Asia

Pekín

La letra china con sangre entra

Un libro sobre cómo Amy Chua, una madre china, educó con rigidez extrema a sus dos hijas crea la polémica en Estados Unidos. Ella, la «Madre Tigre», cree que en Occidente estamos obsesionados con la autoestima y diversión de los niños

Amy Chua
Amy Chualarazon

Quién dominará el mundo dentro de medio siglo? ¿Lo seguirá haciendo Occidente, con Estados Unidos a la cabeza? ¿O tomarán el relevo las nuevas potencias asiáticas, capitaneadas por China? ¿Quién está más capacitado para enfrentarse al futuro? Un librito recién publicado por una profesora de Derecho en la Universidad de Yale ha irrumpido en el debate, generando una estruendosa polémica a los dos lados del Pacífico y colocándose en pocos días en la lista de los 10 libros más vendidos. Esta vez no se trata de un sesudo análisis geopolítico, sino del relato autobiográfico de una madre chino-americana, Amy Chua, que explica cómo educó a sus dos hijas, anteponiendo el estricto «modelo educativo chino», frente a la flexibilidad occidental.

El texto, mitad manual, mitad relato de experiencias, se llama «Himno de batalla de la madre tigre» y no se acerca ni de lejos a los debates geopolíticos. Pero dice cosas como ésta: «Cuando los padres occidentales creen que están siendo estrictos con sus hijos, ni siquiera se acercan a las madres chinas». O como ésta otra: «Un estudiante americano con un notable, o incluso con un aprobado, es premiado. Si un estudiante chino saca un notable, algo que podría no ocurrir nunca, en su casa habrá primero un grito, después una explosión de lágrimas. Inmediatamente, la madre china, devastada, cogerá cientos de ejercicios y trabajará con él incansablemente hasta que esté preparado para el sobresaliente».

Para Amy Chua las madres occidentales están obsesionadas con la autoestima y la diversión de sus hijos, con «dejarles ser ellos mismos». Y, al no imponerles disciplina, los acaban convirtiendo en adultos frágiles e inestables, incapaces y vagos. En definitiva, en unos fracasados. «No saben que lo peor para la autoestima es no conseguir el trabajo de tus sueños cuando eres adulto».

El martirio de Sofía y Lulú
Pero las partes más polémicas del libro, las que han incendiado las columnas de opinión, son las que detallan cómo la autora educó a Sofía y Lulú, las dos hijas de la autora, hoy adolescentes «inteligentes y realizadas». Por ejemplo, cuando Lulu tenía 7 años, su madre se empeñó en que aprendiese a tocar al piano una melodía de un compositor francés llamada «El Pequeño burro blanco». Quería que la ejecutase «excepcionalmente» aún siendo consciente de que se trataba de una canción «increíblemente difícil para niños, porque cada mano tiene que seguir un ritmo esquizofrénicamente diferente». Después de una semana de «exhausto trabajo», la niña era «todavía incapaz de coordinar», empezó a quejarse amargamente y acabó rompiendo la partitura. Como castigo, Amy Chua pegó los trozos, la plastificó y le prohibió levantarse de la silla hasta que hiciese sonar todas las notas sin errores.

La batalla duró horas. «Perdí la voz gritando, la casa se convirtió en un campo de batalla». La casa de muñecas de Sofia acabó confiscada, con la amenaza de regalarla a la beneficencia si no ejecutaba la pieza completa antes de que acabase el día. «Lulu lloraba, pataleaba, chillaba». Su marido (que no es chino, sino judío americano) intentó convencerla de que dejase en paz a la niña. Pero no pudo con la «mamá tigre». «Le dije a Lulu que dejase de ser vaga, cobarde, autocomplaciente y patética». La pequeña seguía sentada al piano bien entrada la noche. «No dejé que se levantase, ni siquiera a beber agua, ni siquiera para ir al baño». Finalmente, la tortura llega a su fin: Lulu consigue coordinar las dos manos y suena la melodía. «Después de eso, quería tocar la canción una y otra vez, no quería dejar el piano». Esa noche, asegura Amy, madre e hija durmieron abrazadas. «Los padres occidentales quieren que sus hijos se diviertan y se realicen, pero no se dan cuenta de que para que algo sea divertido y satisfactorio tienes que hacerlo bien». En otra ocasión, Lulu fue superada por un niño coreano en un examen de matemáticas. Cronómetro en mano, Amy la entrenó semanas, sin descanso, hasta que la niña fue capaz de superar a su rival. El libro está cuajado de anécdotas como esta.

