Toros

Eugenio de Mora y el paraíso de la memoria

Eugenio de Mora realiza un muletazo a uno de los astados de su lote
Eugenio de Mora realiza un muletazo a uno de los astados de su lotelarazon

El toledano corta una oreja de ley tras una emotiva faena y Barrio da una vuelta al ruedo tras jugársela en el sexto.

Eugenio de Mora nos recordó que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Caleidoscopio que perdura en el tiempo, en nuestras retinas, por efímero que sea. Como el toreo. Lo bordó ayer ese manchego que, con azaroso aire quijotesco, mil y un duelos y quebrantos en el esportón, batalló gloria y sinsabores, lesiones y demás golpes de gigantescos molinos hasta salir victorioso en su penúltima cruzada. Oreja rotunda, de ley, en Las Ventas. Primera del curso 2015 y para todo un doble triunfador en San Isidro, que a nadie se le olvide. Ya saben, la memoria. El de Mora volvió por sus fueros en el precioso salpicado cuarto. Tan hermoso como descarado por delante. Nos transportó Eugenio a los 90 cuando toreaba como nadie de hinojos en un emotivo comienzo de faena. Luego, vinieron naturales excelsos en series cortas, pero muy intensas. Corrió la mano a placer gracias a la nobleza y fijeza de su rival. Relajado, casi con desmayo en alguno de ellos. Bocanadas de clasicismo que refrendó con la derecha en dos tandas profundas. Acompasaron los de pecho y trincherazos. Tizona solvente y una oreja incontestable.

En el primero, ya corroboró las gratísimas sensaciones que dejó el pasado verano. El toledano supo entender a un colorado muy entipado, bajo y bien hecho, muy astifino, con las velas buscando las cosquillas al mismo cielo. Tardo, se pensaba la embestida, pero cuando arrancó, lo hizo con genio y transmisión, aunque algo por dentro y rebrincado. Eugenio, firme y convencido, lo cuidó, le provocó siempre el viaje y lo toreó con pureza. Muy clásico. Elegancia en los remates. Mano baja y poder en el toreo en redondo. Por encima de su rival, hubo dos tandas de derechazos muy buenas. Series cortas que impidieron que terminara de prender la chispa. Otra postrera maciza. El pinchazo impidió que la rotunda ovación no invitara a reclamar incluso un botín mayor.

Tres años después, Víctor Barrio regresaba a Las Ventas. Otro Domingo de Resurrección. Como el de aquella alternativa soñada y crisalidada en pesadilla. La cornada del que no torea. Demasiada factura. Su contundente triunfo invernal en Valdemorillo abrió puertas. La de Madrid, la primera. Esperar para estrellar ilusiones y sueños con un jabonero sin fuerzas. Le pegó dos tafalleras de salida en la boca de riego y luego el animal tuvo calidad y buen son, pero fue un perenne quiero y no puedo por la endeblez de la res. Ese empeño se tornó éxito en el que cerró plaza. Manso y desentendido en los primeros tercios, se llevó tres puyazos. Nadie apostaba ni la migaja de la última torrija de Pascua por él. Sólo el espigado segoviano. Se fajó con el toro, aquerenciado siempre, y con esa, cada vez más característica, verticalidad, lo cuajó jugándose las femorales. Valor por arrobas. Mayor rotundidad por el derecho. Sin usar el verduguillo, quizá más que vuelta al ruedo.

Inédito se fue Pepe Moral de esta postrera guinda de Semana Santa. Más terciado y protestado de salida, el segundo blandeó en el peto del caballo y no mejoró en el tercio de muleta. Deslucido, sin clase ni transmisión, el sevillano no alargó la penitencia y abrevió. En el trasteo y en la suerte suprema. Sensacional estoconazo hasta la yema en lo alto para despenarlo. De premio. Como un calco, se repitió el guión en el quinto, estocada hasta los gavilanes incluida. Otro burel sin gracia alguna. Descastado, sin bríos y con nula emoción. Moral, sin opciones.

Qué buen sabor de boca nos dejó Eugenio de Mora. Volverá el 10 de mayo. San Isidro mediante. Almibarado regreso al Edén de la memoria.