Historia

España

Por los ojos de Raquel Meller

Sobre las tablas nos damos cita nosotros, nuestros padres, nuestros abuelos, los españoles que nos precedieron pasando las de Caín. 

La Razón
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Nunca he tenido interés por el cuplé ni por la tonadilla. A decir verdad, en mi mente siempre han despertado recuerdos de color sepia pertenecientes a una España que no me entusiasma, repleta de carencias y de ancianas con el costurero apoyado en los muslos y canturreando canciones que no me decían nada. Debo confesar públicamente que he experimentado una transformación absoluta al respecto después de asistir en la Sala Tribueñe a una representación de «Por los ojos de Raquel Meller».

 

La obra, sin duda extraordinaria, se debe a un autor escandalosamente joven que responde al nombre de Hugo Pérez. Si yo dijera que el texto, pespunteado de canciones y de ropas de la época rigurosamente preservadas y coleccionadas, es una biografía de la famosa cantante mentiría. A decir verdad, es más bien una profunda y conmovedora radiografía de la España de la primera mitad del s. XX contemplada a través de la mirada vital de la Meller.

 

De una manera que nunca hubiera podido esperar lo que aparece en las tablas es un vaivén continuo de emociones y sentimientos que a mí me catapultaron a una época diferente –quizá no tanto– a la presente. Las costureras y modistillas de las que tanto escuché hablar a mis abuelas y a la prima Encarna; la Barcelona que hacía equilibrios entre lo lumpen y lo sublime, entre lo artístico y lo procaz, entre lo propio y lo venido del resto de España; la política contemplada con distanciamiento y desconfianza por los españoles que la sufrían; el trabajo continuo y sin tregua para abrirse camino en una tierra que parece complacerse en negar a sus hijos el merecido fruto del esfuerzo… 

 

Todo eso fue Raquel Meller, interpretada en esta función por una Maribel Per de voz prodigiosa –muy superior a la de la cantante– y por una Irina Kouberskaya imposibles de superar. Posiblemente, lo más emotivo de esta obra verdaderamente singular sea la manera en que el público, minuto a minuto, instante a instante, se percata de cómo formamos parte de una España cuasi-eterna que, cómo recuerda oportunamente Carmen La Pica citando a César González Ruano, «no es mala, pero no sabe ser buena».

 

Pocas definiciones mejores se podrían dar de nuestra Historia tejida con héroes y villanos. Por eso mismo, cuando esa España se divide en el escenario entre la miliciana a la que da vida Belén González y el falangista encarnado por Iván Oriola, el espectador se percata de que esta tierra es totalmente suya por mucho que quiera tomar partido o evitar hacerlo.

 

«Por los ojos de Raquel Meller» acaba siendo una inesperada y vibrante catarsis, una asunción inevitable de españolidad, una inmersión sublime en una gigantesca batidora de sentimientos donde lo mismo la carcajada fluye fácil y alegre al contemplar a Rocío Osuna o a Chelo Vivares que se forma un nudo en la garganta al escuchar las notas que interpreta magistralmente al piano Mijail Studyonov. Sobre las tablas –¿de qué sirve negarlo?– nos damos cita nosotros, nuestros padres, nuestros abuelos, los españoles que nos precedieron pasando las de Caín, bregando por sobrevivir, saliendo adelante o hundiéndose en el drama privado y colectivo. Comparecen con sus grandezas y con sus miserias y lo hacen recordándonos que España no se puede tomar a beneficio de inventario porque su legado es todo nuestro, a canciones y a dentelladas, y precisamente por eso está llamado a sobrevivir a lo largo de los siglos.