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El menos feliz de los mundos

El menos feliz de los mundos
El menos feliz de los mundoslarazon

Moraleja del día: cada uno tiene el paraíso que se merece. A saber: el infierno amable (en «Reality», de Mateo Garrone) o el infierno a secas (en «Paradise: Love», de Ulrich Seidl). O el paraíso artificial: de eso saben un rato largo en «Madagascar 3». Las tres películas que protagonizaron la jornada de ayer en Cannes hablaban de ese edén imposible, esa isla a la que nos fugamos, ese territorio de adopción que nos sirve como refugio de nuestros desengaños. Huelga decir que la enésima secuela de la fauna madagascareña, ahora en 3D, entre colores lisérgicos y un muro de sonido, busca la felicidad en América: la gira de un circo europeo servirá como excusa para que los animales de este zoo enloquecido se metan con la típica arrogancia francesa (la villana es una Cruella de Vil vestida de gendarme) y muestren evidentes síntomas de agotamiento.

A lo que íbamos. Dice Matteo Garrone que, después de «Gomorra», quería hacer una comedia. Craso error: «Reality» no lo es. Y lo es menos si la comparamos con sus modelos, el Fellini de «El jeque blanco» o las comedias de Luigi Comencini. No tiene ni pizca de gracia, a no ser que a Garrone le parezca graciosa la exhaustiva colección de estereotipos napolitanos que pueblan su fábula. Tampoco es una película sobre la telebasura, aunque pueda parecerlo por las declaraciones del director («Muchas personas creen que la televisión les puede cambiar la vida. En Italia, la televisión apenas ha cambiado en los últimos años, y queríamos aprovechar esa dimensión suya de paraíso inalterable»).

Obsesión por un sueño
A pesar de que Luciano (Aniello Arena, preso de la cárcel de Volterra con permiso diurno para rodar) quiera convertirse a cualquier precio en concursante de la próxima edición de Gran Hermano, la película no critica la telerrealidad porque sabe que significaría pisar terreno manido (Berlusconi, las velinas…). Prefiere describir qué le ocurre a un hombre cuando se obsesiona con su sueño, que consiste en exhibirse ante el mundo, en ser espectáculo de sí mismo, en darse cuenta de que el paraíso es la mirada de los otros. «Reality», que se parece mucho a la excelente «El televisor» (el mítico episodio de «Historias para no dormir» que desató las iras del tardofranquismo), se encalla en el pensamiento paranoico de su personaje, pero es, en general, un estimable intento de retratar la necesidad del hombre contemporáneo de buscar su reflejo sublimado en otra dimensión del mundo que no es la de su realidad inmediata.

El Luciano de «Reality» y la Teresa de «Paradise: Love» son almas gemelas. Ella viaja miles de kilómetros, hasta un resort de Kenia, para encontrar el paraíso que no tiene en su sórdido día a día. Ulrich Seidl, el Michel Houllebecq del cine austrIaco, la utiliza como portavoz de esa nueva forma de colonialismo llamada turismo sexual. Como es habitual en Seidl, la película es enormemente agresiva en su demoledora visión del mundo: incluso cuando cree que es compasivo, el cineasta vienés no hace más que humillar a su heroína. Es la soledad y la desesperación la que obligan a Teresa a tratar a los nativos como carne cruda, y ellos responden vendiéndole una fantasía de amor exprés, mintiéndole y aprovechándose de su dinero. A ambos lados del espejo de Seidl hay un monstruo que se desnuda, y en ese exhibicionismo histriónico y desagradable, que asfixia toda esperanza, encontramos a un cineasta totalitario, un imperialista del mal rollo que insiste en convencernos de que los paraísos no existen.

Haití se escribe con S (de Sean)
A Sean Penn no le gusta la palabra «humanitario»: «No hago trabajo humanitario cuando estoy en Haití. Simplemente, estoy donde tengo que estar. Si no, sentiría vergüenza». Puntualizando, que es gerundio: Sean Penn (en la imagen) no está en el festival de Cannes para presentar película, sino para explicar por qué ha organizado una gala benéfica junto a Paul Haggis y Petra Nemcova con el fin de recaudar fondos para el pueblo haitiano. Penn aprovechó para recordarnos que Haití necesita mejoras en la educación, la sanidad y la creación de empleo, y no perdió el tiempo en lanzar una llamada de atención para Obama: «Ya que Estados Unidos es un país donde los africanos eran esclavos y lograron rebelarse, creo que nuestro flamante presidente debería hacer algo por este país».