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Ética frente a corrupción

La Razón
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La corrupción política consiste en el mal uso del poder para conseguir una ventaja ilegítima, generalmente secreta y privada, y que suele estar muy ligada a la falta de transparencia. El fenómeno de la corrupción se instala en el ejercicio del poder y también en la delincuencia económica, aunque es cierto que la mayor preocupación se centra en el sector público, puesto que si bien el poder de corromper suele estar centrado en quien puede vencer voluntades, y para ello es necesario dinero o algo similar, no es menos cierto que frente a ello sólo se puede oponer, además de la transparencia, un sistema de prevención y un modelo de justicia eficaz, y lo mejor de la naturaleza humana, la moralidad. La famosa frase de Lord Acton, según la cual «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente», nos permite sostener que un sistema no democrático resulta esencialmente corrupto, pero la democracia no inmuniza contra las prácticas corruptas, cuya generalización suele socavar la legitimidad del sistema. Había un viejo axioma que se venía repitiendo que consiste en que sin democracia no hay progreso real. Hoy, algún gigante asiático nos puede intentar demostrar lo contrario, más no podemos caer en el error. Sólo la democracia y la transparencia pueden asegurar un mínimo de legitimidad en el ejercicio del poder. Lo demás es mero autoritarismo, algo corrupto por esencia. Pero además de defendernos de la corrupción como fenómeno actual, debemos profundizar en las causas de la misma para así elaborar una auténtica auditoría de riesgos –eso que ahora se llama «compliance»– para identificar los procesos y prácticas donde se producen con mayor frecuencia, con el fin de buscar soluciones eficaces contra la misma. Éstas no pasan sólo por establecer unos tipos penales cada vez mas severos, hace falta algo más. España se encuentra en una escala de cero a diez por encima del aprobado, pero lejos del 9,4 de Nueva Zelanda (ranking de corrupción mundial de 2010), habiendo bajado algunos puestos en los últimos años. Los elementos que determinan la corrupción son de diferente naturaleza, y así encontramos en primer lugar causas morales, como la perdida de las referencias éticas en los modos de comportamiento profesional y personal; en segundo lugar, de carácter jurídico, tales como las insuficiencias legislativas, la ineficacia de los controles, la defectuosa organización de la administración, la facilidad con la que opera la delincuencia organizada y trasnacional, etc.; en tercer lugar, existen causas de carácter económico, como la excesiva concentración del poder económico en modo de monopolios y posiciones de dominio, y la globalización de la economía sin un adecuado sistema de control de movimientos de capitales; por último, hay causas políticas, que por lo general se producen cuando no funcionan a los contrapesos institucionales. Cada país debe analizar estas causas y, tras la realización de esa gran auditoría de riesgos en corrupción, analizar cuáles son los principales factores de riesgo y así establecer o fortalecer controles preventivos más eficaces, y ello sin caer en ñoñerías y tonterías populistas. En España debemos hacer este gran esfuerzo y poner en negro sobre blanco sus resultados, para así poder en el futuro estar más cerca de Nueva Zelanda, aunque sean nuestras antípodas. Nuestro sistema institucional todavía lo permite. Estamos a tiempo, porque, a pesar de algún que otro esfuerzo, los organismos de control, en algunos casos dormidos o narcotizados, conservan su savia para poder ser utilizados en esta línea. Varios son los objetivos a alcanzar y también varias las acciones a desarrollar. Hoy sólo esbozo la primera: se debe apostar por una educación en valores, donde la moral, el sentimiento de justicia, la responsabilidad, y sobre todo la honradez, sean las máximas del modelo educativo. Ello debemos cuidarlo desde la más tierna infancia, puesto que quien no se examina y no asume sus errores está condenado a la eterna infancia. Ortega calificaba al hombre sin nobleza como la persona «que siempre está en disposición de fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: el hombre sin la nobleza que obliga –sine nobilitate–, esnob. Con este tipo de ciudadanos es muy difícil prevenir la corrupción, ocupen un puesto público o privado, y contra ellos hay que luchar. De nada vale trabajar sobre la otras causas si no superamos esta primera. No hay sistema preventivo posible frente a una sociedad en la que este tipo de seres humanos abundan, y para ello es necesario no confiar su educación solamente en el temor al castigo del Código Penal, sino en la educación que prime al honrado frente al jeta, al responsable frente al que no lo es, al laborioso frente al vago, en suma, al que tenga referencias éticas frente al que no las tiene. ¡Ya está bien de listillos que abusan de la buena fe del resto!