Cataluña

¡Viva el Rey! El de la esperanza

La Razón
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Tras la serie de artículos que desde esta tribuna publiqué con ocasión de las elecciones autonómicas en Cataluña en 2012, decidí esperar a los acontecimientos antes de volver a escribir sobre la "ruleta rusa"a la que nuestro aprendiz de Moisés tiene sometida a Cataluña y a España. Esperaba la cercanía del momento en el que el tambor del revólver ya sólo tuviera una recámara vacía, con la pequeña y vana esperanza que el juego se hubiera acabado y no tener que profundizar -aunque de nada sirviera-, en la carencia de fundamentos jurídicos, históricos e internacionales de la demagógica burrada del derecho a decidir en la España y Unión Europea del s. XXI.

Y seguirá siendo una burrada por más que se acuda al ejemplo de Escocia. En primer lugar, porque allí ha habido la voluntad de la propia Inglaterra de acceder a ello y no porque Escocia tuviera un derecho a una ruptura unilateral, sino porque desde el propio sistema así se ha considerado conveniente a los intereses de la propia Inglaterra.

Lógico, un tratado, un contrato en amplio sentido (el Acta de la Unión de 1707 lo es como también así puede considerarse la Constitución) no puede ni debe romperse unilateralmente, salvo que así se encontrase previsto en el mismo, lo que no es el caso. Su reconsideración requiere de la voluntad de las dos partes, aun presumiendo que se está entre iguales, lo que desde luego no es el caso, ni por el tiempo –apenas 36 años desde la Constitución frente a más de 3 siglos en el caso de Escocia desde el Acta de la Unión- ni por las circunstancias antecedentes.

En segundo lugar (artículo de 21/10/12) la diferencia notable es que Escocia, siendo independiente durante muchos siglos, se unió voluntariamente con Inglaterra. ¡Catalunya sola nunca ha sido jurídicamente independiente! Antes al contrario, por más que le pese a algunos y aun reconociendo su singularidad y los amplios grados de autonomía con los que de facto gozó y goza, surgió como territorio de condados, por lo que fácil es establecer que no podían existir tales sin Reino. Y ello por más que en el Usatge 65 (Cortes 1064) se autodenominara como "Principado", para delimitar un territorio que dependía formalmente de los francos (dinastía Capeta) y que por voluntaria unión dinástica, tras el matrimonio de Ramón Berenguer IV (Conde de Barcelona) con Petronila (1150), se unió al Reino de Aragón, que surgió con anterioridad, también por matrimonio (s. X), de la unión de los condados aragoneses con el Reino de Pamplona.

No se puede hablar de independencia en estrictos términos hasta el s. XIII, pero ello ya cuando Catalunya forma parte de la Corona de Aragón, hecho que se produce con la desvinculación, jurídicamente en forma, de la monarquía francesa por el Tratado de Corbeil (1258) entre Jaime I y el Rey de Francia Luis IX. El Rey de Francia renunciaba a sus derechos sobre los territorios situados al sur de los Pirineos -entre ellos el de Barcelona-, mientras que nuestro Rey renunciaba a los condados a su norte. Lo que no entiendo, si se pretende un fundamento histórico, es como no se denuncia por el Parlament y la Generalitat el Tratado de Corbeil y se negocia con Francia que el día 9 de noviembre deje votar a los ciudadanos de los antiguos condados catalanes hoy de soberanía francesa. Allí también se habla catalán, doy fe.

Al margen de esta tramposa demagogia sobre fundamentos históricos -ya que otros no pueden esgrimirse, a salvo de caer en profundas incoherencias que nos llevarían a establecer ese pretendido derecho al ámbito de mi barrio o de mi casa-, dos acontecimientos, cercanos en el tiempo pero de indudable significación y siquiera posible influencia en la enquistada situación catalana, me han llevado a publicar estas reflexiones antes de seguir con el sin sentido conceptual y anti democrático del derecho a decidir si se predica con carácter unilateral. Veamos.