La historia de la «madre tigre» ha sido ligeramente sacada de quicio en Estados Unidos. Quizá como técnica promocional, la editorial pactó con el diario «Wall Street Journal» una prepublicación que salió a principios de mes bajo el título «¿Por qué las madres chinas son mejores que las americanas?» y en la que sólo se recogen las partes más duras. La edición digital del artículo ha corrido como la pólvora en Internet desde entonces y Amy Chua asegura que ha recibido miles de correos electrónicos con insultos, incluso amenazas de muerte. La autora se defiende, asegurando que ha sido malinterpretada y que lo que realmente quería transmitir es su propia transformación personal, su «viaje» desde una madre que aplica la educación clásica china hasta un modelo más flexible «que recoge las partes mejores de los dos estilos».

La única vez que cedió
La clave, insiste Amy Chua, está en un episodio que no recoge la prepublicación del «Wall Street Journal». Resumiendo: a los 13 años, Lulu se rebela porque no quiere seguir tocando el violín tres horas diarias. La adolescente se queja de que no tiene ni un minuto de tiempo libre y reclama que quiere aprender a jugar al tenis. Su madre se opone, argumentando que, a su edad, ya nunca llegará a ser nada en el tenis y por lo tanto es una pérdida de tiempo. Discuten, chillan, se insultan y la niña se planta. «Una falta de respeto intolerable, encima en público, pero entendí que esta vez tenía que dejarla hacer lo que quisiese. Pagué las clases de tenis». La «mamá tigre» cede por primera vez en su vida.

Sea como sea, el debate generado en Estados Unidos y China trasciende la intrahistoria del libro. Lo cierto es que los inmigrantes asiáticos sacan mejores notas que el resto de sus compañeros en Estados Unidos. En el último Informe Pisa (2010) sobre la calidad de la educación se colaron cinco países asiáticos en la lista de los diez mejores sistemas del mundo. En la categoría de Matemáticas el resultado es apabullante, ya que nada menos que los cinco primeros puestos estaban copados por Asia. Son muchas las voces que acusan a los padres occidentales de estar fraguando generaciones de niños consentidos a quienes se les permite todo, estudiantes mediocres y carne de cañón de experiencias frustrantes cuando se enfrentan con el mundo. «Aquí están preocupados por la "psique"de sus niños. Los chinos no. Ellos prefieren mostrar fuerza, no fragilidad y se comportan de manera diferente», dice la autora.

Decenas de pedagogos estadounidenses han puesto el grito en el cielo. En las páginas de « The New York Times», el articulista David Brooks asegura que la «mamá tigre» es en realidad una «cobarde», ya que prefiere imponer obediencia ciega a que sus hijos respiren en libertad. Y que no entiende que socializar e interactuar es incluso más importante que memorizar fórmulas o tocar el piano. «Estos niños no pueden ser felices o realmente creativos. Aprenden muchas habilidades, pero les falta la audacia de ser grandes. Ella está destruyendo, por ejemplo, su amor por la música. Existe una razón por la cual las chicas asiamericanas entre 15 y 24 años tienen unos índices tan altos de suicidio», contraataca Brooks. «Practicar con el piano requiere atención, pero eso no es nada comparado con la concentración cognitiva que supone para una niña de 14 años interactuar con otras niñas, administrar sus rivalidades, negociar en dinámicas de grupo, entender normas sociales (…)», concluye el columnista.
En China, el libro también ha arrancado algunas críticas adversas. En los foros donde se comenta la noticia, algunas madres aplauden a la autora, pero muchas otras no se sienten reconocidas en el retrato. Hay quien asegura que ese modelo tan extremo «pertenece al pasado, a una tradición que está perdiendo terreno». Y es que, paradójicamente, en Asia el debate educativo va en dirección contraria: su sistema de aprendizaje, basado en la disciplina, la repetición y la obediencia, está en tela de juicio. En Pekín y Shanghái, pero también Seúl, Hong Kong y Tokio, se buscan fórmulas más flexibles que premien la creatividad y la libertad.
Se busca, en definitiva, crear las condiciones para formar sujetos «como Bill Gates, capaz de revolucionar el mundo con una idea creativa». Y es que puede que en el futuro educativo, como en el geopolítico, no se imponga ninguna de las dos escuelas. Quizá Occidente y Oriente serán capaces de compartir una vía intermedia.

 

LAS DIEZ PROHIBICIONES DE LA MADRE TIGRE
1- Ir a dormir una noche fuera de casa
2- Salir a jugar a la calle con sus amigos
3- Participar en una obra de teatro escolar: es una pérdida de tiempo
4- Lamentarse de no participar en una obra de teatro
5- Ver la televisión o jugar al ordenador o consolas
6- Elegir las actividades extraescolares
7-Sacar menos de sobresaliente en alguna asignatura
8- No ser el primero de la clase (excepto en teatro y gimnasia)
9- No tocar el piano o el violín con excelencia
10-Tocar instrumentos que no sean piano o violín