Historia

Estreno

«El dictador»: Las máscaras del poder

Director: RLarry Charles. Guión: Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel y Jeff Schaffer. Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Anna Faris, Ben Kingsley. EE UU, 2012, Duración: 83 min. Comedia.

«El dictador»: Las máscaras del poder
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«El dictador» ha perdido el «gran» que Chaplin utilizó para adjetivar lo que no era adjetivable: el fascismo como nuevo opio del pueblo, denunciado en vivo y en directo por un cómico con conciencia política. La pérdida del calificativo es toda una declaración de intenciones: ahora no hay seis millones de judíos ardiendo en las calderas sino una idea de política global en la que todos, justos y pecadores, son la misma y fea cosa, y así el que denuncia ya no es un idealista que cree en la democracia sino un cínico que no cree en nada. Es obvio que a Sacha Baron Cohen le importa un rábano el mensaje ideológico de «El dictador», porque su política es la de poner contra las cuerdas los prejuicios de los que creen en algo, derretir en ácido los eufemismos de lo políticamente correcto, criticar todo y a todos, sin adjetivar.

Hasta el momento, el gran hallazgo del «post-humor» practicado por Cohen era el contacto de sus estrambóticos personajes, hiperbólicas parodias de los síntomas –xenofobia, homofobia– de declive moral de una civilización ensimismada, con la realidad en estado crudo. El aspecto documental de «Borat» y «Brüno» multiplicaba de modo exponencial la acidez de sus ataques: se trataba de violentar lo real, de rescatar una verdad ambigua con métodos tan brillantes como discutibles. Eso ha desaparecido en «El dictador», que prefiere lucir un acabado «mainstream», con interés romántico incluido, para soltar bombas fétidas sobre los parecidos entre el fundamentalismo islámico y el imperialismo americano. Fétidas pero menos: ni una sola alusión al islam salva a Cohen de convertirse en el Salman Rushdie de la comedia «destroyer». El resultado, mezcla bastarda de «El prisionero de Zenda», «Bananas» y «Presidente por accidente», es una lluvia de «gags» que, por acumulación, bascula entre lo hilarante y lo tedioso.