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A favor, muy a favor, de tomar apuntes, memorizar y de los deberes

Alberto Royo, profesor, y que acaba de sacar su último libro, genera un arduo debate en Twitter al defender que en sus clases se toman apuntes

A favor, muy a favor, de tomar apuntes, memorizar y de los deberes
A favor, muy a favor, de tomar apuntes, memorizar y de los debereslarazon

La emoción ha sustituido por completo a la razón. Si el XIX fue el siglo de las luces y la razón, el XXI es el de los corazones oprimidos con la canción de Imagine sonando de fondo y, desde luego y absolutamente, una colección de jóvenes desencantados que se dan de bruces con la realidad en cuanto los sueltan a la vida real.

En esta vida todo tiene un lado positivo y otro negativo. Con las redes sociales pasa también, claro. En Facebook he conocido personas de lo más interesante y entre ellas se encuentra Alberto Royo, profesor. En su twitter se hace llamar profesor Atticus, que si se usara como filtro para saber quién sabe a qué se refiere, ya, de entrada, dejaría fuera a varios. Lamentablemente muchos jóvenes de hoy ni saben quién fue Harper Lee ni, por supuesto, su famosa y bellísima novela Matar a un ruiseñor. Incluso (me atrevería a decir) ni siquiera han visto la (también) bellísima película.

Pero no vengo a hablar de literatura sino del último y, polémico, hilo de twitter del profesor Royo. Sí, ahora las polémicas las generan los hilos de twitter, ya ni los libros pero ese es otro tema. Resulta que Alberto Royo abrió hilo (moda es) diciendo que en sus clases se toman apuntes y arguyó una serie de conceptos con los que estoy, francamente, al 100% de acuerdo.

Les repaso en pantallazo algún comentario de dicho hilo

Si yo volviese a ser alumna sería de las que gozaría teniendo a Alberto de profesor. Y si fuese profesora, sería como él. Pero, aclaro, para que estas cosas sucedan te tiene que ocurrir primero que te guste saber y, segundo, que estés acostumbrado al esfuerzo y éste no te asuste.

Desafortunadamente estos dos criterios hoy día escasean y lo hacen desde al menos dos décadas, haciendo que los resultados académicos, restando brillantísimas excepciones, sean bastante mediocres. Eso sí, con exigencias dignas de cum laude. Y, por supuesto, despertar en el niño/adolescente, el gusto por aprender, ni es tarea sencilla ni algo que se logre de un día para otro y, sin esfuerzo.

De entrada soy conservadora en muchos aspectos y uno de ellos es cómo afrontar la educación académica. Soy de las que está a favor de los deberes, de memorizar y, por supuesto, de tomar apuntes. Un horror, o una facha en los tiempos que corren. Pero no estoy a favor porque sí, porque eso es orden y ley y punto. Lo estoy porque me parece lo lógico y normal si atendemos a cómo funciona un cerebro y, desde luego, cómo funciona el ser humano (con tendencia natural a no esforzarse) y, muy especialmente, los niños.

Miren, de un tiempo a esta parte, pongamos treinta años, nada que implique esfuerzo tiene buena prensa. Vivimos la época dorada de la vida feliz, de que nada traumatice a los niños, de que todo lo que deseas se cumplirá, de lo que muchos llaman la vida Mr. Wonderful o, como dice mi amiga y sabia amiga Sira Antequera, instalados en la filosofía vital Disney. Ya saben, los problemas siempre se resuelven, la vida es maravillosa y todo siempre acaba teniendo un final feliz.

Claro, crecer con padres, profesores y sociedad en general que te transmiten todo eso y sin el importantísimo y necesario valor del esfuerzo y la constancia, es el perfecto caldo de cultivo para generar una sociedad que ahora es mayoría (año arriba, año abajo) en los nacidos a partir de 1980: jóvenes y no tan jóvenes que solo saben hablar de SUS derechos, que desconocen SUS obligaciones, a quienes todo se les ha regalado, incluidos los aprobados, a quienes se les ha educado (en general) como finos jarrones de porcelana y que están (normal) desencantados porque sienten que los han estafado.

A los sociólogos corresponde averiguar qué hay detrás de todo esto pero, grosso modo, bien podrían enumerarse varias cosas como, el boom económico que vivió España en los ochenta, la caída de la natalidad (no es lo mismo tener cinco hijos que uno o dos) y la llegada de pseudo filosofías chorras propias de tiempos de paz y de ausencia de verdaderos problemas. Estoy convencida de que un joven de veinte años de 1916 o de 1945 no tenía las mismas idioteces en su cabecita que un millenial. Eran otros tiempos, claro. Y con eso lo arreglamos todo.

Pues no.

