Barcelona

Nos habló de corazón por el Cardenal Ricard Maria Carles

Yo era obispo en Tortosa en 1979, cuando se anunció el nombre del nuevo Papa: Karol Wojtyla. No nos era un absoluto desconocido. Muchos sabíamos que era arzobispo de Cracovia y que contaba con la confianza del cardenal Wyszynski.

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Ya tenía un cierto prestigio. Pensé con confianza en el Espíritu Santo, que es quien guía la Iglesia. Aún no sabíamos que Wyszynski iba a decir al nuevo Papa que él sería quien introduciría a la Iglesia en el muevo milenio. Al conocerlo fuimos descubriendo las cosas que lo hacían grande. Cierta noche, un arzobispo español le preguntó: «¿Está cansado, Santo Padre?». Y él respondió, con humor: «Si el Papa no estuviese cansado a estas horas, tendría mala conciencia». Esta anécdota retrata su sentido de la entrega y el trabajo.

No dudo de que todos los papas del siglo XX fueron grandes papas y todos ellos son canonizables. Pero a Juan Pablo II lo vimos de cerca. Le vimos cargar su cruz sin quejarse. El buen humor le ayudó: con malos humores no habría atraído a los jóvenes. Una vez estábamos comiendo él y yo ,y como los dos amábamos el montañismo, le comentaba cómo eran los Pirineos, porque en Polonia no tienen picos de tres mil metros. «¿Hay bosques allí?», preguntó. «Sí, preciosos», respondí. «Su Santidad podría ir en avión por la mañana y volver por la noche», le propuse. Le hizo gracia y se encogió de hombros, con un gesto: le habría encantado, pero no podía ser.

El montañismo endurece, fortalece los músculos y también el sentido espiritual. He subido seis veces el Aneto, y es evidente que en las cimas uno se acerca a Dios. Lo he comprobado muchas veces con mis seminaristas de Tortosa y Barcelona, en excursiones a Benasque. La belleza, la nieve, las puestas de sol, esos picos, accesibles o no... y por la noche todo calla, menos el torrente, el viento y Dios. Dios habla. Juan Pablo II conocía bien todo eso, lo admirable de las obras de la Creación. Cuando murió, di gracias al Señor por haberlo conocido de cerca.

Él fue mi Papa, él me llevó de Tortosa a Barcelona y me creó cardenal. Recuerdo que justo antes de ir a Barcelona estuvimos cenando y me explicaba ideas que tenía, que le ilusionaban para la diócesis. Hablaba de corazón, y eso siempre transparenta, y atrae, y convierte. Yo le pedía cosas cuando estaba vivo y he seguido haciéndolo después. A veces he reservado para su intercesión algunas peticiones especiales sobre temas que compartíamos. La beatificación la habrán visto millones de personas a través de los medios de comunicación. La canonización llegará según los tiempos de la Iglesia, pero es probable que sea pronto. Los cardenales vimos que él era un hombre de Dios, pero fue el pueblo quien reclamó con pasión, los días que siguieron a su muerte, que fuese proclamado santo.