África

Egipto

Las muchas vidas del astuto «faraón»

La Razón
La RazónLa Razón

Se le puso el apodo de faraón, no por su elegancia ni belleza, si no por sus poderes y su ego. El destino o la voluntad de los dioses lo llevaron al poder cuando su antecesor, Anuar al Sadat fue asesinado en 1981 por milicianos islamistas. Mubarak se encontraba a su lado, pero esquivó las balas, y sobreviviría posteriormente a varios intentos de asesinato. Un astuto animal con muchas vidas, al igual que las veces que se le ha dado por muerto en los pasados meses, cuando su salud se ha ido deteriorando, después de haber sido obligado a dejar el trono de Egipto. Mubarak sufría, se negaba a comer y estaba deprimido, porque como buen dictador no podía soportar no verse en el poder, y ahora parece querer irse antes de ver a otra persona ocupando su lugar. Durante 30 años gobernó el país con puño de hierro y con la ley de emergencia en la mano, que fue promulgada tras el asesinato de Sadat y sólo se retiró este mes, cerrando así un ciclo, un capítulo de la historia de Egipto, triste para muchos, dorados para otros. Más allá de los sentimientos, los datos hablan de tres décadas de decadencia y deterioro: la población egipcia se dobló, pasando de unos 40 millones a más de 80, el Estado no pudo responder a las necesidades de los ciudadanos, un 40% pobres. La corrupción ha carcomido Egipto, en todos los sectores, el público y el privado, todos controlados por la familia Mubarak y sus amigos, grandes empresarios que se enriquecieron a costa del pueblo. Se calcula que sólo la familia gobernante acumuló miles de millones de dólares, dejando a los egipcios en la miseria. Eso es lo que más se le reprocha a Mubarak, más que su estado policial, en el que la Policía y los servicios secretos controlaban el país de forma férrea. El «rais» dio un papel privilegiado a estos cuerpos, más que al Ejército, del que él mismo procedía y que finalmente le sacrificó el 11 de febrero de 2011, cuando dimitió y los militares tomaron la presidencia. Se cree que los generales querían deshacerse de él y de sus planes de transferir el poder a su hijo Gamal, un joven empresario sin educación castrense. Cuando estalló la revolución el año pasado, Mubarak todavía no había anunciado si se presentaría a la reelección en 2012, a pesar de la edad que ya se hacía notar y de que había padecido un cáncer de vescícula. Su estado de salud era un secreto de Estado en ese momento, para salvaguardar su aura de faraón.