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Tiempos de conflictos

Carmen Lomana, por las calles de Madrid
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Para mí con el otoño comienza mi temporada de cine. Soy incapaz de ir al cine en verano entrar en un recinto oscuro cuando puedo estar sentada en una terraza al sol. Es un plan que no me seduce. Sin embargo esas tardes de domingo que quedas con un amigo para tomar algo y después sesión de cine son una delicia.

El miércoles fui al estreno de «Sordo» en el cine Capitol de la Gran Vía, en Madrid. Esos estrenos tienen mucha gracia por su aire tipo Hollywood, alfombra roja, enorme «photocall» y, por supuesto, muchísimos actores a los que siempre es agradable ver. El plantel de actores de la película es extraordinario. El protagonista, Asier Etxeandía, hace una interpretación de lo más grande que he visto en mi vida; Imanol Arias, Hugo Silva, Aitor Luna, todos forman un reparto de lujo. El tema es duro y recurrente con la Guerra Civil y ambientado en 1944 cuando todavía los «maquis» guerrilleros estaban en los montes del norte principalmente en Asturias esperando ayuda de Francia para sabotear y dar un golpe al Gobierno de Franco (demasiado ingenuo por su parte). Estaban muy perseguidos. Anselmo (Etxeandia) es uno de ellos. Tras un sabotaje para volar un puente se queda sordo. La pérdida de este sentido se convertirá en uno de sus mayores enemigos. A partir de ese momento se desarrolla la trama violenta. No sé si es malo o no recordar tanto nuestra contienda, después de ochenta años. ¿Quién se acuerda de eso? Todos o casi todos los que la vivieron han muerto. ¿Por qué desenterrar la historia? ¿Por qué desenterrar odios y rencores? No creo que este Gobierno en funciones tenga derecho a querer imponérsela a todos, lo que importa es que no haya otra. Deliberadamente tenemos que olvidar. Hay que reconciliarse para siempre. España es un país duro, bronco, difícil. Bastante bárbaro y no tiene término medio. Estamos obligados a no echar más leña al fuego.

Y hablando de «maquis», recuerdo una historia en Asturias de un grupo de ellos. El jefe se llamaba Bernabé, era un verano de principios de los 50, comentaban que bajaba a la playa vestido de mujer. Era muy pequeña pero me enteraba de las conversaciones de los mayores hablando de esos personajes y recomendando cerrar puertas y ventanas por la noche no fuesen a entrar para raptarnos y pedir rescate. Y en esas estábamos cuando efectivamente secuestraron a un amigo de mis padres, Tomás Azpiri, un hombre muy fuerte que yo a veces veía surcando el mar Cantábrico con su enorme brazada de nadador curtido en mil batallas. Aparecieron en su casa a medianoche, la casa de Azpiri estaba colgada de un promontorio encima del mar, lugar solitario pero bellísimo. Se lo llevaron pidiendo un alto rescate. Pueden imaginarse la que se armó en la zona de Llanes, concretamente en Celorio, donde estaba su casa. Aunque pensándolo bien cuando lo veo en la distancia de mi nublada memoria de niña creo que todos siguieron el curso de aquel extraño verano como si nada pasase e intentando descubrir si esa estrambótica turista que de vez en cuando aparecía en la playa con peluca rubia y pañuelo sería el legendario Maquí Bernabé. El secuestro término bien pagando el rescate, estos guerrilleros se escondían en la zona de Porrua precioso pueblo rodeado de montañas y frondosos bosques inaccesibles. Enviaron a una persona del pueblo en bicicleta con el dinero, que tuvo mil problemas para llegar al punto indicado. Según cuentan, del estrés sufrido se quedó mal. Lo recuerdo después de muchos años malhumorado vagando solitario y mascullando palabrotas. Estas historia forman parte de mi memoria, eran tiempos difíciles pero nunca fui consciente de ello, mi vida era la de una niña feliz que se sentía protegida por sus padres y a la que nunca me faltó nada, pero existía otra realidad más difícil, pero gracias a todos los españoles y un gran esfuerzo el país consiguió salir adelante y olvidar tanto dolor.