Asia

España

Un día en la vida de un «broker»

Los ciudadanos de Grecia, Italia o España se cruzan estos días en el ascensor y, para pasar el rato, en vez de charlar del tiempo o de Mourinho, hablan de la prima de riesgo. Con absoluto desconocimiento de lo que es, observan que esa prima cambia gobiernos, hábitos y estados de bienestar. Que es el desastre, nos avisan.

Luis Lorenzo, de Difbroker, en la puerta de la Bolsa de Madrid
Luis Lorenzo, de Difbroker, en la puerta de la Bolsa de Madridlarazon

No, no, es la gran oportunidad, se dice en la Bolsa. Los mercados son una selva y se debe ser más rápido y agresivo que los demás. Hay que arriesgar para ganar mucho dinero en estos tiempos, como hacen los grandes inversores: manejan millones de euros y con ellos pueden comprar CDS, un producto derivado, imposible de entender para un hombre común. Así se apuesta, por ejemplo, por la quiebra España y logran que un país débil y que no lo puede disimular, siga cayendo. Si sale, la jugada es perfecta, aunque el riesgo es mucho.
Para los que tienen menos dinero, otro modo es apostar a la baja en los futuros del Ibex, aunque ahora aquí se ha prohibido su cotización en entidades financieras. Eso hace que el mercado caiga. Otra jugada maestra, a la que sólo se atreven los que arriesgan.

Menos riesgos
No todos son así. La volatilidad se ha acentuado en los últimos meses, «desde agosto –cuenta Luis Lorenzo, de Difbroker–, cuando empezaron las caídas» y muchos no quieren tantos riesgos. Luis es joven y tranquilo, paciente. No tiene pinta de ser uno de los que ha provocado el gran caos mundial. No lo es, claro. Él se debe a sus inversores, que son minoristas, y a los que les gusta el riesgo, pero sin exagerar. Quieren beneficios, pero no sangre. En Difbroker tienen una teoría: cuando la bolsa sale en la tele, los inversores menos atrevidos se van del mercado porque no quieren sufrir daños.

En los dos modos de trabajar, la tensión para los «brokers» puede ser insoportable. Son estudiantes de Económicas, Empresariales o de Derecho, pero también ingenieros que han conseguido la fórmula para dar orden al caos. Han hecho másters y se han especializado en el idioma de futuros, variados y datos, que parece intraducible. Suele ser gente que cuando acaba la facultad considera que se puede ganar dinero en la Bolsa. Algunos lo ganan y mucho y no piensan en la ética. Otros son más modestos y descubren que siguen en esto porque les gusta la emoción. Aunque a veces se pone demasiado emocionante, como en estos días.
En una oficina, sin embargo, no hay nervios, ni mucho movimiento físico. En realidad, no hay nada de movimiento físico. Da la falsa impresión de que todo es virtual. Tienen como banda sonora una televisión constantemente encendida, en inglés y también una radio, «quak», que da las noticias del mercado un par de segundos antes de que las agencias de noticias las distribuyan a todos los medios y el mundo entero sepa que se puede hacer dinero.

Es como si todo lo que nos pasa dependa de unos gráficos en una pantalla que no hay quien entienda. Esas líneas que suben y bajan, con columnas de colores que se mueven a su lado, es lo que ven todos los días, a casi todas horas, los «brokers» y los «traders». En la oficina suenan varios teléfonos, algunos los llevan enganchados a la oreja: «Cerramos la operación»; «entramos». Son frases cortas llenas de significado, que dicen con prisas jóvenes sentados frente al ordenador, inmóviles. Si uno se levanta, avisa: «Estate atento a esa posición, llámame si varía». Saluda rápido y como el ordenador está lejos, mira el «smartphone», no vaya a ser que Merkel diga algo, que Berlusconi se vaya, que suban los tipos de interés y que tengan que sentarse de nuevo en busca del beneficio.

«Todo es especulación»
Los mercados son globales e importa la Bolsa de Madrid, pero también la de Nueva York, ver cómo cierra Asia y cómo están los futuros. Es adictivo. El «broker» mira la bolsa por la noche, antes de acostarse y es lo primero que hace por la mañana. Lo comentan entre ellos cuando van a tomar una caña y sólo se relajan los sábados, el día de descanso de los mercados. El domingo, en cambio, vuelve la tensión. Por la noche empiezan los movimientos y hay que estar preparado para lo que llega al día siguiente.

A veces intentan explicar por qué siguen ese ritmo, qué hacen, pero es una batalla perdida para los que aún manejamos el dinero físico en billetes y no en pantallas de ordenador. «A veces mi mujer me pregunta qué hago en mi trabajo», dice Juan Pedro Zamora, de XTB, una empresa de «brokers» en España. ¿Y qué hace?: mira la pantalla, lee informes, consulta, intenta adivinar y luego opera.