Pero volvamos al tema del hilo. Tomar apuntes es valiosísimo. En primer lugar porque te hace concentrarte en lo que el profesor está diciendo, en segundo porque si estás concentrado, ya estás estudiando, memorizando (sí, sí, memorizando, ¡qué delito!) buena parte del temario, en tercer lugar practicas la caligrafía (¿se han dado cuenta de que ya no escriben como antes porque apenas usan el bolígrafo?) y, por último, tomar apuntes, que no copiar literalmente (eso es un dictado) hace que tu mente tenga que diseccionar el trigo de la paja, hace poner a funcionar al cerebro para enumerar apartados, epígrafes, es decir, te hace comprender lo que estás escuchando de manera que si no lo entiendes, primer paso para aprender algo y no ser un lorete, no podrás esquematizar. Y todo eso es valioso, a la par que utilísimo, a la hora de ponerte después a estudiar para que te evalúen. Sí, una injusticia infinita la de humillar a un alumno a pasar un examen para saber si es o no apto. Con lo fácil que sería ponerles a todos un diez.

Quien ha tomado apuntes sabe que se ha de hacer a toda pastilla porque no es un dictado (de ahí las famosas abreviaturas que todo casi todos los universitarios suelen usar para esta técnica), que se ha de enumerar, agrupar mediante colores, subrayados, epígrafes, números, negritas...lo que a cada uno le guste más, para poder después usarlo a la hora de estudiar. Por cierto, quien tiene la suerte de disponer de una buena memoria, si recoge buenos apuntes, apenas tendrá después que repasar. Es decir, sus esfuerzos serán, no menores, sino más eficaces.

Cuando más apuntes tomé yo fue en la facultad. Cierto es que hice la carrera de Historia, de la más propicia para dicha fórmula de estudio. Si la memoria no me falla, la explicación de la Revolución Francesa duró aproximadamente dos meses (teniendo la asignatura de historia contemporánea tres veces por semana). Esto planteaba la siguiente situación: en el examen, al finalizar el cuatrimestre, y que solía tener tan solo dos preguntas a desarrollar, una de ellas, sí o sí, iba a ir sobre la revolución. Y, desde luego no te preguntaban toda ella, así en bloque. Te podía caer una etapa, un personaje y su influencia, un filósofo o incluso una batalla (eso era rarísimo).

El caso es que solo ese temario, en apuntes, sumaba unos cien folios tomados a mano. ¿Se memorizan cien folios? Sí y no y me explico. Para escribir este artículo he buscado los apuntes de mi carrera y, si bien no he encontrado los de la citada revolución, sí me he encontrado con esto que en una foto explica mucho mejor que en diez mil palabras lo que quiero decir: seleccionar por epígrafes para estructurar y, después, desarrollar. Fíjense ustedes en la “tontería” que es tan útil para cualquier trabajo: estructura, desarrollo, orden, éxito. Y claro, muchos dirán que para hacer eso hay que aprender, o lo que es lo mismo, hay que enseñar.

Y sí, parece obvio que hay que hacerlo. Quizás mejorando las técnicas de estudio y enseñándoles desde primaria a estructurar para después, memorizar. Sí, no hay otra vía. O la hay pero los resultados no son los mismos. Las etapas de la Revolución Francesa, los nombres, las fechas, te las tienes que memorizar sí o sí. No sé cuál es la inquina a desarrollar lo que es una parte importantísima de la inteligencia. Como te tienes que memorizar muchos otros conceptos según lo que estudies. Estudiar, como cualquier otra actividad intelectual, requiere de esfuerzo, constancia, tesón y todo ello puede resultar tedioso a veces. Pero los resultados académicos, el saber no se adquiere sin todo ello. Es muy importante que esto no se pierda jamás de vista.

En el citado hilo de Royo hay personas que lo tachan de anticuado, retrógrado...y me hago la misma pregunta de siempre: Si algo funciona y lo hace bien, ¿por qué cambiarlo? Y enseguida me contesto a mí misma. No es que quieran buscar alternativas más eficaces para el éxito, que podríamos hacerlo, es que buscan esforzarse lo mínimo para exigir lo máximo y, sobre todo, que los niños sean felices. Eso que no nos falte porque la emoción ha sustituido por completo a la razón. Si el XIX fue el siglo de las luces y la razón, el XXI es el de los corazones oprimidos con la canción de Imagine sonando de fondo y, desde luego y absolutamente, una colección de jóvenes desencantados que se dan de bruces con la realidad en cuanto los sueltan a la vida real, donde ni tu jefe está pendiente de tu felicidad, ni vas a seguir conservando un empleo si no eres rentable para la empresa porque, francamente, les importa un bledo si te vas a o no a traumatizar en la cola del paro. Luego que si tenemos una sociedad que se infla a ansiolíticos.

Y una última cosa. Observen con detalle la cantidad de faltas de ortografía de quienes llevan la contraria a don Alberto en el hilo. Se ve que no han esquematizado y memorizado eso de las palabras agudas, llanas y esdrújulas. Que total, eso ya te lo dice Google en un pis pas y para que nos lo vamos a aprender, ¿verdad?

Alberto Royo acaba de publicar el libro Cuaderno de un profesor