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Don Manuel por Alfonso Ussía

A Fraga le niegan los intolerantes lo que tanto aplauden a Carrillo. Y Fraga no asesinó o mandó asesinar a nadie

La Razón
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Era embajador de España en Londres. Vestía de oscuro y usaba bastón y bombín. No obstante, Fraga era lo menos inglés que podía hallarse en Inglaterra. Conocía la Historia y la Literatura inglesa como pocos, y admiraba el parlamentarismo británico, igual que conocía al dedillo la Historia y la Literatura francesa –la raíz de su apellido vasco-francés Iribarne–, y sólo admiraba de Francia su «chauvinismo» y sus quesos. Lo decía De Gaulle: «Resulta muy complicado gobernar una nación con más de quinientos quesos diferentes».

Cuando, en el Hotel Landa de Burgos, Antonio Senillosa y Carlos Sentís organizaron el primer encuentro de Fraga y Tarradellas, hablaron de Francia. «Envidio de los franceses su patriotismo», comentó don Manuel. Y el Muy Honorable apostilló: «Yo también. Y la guillotina». Su estancia en Londres amplió las perspectivas de Fraga, y allí ordenó sus ideas para crear una derecha en España democrática y amansada. Fraga fue el fundador del diario «El País», y el que decidió que no saliera hasta después de la muerte de Franco. Su futura dirección se la disputaban Darío Valcárcel y Carlos Mendo. El joven Juan Luis Cebrián, director de la insulsa revista «Gentlemen» visitó a don Manuel en Londres y le hizo una gran entrevista, genuflexa y aduladora.Don Manuel tenía un defecto. No conocía bien a las personas, y Cebrián despegó de Londres con la dirección de «El País» asegurada. Después pasó lo que pasó. Fraga tenía un talento y una cultura descomunales, casi inhumanas, pero le fallaba su cercanía. Aquella confianza ilimitada depositada durante años en Jorge Verstynge lastró su proyecto. Tengo que reconocer que mi afecto y admiración por don Manuel Fraga fueron tardíos. Le costaba romper su piel autoritaria y tajante, pero cuando lo hacía, surgía un personaje formidable, culto, agudo, divertido y si me permiten la cursilería, entrañable. Don Manuel vivió encadenado al Poder político durante décadas. Y en España. Fue ministro de Franco, domador de la Derecha y creador de un conservadurismo liberal inspirado en el conservadurismo británico que hoy impera en el Partido Popular. Ganó cuatro elecciones con mayoría absoluta en Galicia, y en la quinta perdió la presidencia de la Xunta por un voto. Los socialistas, como es de rigor, pactaron con los nacionalistas-independentistas del BNG. El derroche y la corrupción terminaron con ellos en el Poder gallego, pero Fraga ya no estaba para esos menesteres. Su memoria, de elefante, no le jugaba malas pasadas, y leía y fotografiaba los renglones como si se tratara de un ordenador. Era impulsivo y no se arrepintió de su pasado, del que se sentía orgulloso. Su gran obra turística, la red de Paradores de España. Su gran obra política, la preparación de una derecha democrática y civilizada. A Fraga le niegan los intolerantes lo que tanto aplauden a Carrillo. Y Fraga no asesinó o mandó asesinar a nadie.

Fue un padre y marido ejemplar, sostenido por sus hondas creencias cristianas. Y lo más importante. Vivió de sus sueldos de catedrático, de ministro, de Vicepresidente, de embajador, de presidente de la Xunta, de diputado y de senador en su larga etapa política. Nadie puede decir, y menos aún sospechar, que una peseta o un euro se desviara hacia su bolsillo. Fue un cartesiano de la decencia en la administración del dinero público. Y el conjunto de su vida sitúa a su figura entre las grandes de la transición y la libertad recuperada en España. Un concejal cretino e impresentable de Izquierda Unida anunció que brindaría con champán la noticia de su muerte. Que el piojo se emborrache con la muerte del león. Gracias y buen viaje, don Manuel.