Quienes trabajan en esto son, casi siempre, jóvenes. Y son especuladores, pero no son especuladores. No lo dicen en voz alta, o cuando lo dicen, lo adjetivan con matices, porque no es una palabra que tenga buena prensa en estos momentos. Se llama especuladores a quienes se considera culpables de la tormenta financiera en la que estamos viviendo. «Lo que sucede es que todo es especulación. Especula quien hace mucho compró una casa, en los tiempos buenos y después la vendió por mucho dinero. Todo el mundo quiere ganar dinero», se defienden.

Pero no existe inversión, nadie (tampoco los pequeños inversores) quiere hacerse con las compañías, ni estar en ellas mucho tiempo. Se compra y se vende en busca del mayor beneficio. Nunca hay nada que se pueda tocar. En muchas ocasiones, las propiedades pasan de manos rápidamente, en un mismo día, sin importar lo que contienen, ni lo que valen, ni quién está detrás. No es nada malo. O sí, no se sabe.

El daño colateral, dicen, es que los especuladores, con sus operaciones, provocan las burbujas, porque no les importa hasta dónde llegue el precio. Por eso son conscientes de lo que se piensa de ellos en la calle: se tiene la imagen de la película «Wall Street» y los tiburones con los colmillos afilados, en busca de oportunidades.

Las pérdidas
Se cree que todos son como los «traders» de las grandes instituciones financieras mundiales, los que atacan a España para que quiebre y que, reconocen los «brokers» de aquí, sí pueden influir en el mercado.

En ese cliché es complicado encajar, por ejemplo, a Juan Pedro Zamora, padre de dos hijos, con aspecto cansado, porque quizá no ha dormido bien. Anoche bañó a los niños y antes de meterse en la cama, puso la televisión, para enterarse de la sesión asiática. Se ha levantado por la mañana pensando cómo van los futuros y la Bolsa. Apenas ha superado los treinta años y ésta es la manera que tiene de ganarse la vida.

La verdad es no tiene pinta de ser millonario, como se podría pensar al decir que es «broker». «Nuestro objetivo es no correr riesgos», dice. Él es un intermediario entre los inversores y el mercado. Un trabajador normal, que aconseja a los inversores y que a veces sufre sus broncas.

No sólo hay que ganar dinero. Hay que saber llevar bien las derrotas. Porque éstas son de cientos de millones. Eso es lo que de verdad persiguen los «traders», lo que los atosiga cuando apagan el ordenador y se van a casa a estar con sus familias. Es lo que tienen que olvidar, si pueden. «La profesión de ‘‘trader'', es de alto riesgo. Más del 90 % tiene resultados negativos. Existe un alto nivel de rotación para este tipo de puestos. Requiere de una gran disciplina y gestión de las emociones, además de un buen conocimiento de los mercados», aconsejan desde Europrop Trading, en Madrid.

Allí, el miércoles por la tarde, cuatro jóvenes miraban las pantallas y escuchaban la televisión, mientras hacían operaciones. Todos saben que hay que retirarse a tiempo y no superar un límite de pérdidas, como también hay que saber cuándo se ha ganado lo suficiente.

Algunos tipos peligrosos
A veces se pierde el norte. Siempre hay alguien dispuesto a sacar el máximo beneficio a cualquier coste. «Hay tipos peligrosos», explica José Luis Cases, «trader» profesional de cuentas propias. Son tipos dispuestos a ganar dinero con el mayor número de operaciones posibles, sin importar el cómo ni lo que venden. Ni a qué país hunden.

La crisis empezó así: se vendían productos muy arriesgados sin informar a los inversores de lo que estaba en juego. Se hacían operaciones rápidamente, se ganaba dinero y nadie preguntaba. Hubo gente que logró colocar cualquier cosa y se hizo de oro.

Muchos «traders» y «brokers» en España ven ahora eso desde la distancia y el resquemor. Ahora se les mira como al demonio, aunque no tengan nada que ver. Otros pasan de lo que digan. Y muchos lo entienden. «Yo no te lo he dicho –dicen–. Pero hay que cambiar el sistema».
 

 

Una profesión que no da descanso
08:00
Antes de que abra la Bolsa, hay que estudiar informes y hacerse una idea del mercado para saber cómo actuar.
09:00
Abre la Bolsa española hasta las 17:30. No se opera todo el tiempo, si no que va por momentos puntuales.
11:30
Suele ser la hora de mayor movimiento, cuando los operadores, ya con la visión clara, buscan beneficios.
15:30
Abre la Bolsa de Nueva York. En un mundo global no hay fronteras. Muchos españoles operan sólo allí.
22:30
Cierra Estados Unidos y llega un momento de relax, siempre que no haya una operación que hacer al día siguiente.
02:00
Abre el mercado en Asia. Como ocurre con Estados Unidos, puede que se esté operando allí y haya que despertarse.