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La fiesta del sábado: palabras que se ocultan

La fiesta del sábado: palabras que se ocultan
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Esta semana para mí ha sido demasiado corta. Llegué a Madrid el lunes por la noche y ahora estoy en Úbeda, ciudad con una arquitectura renacentista del siglo XVI maravillosa. Cuando me refiero a semana corta son mis días en Madrid con la rutina del trabajo y compromisos sociales que abandono en el momento en que me subo a un tren, coche o avión. Por cierto, ayer perdimos el tren que nos bajaba a Jaén y tuvimos que alquilar un taxi, pero a mi compañera de viaje y a mí nos pareció que era una aventura divertida y aceptamos nuestro despiste con humor... En la vida todo es cuestión de actitud y no crearse problemas por tonterías. Y aquí estoy, en el hotel Palacio de Úbeda, escribiendo desde la cama en una habitación –que me hace sentir como un personaje histórico– ubicada en el torreón del palacio: absolutamente maravilloso. Me asomo al balcón y percibo el pequeño tamaño de las gentes de esa época, pues las barandillas me llegan a media pierna produciéndome un tremendo vértigo mientras unas bellísimas cariátides me observan por doquier. El color de la piedra de arenisca dorada por el sol crea una sensación mágica y envolvente. Este palacio tiene un balcón de esquina muy utilizado en el Renacimiento español y que son seña de identidad en Úbeda, con una columnilla de mármol blanco que parece querer sujetar esa esquina tan típica y bella de este palacio de los duques de Guadiana, hoy convertido en hotel. Los españoles no sé si somos conscientes de las bellezas arquitectónicas que encierran nuestras ciudades. Cada día me siento más orgullosa de nuestra historia y me preocupa cómo se está devaluando, queriendo incluso cambiarla al antojo de cada autonomía, lo que genera confusión en la gente joven, que parece vivir de espaldas a la cultura y formación humanística. El motivo de esta visita es el Festival de Flamenco y Danza que ya tiene 31 años y una calidad extraordinaria. Hoy escucharé a mi admirado amigo José Mercé acompañado de Tomatito. Hablando de cultura, he leído un artículo de Pérez-Reverte, que me ha reconfortado al ver que no solo yo pienso que nuestras libertades, hasta en la forma de utilizar las palabras, están siendo recortadas e incluso auto censuradas. Son cada vez más los eufemismos que usamos por no usar la palabra adecuada en nuestra lengua castellana, el español hablado por 570 millones de personas. Por supuesto que el lenguaje evoluciona según la gente que lo utiliza, de no ser así seguiríamos hablando como Gonzalo de Berceo. Pero dejar de utilizar palabras o someterlas a censura social va haciendo que nuestra lengua se reduzca y empobrezcan sus matices y registros. Pérez-Reverte defiende tres que me parecen preciosas pero que ya casi están en desuso porque se consideran peyorativas. Hembra, parir y preñar. Si se te ocurre decir «cuántas mujeres se ven preñadas en primavera» al quitarse los abrigos, te miran mal, con rechazo a esa palabra que me parece hermosa, noble y respetable. Viene del latín «praegnare», llenar, fecundar o hacer concebir. Otra maldita es hembra, del latín «femina» y que significa mujer. En la Edad Media se utilizaba como fembra o femma. Y fue evolucionando hasta cambiar la f por la h actual. Todos hemos oído ese piropo para designar la belleza de una mujer: «Es una real hembra» ¿Y qué me dicen de parir? Ahora nadie pare... Significa alumbrar o dar a luz. Hay otras palabras como ciego, ahora invidente, o negro, que llaman de color. Pero, ¿de qué color? Nosotros también somos de color blanco, con matices más o menos tostados. Vivimos rodeados de eufemismos que ya me están hartando. Usemos sin complejos nuestro hermoso vocabulario dándole el sentido exacto y dejemos a un lado los anglicismos y palabras cursis queriendo parecer lo que no somos.