Pactos electorales

Pedro Sánchez empieza a virar hacia la abstención

El PSOE traslada la presión a Ciudadanos y avanza que si el PP suma sus apoyos podría «completar» la investidura. El líder asumiría la decisión como propia ante bases y barones y la revestiría de estabilidad y sentido de Estado.

Pedro Sánchez empieza a virar hacia la abstención
Pedro Sánchez empieza a virar hacia la abstenciónlarazon

El PSOE traslada la presión a Ciudadanos y avanza que si el PP suma sus apoyos podría «completar» la investidura. El líder asumiría la decisión como propia ante bases y barones y la revestiría de estabilidad y sentido de Estado.

El PSOE camina en el alambre. Haciendo equilibrios entre una posición de fuerza y de credibilidad ante su militancia –el «no» a Mariano Rajoy– y un rol de partido de Estado y facilitador de la gobernabilidad –vehiculado a través de la abstención–. El debate está servido y la división interna también. Hay partidarios y detractores de cada una de las tesis que tratan de atraer al líder socialista hacia sus postulados. Sin embargo, tal y como ha podido saber LA RAZÓN, Pedro Sánchez se encuentra «a día de hoy» más próximo a las tesis abstencionistas que a las que alientan el bloqueo y se afana en buscar la fórmula para revestir un sentido del voto que choca abiertamente con la pulsión ideológica de su electorado.

«A día de hoy nuestra posición es no». Con esta leve matización, el secretario general del PSOE abrió el miércoles la veda a explorar otras opciones que la mera y taxativa negativa al presidente en funciones. Sus acólitos, su núcleo duro, habían jaleado hasta la extenuación y en su ausencia mediática que el partido no se movería de esta postura en primera y en segunda votación e incluso se apuntaba a que «jamás» se daría continuidad a un gobierno de Rajoy. Sin embargo, el resquicio que abrieron primero los barones en sus visitas a Ferraz, en las que no descartaban una «futura» abstención si el escenario cambiaba, es asumido ahora por Sánchez. Una decisión que entraña sus riesgos. La principal contingencia interna radica en que favorecer que gobierne el presidente en funciones puede desacreditar a un candidato frente a la militancia, que es –al fin y al cabo– quien elegirá al próximo secretario general. Con su voto en la investidura de Rajoy, el PSOE y Sánchez se juegan mucho más que elegir el signo del Gobierno de España, también condicionan la lucha por el liderazgo del partido.

Sánchez espera esquivar esta trágala trasladando la presión a Ciudadanos. Si la formación de Albert Rivera avala el gobierno de Mariano Rajoy, éste habría conseguido sumar un importante apoyo y, con 170 diputados, encararía la investidura en una «posición de mucha fuerza que le permitiría –incluso– completarla», comenta un barón afín al secretario general. «Si el PP no cuenta con ningún apoyo externo a sus 137 escaños, no vamos a abstenernos, porque eso significaría avalar una situación en la que no ha cambiado nada», destaca otro dirigente. No obstante, la puerta no se cierra y se mantiene viva la expectativa de lo que puedan deparar los próximos días. «Si en las próximas semanas cambia el panorama, quizá Rajoy esté en condiciones de alcanzar la investidura», señaló ayer el miembro del «gobierno en la sombra» del PSOE, José Enrique Serrano. El «escenario ideal» del PSOE es que Ciudadanos condicione su «sí» a que el PP asuma un «plan de regeneración», un plan al que los socialistas sumen sus propias condiciones a cambio de facilitar la investidura. Desde el partido se entiende que permitir que el PP gobierne en minoría, sólo con sus escaños, es «irresponsable», porque generaría un clima de inestabilidad en el que la moción de censura sobrevolaría el hemiciclo al primer caso de corrupción que afecte al PP que se destape. De ahí que los socialistas requieran el aval explícito de Rivera.

Sin embargo, esa pantalla todavía no ha llegado. Ciudadanos sitúa la abstención como un máximo y, ante ese escenario, el PSOE no puede moverse del «no». Al menos en público, porque en privado, según fuentes del entorno de Sánchez, el líder socialista ya se plantea cómo puede dar salida a esta encrucijada. El secretario general busca la fórmula para –con el apoyo previo de C’s– asumir la abstención como una postura propia ante los barones y la militancia. Una posición arriesgada que busca revestir de un manto de estabilidad. Sánchez quiere trasladar la idea de que, frente a quienes le acusan de que sólo piensa en su supervivencia política, es un líder con sentido de Estado que superpone los intereses de España sobre los del partido. Una tesis defendida por la vieja guardia del partido, que choca –sin embargo– con parte de los afines a Pedro Sánchez, anclados en el bloqueo.

En este sentido orientó el ex presidente Felipe González al líder socialista en su encuentro tras las elecciones. El líder socialista salió de su encierro para visitar al ex dirigente y recibir su consejo, dirigido a no impedir que la fuerza más votada gobierne. Así, desde la oposición, los socialistas podrían reconstruir su proyecto y, tras una legislatura corta, poder concurrir de nuevo a las elecciones con opciones de recuperar el Gobierno. Sin embargo, que el PSOE adopte esta postura tiene otro riesgo añadido. Una sensación de «déjà vu». En Ferraz existe el temor de que el partido se retrotraiga a 1996, cuando el propio González permitió que José María Aznar gobernase en solitario y, cuatro años después, en lugar de volver a teñir de rojo La Moncloa, el PP obtuvo mayoría absoluta.

Aunque Sánchez no lo descartara abiertamente, tras su reunión con Rajoy, la opción de que el líder del PSOE intente formar Gobierno es una tesis que no barajan, por el momento, en la dirección. «Para ello, sería imprescindible un apoyo incondicional de Podemos», destaca un dirigente, que lo considera «imposible». Casi tanto como hacer compatibles a Rivera e Iglesias. Si Ciudadanos no entra en la ecuación, la gobernabilidad recaería irremediablemente en los independentistas–proclives ahora a dar su apoyo a Sánchez sin líneas rojas–, una postura que ni la dirección ni los territorios valoran. Los barones se reservan su derecho a desestabilizar a su secretario general, una opción que sólo ejercitarían en caso de que intente la investidura.