Decía en mi artículo de 23/11/12: Ya que la ruptura se vislumbra, atención al momento que se elija. Podría ser demasiado tarde. El tsunami secesionista, del que Unió es también responsable, puede ahogarles, o con la ola, o con su resaca. Aunque más vale tarde que nunca, no anima en demasía el reciente posicionamiento -como siempre equívoco- de Duran Lleida. Parece como si estuviera prisionero, de no se sabe quién ni porqué. La continuidad en "este sí pero no", nunca sería perdonado por los catalanes, ni por los unos ni por los otros. Esa ruptura de una vez con Convergencia de nada serviría, si es que no va seguida de una contundente actitud de lealtad a la Constitución y al nuevo Rey.

Son mínimas y necesarias lealtades que no requieren especial convicción. Ese es el mensaje que necesita España y especialmente Cataluña. Esa es la valentía y altura de miras que un político como Duran Lleida debería demostrar. Lo fácil ahora en Cataluña es "bailar"con el derecho a decidir ¿Cómo puede ser que a estas alturas alguien piense que no puede ser compatible una postura exigente y reivindicativa con el Estado y al tiempo demostrarle lealtad? ¿Quién mejor en este momento que Duran Lleida? ¿Es que no se da cuenta de su responsabilidad histórica?

Aun así, el tsunami que se anunciaba ha llegado muy lejos. Tras la ruptura, si llegara, habría que correr para recomponer el panorama político de Cataluña. Lo que está en juego requeriría de amplia generosidad de los partidos constitucionalistas, especialmente recomendable al Partido Popular que en el Principado aún no ha llegado a su suelo y que no puede, ante lo que se ha provocado, fiarlo todo a la recuperación económica.

Por el contrario la sucesión a la Corona me ha llenado de esperanza.

Al conocerse la abdicación y con ocasión de la organización de un evento, en el que las mesas se identificarán con nombres de reyes de España, incluyendo los apodos con los que han pasado a la historia, de inmediato surgió un problema cuando todo el mundo exigió incluir a Felipe VI. El nuevo Rey carece aún de apodo. Lógico, los apodos surgen tras años de reinado en el que se destaca algo relativo al monarca o a su reinado ¿Qué hacer? Repasé los sentimientos que me produjo la noticia y leí con atención el corto discurso de abdicación del Rey. Por dos veces menciona "esperanza"como la emoción que sugiere el futuro, lo que coincidía con la optimista agitación que me produjo la declaración.

Esperanza que para los catalanes que nos sentimos españoles se circunscribe, no tanto a lo que pueda hacer políticamente el nuevo Rey, ya que constitucionalmente tiene las manos atadas, sino porque necesitamos más que nunca renovar ese vínculo entre los catalanes y los demás españoles que sin duda se manifiesta en la Monarquía, y que ahora se rejuvenece con ilusionante fuerza. Eso se sabe y no ha gustado a los que hoy señorean el Principado. Es un contratiempo inesperado en su hoja de ruta. De ahí la pataleta del voto en contra, o la cobardía de la abstención, por no referir las impresentables declaraciones de Francesc Homs. Cómo suben el tono cuando tratan de neutralizar lo que no les gusta; y como buscan la provocación a través de una política cada vez más zafia basada en el frívolo descrédito, la calumnia y la mentira.

Y es que desde el s. XII (si se prefiere desde el s. XV) la Monarquía resulta referencia y símbolo de una muy larga historia común entre el Principado y su Reino, aunque, como sucede en todas las familias, pueda estar preñada de aciertos y errores recíprocos.

Por ello permítame Señor, que desde esta tribuna y desde la humildad que me incumbe, le manifieste como sin duda es ya consciente, que los sentimientos negativos (que vergüenza lo del Liceo) que pueda percibir de los catalanes son arteramente inducidos, por lo que sin querer atribuirle más responsabilidades de las que le correspondan, crea firmemente que muchos catalanes contamos que esa esperanza, con la que celebraremos su proclamación, se convierta en Catalunya, a través de su persona y con la ayuda de todos, en la superación de un provocado desafecto que ahora nos embarga, nos ahoga y nos divide, sin llevarnos a ninguna parte más que al abismo.

Nadie como Su Alteza Real puede hoy, por más que sea una ardua tarea, hacer sentir a Catalunya que es querida de verdad por España. Intuyo que esta apreciación, entre otras, no ha sido ajena a los motivos por los que Su Majestad el Rey, ha tomado su decisión. Qué gran Rey se va y que esperanzador Rey viene.

*Abogado