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La Providencia puede más que un sueldo

Joaquín, Rosa y sus siete hijos viven en Lugo, pero en Navidades visitan a la abuela en Madrid, participan en la Misa de las Familias y a menudo rezan ante la clínica abortista de su barrio

Antes de la eucaristía, los Roca Cruz se divierten en el Museo de Cera
Antes de la eucaristía, los Roca Cruz se divierten en el Museo de Ceralarazon

MADRID- Tener siete hijos y vivir en Lugo no es un impedimento para coger el coche y venir a Madrid a la Misa de las Familias. Joaquín Roca y Rosa Cruz se conocieron hace años en la Renovación Carismática Católica. Ella es profesora de inglés, y él, informático en el Hospital de Lugo. Rosa asegura que no son los sueldos los que mantienen a la familia sino «la Providencia». «En alguna ocasión nos hemos encontrado la compra hecha sin saber quién había sido», comenta Rosa, mientras Joaquín añade que desde que se casaron «nunca nos ha faltado de nada; a Dios no se le puede ganar en generosidad». A las nueve y media de la mañana, Rosa y Joaquín se han citado con la encargada de la academia de ballet de su hija Miriam, de trece años, para que les aconseje si debe continuar su aprendizaje en Madrid y así llegar un día a ser profesional. «Me gusta mucho y quiero dedicarme a esto», comenta Miriam.
Mientras los padres están fuera, la casa de la madre de Rosa, donde se alojan estos días, se pone en marcha como un reloj. Los hijos mayores levantan a los pequeños y unos a otros se ayudan a prepararse.
«¿Te has lavado bien los dientes?», pregunta Rosa a Mario, de tres años, cuando vuelve a casa. Efectivamente, la profesora anima a que Miriam persevere en el ballet. En el salón la pequeña Noah, de dos años, intenta leer un cómic, sin mucho éxito. Judith, de ocho años, barre unos cristales que han caído en el pasillo. «Las familias numerosas son una escuela de solidaridad, un privilegio», comenta Joaquín.
Bajan en tandas porque no caben todos en el ascensor. El hijo mayor, Xacobe, de quince años, lleva una mochila con cuatro banquetas plegables, para cuando los más pequeños se cansen. La casa de la abuela está situada frente a la famosa clinica abortista Dator. Tras una breve explicación a los niños, la familia se coge de la mano y en círculo rezan un padrenuestro por los no nacidos.
Son casi las doce y media y en Colón todavía no hay mucha gente, así que la familia decide ir al Museo de Cera. Los niños piden a su padre que les haga fotos junto a las figuras del Papa y la Familia Real, mientras Judith, de ocho años, llora asustada en el tren del terror.
Ya en Colón, Mario y Judith hacen cola para que su padre los coja y poder ver la multitud. «Me encanta llevarla en brazos, es como una bolita», dice Rebeca cogiendo a la pequeña Esther.
Comenzada la misa, Rebeca, de diez años, se divierte contando los globos de helio que hay en el cielo. Mario y Noah duermen en el regazo de su padre. «Esos globos son de los niños que no han nacido», dice Judith, de ocho años, a su padre. Cuando la misa termina, el sol se ha ido y empieza a hacer frío. Joaquín pone bufandas y abrigos a los niños. Están cansados pero vuelven contentos. Han disfrutado de un día familiar y muy especial.