y antieuropeístas, también han obtenido importantes respaldos electorales en estos últimos años. En Francia, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen –sucedido por su hija Marine– llegó a desbancar al Partido Socialista en la primera ronda electoral de las elecciones presidenciales de 2002, donde obtuvo casi 5 millones de votos y el 16,86% del sufragio. También en Austria, el Partido de la Libertad obtuvo cerca del 27% de los sufragios en 1999. En Holanda, el carismático Pym Fortuyn fundó un partido que le llevó a obtener 26 diputados en las elecciones de mayo de 2002, tras ser asesinado nueve días antes de la cita electoral –las encuestas le pronosticaban hasta 38 escaños, lo que le habría convertido en primera fuerza política del país.

Cuando hoy Europa se enfrenta a una nueva cita con las urnas, los fantasmas del pasado emergen con renovada fuerza. Las encuestas muestran que las opciones eurofóbicas pueden obtener un peso electoral significativo. El proyecto de una Europa unida y común puede ver amenazada su existencia por unas fuerzas centrífugas que remitan a los peores momentos de la historia europea. Europa está ante el espejo.

* Profesor Historia Contemporánea Universidad Complutense de Madrid. Autor de «1914. El año que cambió la historia» (Taurus).