Bilbao

El color en estado puro

El Guggenheim repasa la abstracción pictórica en EE UU y Europa

«Harran II», de Frank Stella, nombre capital del movimiento
«Harran II», de Frank Stella, nombre capital del movimientolarazon

Si hay un género difícil para el visitante de los museos poco informado (y también para el puesto en antecedentes) es la pintura abstracta. Surgida de una época convulsa, dominada por sentimientos de rechazo y de ruptura con la tradición, el término se fraguó en un debate que implicó a decenas de artistas de Europa y Estados Unidos en la búsqueda de respuestas como los límites de la pintura, el subconsciente, la espontaneidad o el primitivismo. Buscaron respuestas a través de manchas de color, en diálogo constante, formando movimientos o grupos como pequeñas constelaciones, a veces, como apenas efímeras estrellas fugaces. El Museo Guggenheim de Bilbao muestra una imponente panorámica a dos décadas de creación entre 1949 y 1969 con la exposición «Abstracción pictórica».


Explorar el subconsciente

Para la comisaria de la muestra, Tracy Bashkoff, estos movimientos lideraron un «nuevo potencial expresivo y una espontaneidad creativa decisivos a lo largo del siglo XX», un cambio que, según esta experta, exige una implicación mayor del espectador en la contemplación de las obras, especialmente en lo emocional, por lo que las 80 piezas (de 60 artistas), parecen suficientes. Hay que detenerse, imaginar y sentir en cada una de ellas.

El recorrido, casi cronológico, arranca con la «Grisura oceánica» de Pollock, en el que algunos ojos parecen asomarse desde un mar tumultuoso, puede que para mirar fuera o dentro. En esa línea de exploración del subconsciente está la pintura de José Guerrero, con sus «Signos y presagios» o la libre asociación de ideas que propone James Brooks. Para sus fines expresivos valen también las formas de pintar de los niños, de los internos de un psiquiátrico, o la caligrafía china. Aplican la pintura directamente desde los tubos, la vierten, salpican.

Tàpies y Saura, de los llamados «materialistas», rebasan los materiales y colocan harapos, cuerdas o arena sobre el lienzo. Otro exponente es Jean Dubuffet, del que se exhibe «La substancia de los astros»: hojas de papel metálico que hacen aparecer un cielo nocturno.

Algunos vieron en el color y nada más la mejor representación de las emociones humanas. Grandes manchas que parecen absorbernos. «Si pinto cuadros grandes, puedes sentirte dentro de ellos», dijo Rothko. En unas manchas horizontales de tonos amarillentos, Kenneth Noland veía una «Sinfonía de abril». Incluso «Saraband», de Morris Louis, llegó a pasarse años colgada bocabajo. «Louis la pintó, pero a William Rubin, experto y propietario de la pieza, le gustaba más del revés. Así que le obligó a firmarla en la esquina opuesta. Después de algunas décadas de discusiones en el Museo Guggenheim, hemos decidido ponerla del derecho», dijo ayer Bashkoff. Da lo mismo, lo que cuenta es nuestra mirada.


El caballo y el pincel
Una de las corrientes más arriesgadas en la abstracción es la de los llamados «pintores de acción», para los que contaba tanto la obra como el proceso. Aunque pocos fueron tan lejos como Mathieu. «La performance era muy importante. Hay relatos de que él iba a caballo y lanzaba la pintura o daba brochazos sin bajarse», contó la comisaria.


DÓNDE: Museo Guggenheim. Bilbao.
CUÁNDO: Hasta el 8 de enero de 2010.
CUÁNtO: adultos, 13 euros; niños, gratis.