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«El Toro de la Vega»

La Razón
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Al fin, los partidos socialista y popular se han puesto de acuerdo en algo. Mejor que no insistan en la coincidencia. En Tordesillas, la monumental e histórica ciudad vallisoletana, los concejales conservadores y los retroprogresistas han acordado designar «Bien Cultural Inmaterial» a la fiesta del «Toro de la Vega». Soy un enamorado, estética, artística y culturalmente de la Fiesta de los Toros, y respeto a los que no lo son. Pero me repugnan las aglomeraciones festivas humanas que maltratan a los animales, sean toros, cabras o gansos. En la plaza, el torero se enfrenta a su propia muerte a través del arte, el valor y la soledad. Prodigio y misterio. Prueba de ello es la fuente de arte plástico, de poesía, de literatura, de música que ese encuentro entre hombre y toro ha producido en el mundo. El arte efímero, del momento, irrepetible, fuera de lugar cuando ya se ha creado, porque no hay grabación, ni fotografía, ni pintura, ni escultura capaz de mantener intacta la armonía del arte ante la posibilidad de la muerte. Pero este tipo de festejos populares que reúnen a centenares de personas en torno a la soledad de un animal, me estremecen. Lo mismo el «Toro de la Vega» en Tordesillas, que el lanzamiento de una cabra desde un campanario, que la perplejidad de un toro fogueado –cultura en Cataluña–, que la decapitación de un ganso a manos de cuadrillas enfrentadas que ríen ante la barbarie. Tengo que reconocer que no soy partidario de un amplio porcentaje de las costumbres festivas populares, los vinos a destiempo, las carcajadas de encía, los tomatazos agrestes, las tajadas obligadas, la pólvora derrochada y los gigantes y cabezudos. Pero en muchas localidades de España se suceden las aglomeraciones etílicas y amenazantes contra un animal. No culpo a Tordesillas, faltaría más. Culpo a la decisión de sus concejales, porque el «Toro de la Vega», con todos los respetos que me merecen sus partidarios, es una barbaridad. No entra en mi intención el intento de cambiar o quebrar tradiciones. Sí el de adecuarlas a tiempos menos ásperos y más abrazados a la sensibilidad y la Cultura, con mayúscula. En Cataluña prohíben con cinismo el arte taurino, apoyan la tortura del toro fogueado entregado a la barbarie y bailan la sardana. Lo mejor, esto último, aunque la sardana sea como un dormitorio canadiense, es decir, un lugar en donde lo más divertido e interesante que puede suceder es que se caiga al suelo el edredón.

Pero la sardana es civilizada y austera, aunque más aburrida que ir a una boda y bailar toda la noche con la propia madre. Sucede que los ecologistas coñazo, los «sandías», confunden las situaciones. El toreo es arte en soledad y riesgo inmediato si se ejecuta con hondura y cadencia. Lo otro es diferente. En el desencuentro con este tipo de festejos tradicionalmente crueles me sumo a los ecologistas, sean científicos o coñazos. Y me abruma pensar que una celebración tradicional tan escasamente artística sea capaz de unir al PP y al PSOE más que la lucha contra el terrorismo, en la cual el PP tiene la intención compacta y el PSOE excesivamente líquida. No puede considerarse respetable la andadura de un toro azuzado que camina entre miles de personas que lo acribillan a lanzazos arteros. No puedo interpretar, y mucho que lo siento, la belleza de esa tradición. Como tantas otras de las que se cumplen cada año en España. Y precisamente en eso, el PSOE y el PP se ponen de acuerdo. Vaya por Dios.