«Siete días en La Habana»: Billete de clase turista

De los siete directores implicados, sólo dos han sudado la camiseta. Todos han aceptado la mirada turística como consigna, intentando que su extranjería (con la excepción de Tabío) se transformara en una sensibilidad común, se tradujera en una distancia que neutralizara lo pintoresco del proyecto. No lo han conseguido: en sus manos Cuba es una isla caribeña que acepta su destino, la política no es materia de discusión, el color local es lo que importa. Algunos (Noé, Cantet) parecen haber dejado su talento en la aduana; el resto se debate entre la perplejidad y la desidia.
Elia Suleiman y Pablo Trapero son un caso aparte. Aunque el amanerado estilo del cineasta palestino siempre se impone a sus anécdotas, el hecho de utilizar una cita con Castro para vertebrar su acostumbrada comedia mímica funciona a pleno pulmón. Y Trapero, con la complicidad de un Kusturica que parece pasárselo en grande parodiándose, orquesta con ironía una «bromantic comedy» en una Habana de postal.