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El siglo de Narváez

Siete veces al frente del Gobierno, motor del desarrollo político, una de las figuras políticas más influyentes del siglo XIX en España tiene al fin su merecida biografía

Narváez, pintado por Vicente López Portaña, autor de los dos lienzos más conocidos del militar
Narváez, pintado por Vicente López Portaña, autor de los dos lienzos más conocidos del militarlarazon

Sostiene el autor del libro «Ramón María Narváez. 1799-1868» (Ed. Homolegens), Manuel Salcedo Olid, doctor en Historia, que justificar este trabajo es sencillo porque decir que Ramón María Narváez es una de las figuras claves del siglo XIX español es cosa ya sabida. Aun así, resulta incomprensible los pocos trabajos que hasta ahora han estudiado y profundizado sobre un militar y político que fue siete veces presidente del Gobierno de España. «Era una deuda pendiente con Narváez y casi un escándalo que un personaje que ha sido tantas veces presidente del gobierno no tenga una biografía seria. Solo en los cincuenta, Andrés Révesz hizo un acercamiento leve, divulgativo más que científico». Fue líder indiscutible del partido moderado y máximo responsable de lo que se conoce como «Década moderada» (1844-54), el periodo más largo de estabilidad política desde que se instauró el liberalismo en nuestro país. «Puede decirse –afirma el autor– que, desde 1843 hasta su muerte en 1868, se constituye en el personaje más influyente y decisivo de la política española. Incluso fuera del poder se tendría siempre en cuenta su opinión y su consejo en relación a los problemas de la nación. Domina el desarrollo político en un periodo crucial de la historia de España que es el tránsito del Antiguo Régimen a los sistemas liberales. Se inicia con María Cristina y se consolida en el periodo isabelino y, para ello, la figura clave es Narváez».

Por encima de otras consideraciones, «partía de un desiderátum, la desaparición de los partidos políticos. Era un patriota que creía importante abandonar los matices -conservador o progresista- para eliminar las diferencias y sumar fuerzas así en favor de España». Por ello, afirma Salcedo Olid, «la figura de Narváez debe verse como la de un hombre de Estado con una visión a larga distancia que no se dejaba influir por sus propias conveniencias. En su cabeza siempre estaba, como principal objetivo, la nación, y su labor fue intentar vertebrarla y recuperar glorias pasadas. La cadena causal en su pensamiento era conseguir el progreso material de la nación y que España volviera a ser una potencia mundial, y para ello era necesario el orden. Esto le hizo llevar un sistema de gobierno racional. Pero ese orden no se podía conseguir sin moralidad y, para él, la moralidad estaba en la religión. Era un hombre profundamente religioso, de creencias muy arraigadas».

Con la Constitución de 1845 –continua el autor de la biografía– vertebra la administración del Estado. Centraliza el poder porque no había otra cosa. Las comunidades históricas solo pretendían mantener sus fueros y nada más». Esa estabilidad constitucional permitió a Narváez conseguir sus mayores logros: «La reforma tributaria, que fue crucial. Había más de cien conciertos retributivos que eran un maremágnum y así lo unificó y lo hizo más fácil. La famosa Ley Moyano, que fue la base del sistema educativo español durante más de cien años. Duró hasta 1970. Con ella intentó mejorar la educación y la gran tasa de analfabetismo que había en España. Dio el impulso definitivo a la Guardia Civil, pues, aunque el proyecto venía de gobiernos anteriores –González Bravo–, estaba parado y fue él quien retomó la idea y se encargó de su reorganización. Por otro lado, paró la venta de bienes eclesiásticos fruto de la desamortización cada vez que tomaba el poder. Firmó el concordato con la Santa Sede después de un proceso quebrado. Era religioso y la apreciaba, pero no estaba dispuesto a tener relaciones a cualquier precio. En un principio no firmó porque lo consideraba perjudicial para España. Lo que confirma que siempre ponía por delante los intereses de la nación».

Un militar de raza
En cuanto al debe, estuvo «el no haber encontrado el modo o la persona capaz de integrar al partido progresista en el nuevo régimen que había creado, en las nuevas formas que pretendían sumar fuerzas por el bien de España. El paulatino apartamiento del partido progresista del sistema provocó su alienación y el que no se contara con ellos para ejercer el poder».

Destinado al ejército del Norte en la Primera Guerra Carlista, en 1836 Narváez participó en la persecución del general carlista Gómez, enemistándose con el general Alaix, amigo y hombre de confianza de Espartero. En el frente de Aragón, Narváez derrotó a las huestes de Cabrera en Pobleta de Morella. Cuando en 1837 se le encargó la organización y mando del ejército de la «Reserva andaluza», con la misión de pacificar La Mancha y expulsar a la guerrilla carlista de Palillos, se enconaron sus rivalidades de personalismos con Espartero, jefe del ejército del Norte. Se enemistó con Espartero debido a que este último le hacía sombra en su fulgurante carrera en el escalafón militar. Así, éste se convertirá en el símbolo de los progresistas y Narváez en el de los políticos moderados.

Valor y arrojo
En Narváez se da de hecho la doble faceta histórica de ser militar de prestigio y político. Aunque para Salcedo Olid, «es más importante como político. Fue un militar destacado, con valor físico y arrojo, incluso excesivo –lo que le valió el apelativo de «El espadón de Loja»–. Disciplinado y con un gran sentido de la oportunidad, sabía esperar y hacerse respetar por las tropas. Un militar de raza, en mi opinión, mejor que Espartero y O'Donell. Pero lo más importante en él fue la política. Frenó las oleadas revolucionarias que se estaban dando en toda Europa impidiendo que entrara aquí el espíritu revolucionario y dio estabilidad al país. Esto le supuso un gran prestigio internacional que él utilizó en favor de España. Su figura era reconocida incluso por sus propios enemigos como la de un verdadero hombre de Estado».

El Espadón de Loja
Nacido en Loja (Granada) en 1799, Narváez fue el I duque de Valencia. Con 15 años ingresó en el ejército. Durante el Trienio Constitucional (1820-23) se decantó por el liberalismo y defendió su causa junto al trono de Isabel II en la Primera Guerra Carlista (1833-40). Por su arrojo militar fue conocido como «El espadón de Loja». La rivalidad con Espartero (arriba) le obligó a exiliarse en Francia durante su Regencia (1841-43). En 1844 era llamado a formar gobierno, iniciando siete periodos como primer ministro: 1844-46, 1846, 1847-49, 1849-51, 1856-57, 1864-65 y 1866-68.

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