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España desde dentro

Fernando Manso captura por medio de la fotografía analógica los paisajes más oníricos de España. Ni sol, ni playa, ni Sagrada Familia, ni Cibeles. Naturaleza en estado puro que celebra nuestra diversidad y parecido

España, desde dentro
España, desde dentrolarazon

El espectáculo está ahí fuera, sólo hay que querer verlo, estar dispuestos a un ejercicio de paciencia y a dejarse conmover por el gran escenario. Claro, hay que madrugar, salir en invierno, sentir el frío en los huesos cuando todos descansan en casa. A buscar el hechizo de esa luz perfecta se ha dedicado Fernando Manso, reconocido fotógrafo, y el resultado se acaba de publicar en el libro «España» (Lunwerg). Por si prefieren estar en casa calentitos o necesitan estímulos para dejarse atrapar por el sortilegio natural de la geografía española. «Buscaba la naturaleza más descarnada, el espíritu. El proyecto parte de buscar una España que huya de los tópicos, de las escenas postaleras, porque tengo una enorme pasión por la diversidad de paisajes de nuestro país», asegura el fotógrafo, que ha contado con Antonio López como prologuista de una cuidadísima edición.

Más que sol y playa
Lo primero que llama la atención es la presencia del agua en todas las imágenes. Por todas partes, en todas sus formas. «Uno piensa en España, y ya está, es automático. Sol y playa y todo eso. España es inabarcable a pesar de que se han hecho cientos de libros. Yo huyo de esas imágenes porque es mi forma de trabajar. Luego haré otro proyecto más documental, con arquitectura moderna y antigua, pero en éste, mi atención se centraba en aspectos más bucólicos o románticos. Me sentía como si fuera Turner», asegura. Y casi hubiera podido pintar algunos de los paisajes que ha fotografiado. «Hay una instantánea en el libro que tardé tres años en tomar. Es un lugar cerca de San Vicente de la Barquera, un bosque de eucaliptos que empezó a quedar anegado por el agua del mar al subir la marea. Los árboles se pudrieron y hoy sólo quedan unos palos torcidos que antes eran sus troncos. Es un lugar inhóspito sin agua y yo estuve estudiando allí los coeficientes de las mareas. Iba en cada estación, al amanecer, y resulta que en primavera la luz era buena pero la marea no estaba alta. Así que volvía en verano, y en otoño, y en invierno... hasta que vi lo que había imaginado en mi cabeza». Esta es la teoría de Manso: no dispares, observa. «Únicamente disparo cuando siento la fotografía», dice. Carga con el trípode y con una cámara de placas, de esas en las que uno, para mirar por el objetivo, se pone el trapo por encima de la cabeza. No es partidario de la técnica de hacer cien fotos digitales en dos minutos, elegir la mejor y borrar noventa y nueve. «Se pierde la magia».

«La paciencia con la que fotografío paisajes me transporta más allá de las sensaciones, no siento ni padezco, simplemente espero el momento». Esa es la máxima del fotógrafo, que casi parece una enseñanza budista. «Me dicen que el mismo disparo que hago con la cámara de placas lo podría hacer con la digital. Pero es que soy fiel a mi forma de trabajar. Empecé así, y seguiré mientras sigan fabricando placas», zanja. Manso carga la cámara, sube una montaña («a veces voy con un guarda forestal que se exaspera un poco») y observa. Horas. Y el guarda se mosquea. «Pero a veces hay que subir la montaña y bajarla», dice, y ahora sí que estamos ante un budista. El suyo es un trabajo de locos, ¿lo sabe? «Lo sé», contesta. Y, por cierto, de esa misma manera es como pinta Antonio López, aplazando un lienzo inacabado hasta las mismas fechas del año que viene, para agarrar el mismo sol que sólo dura unos días. No es lo habitual en fotografía moderna, tan obsesionada con la velocidad. La llegada de los equipos digitales lo ha cambiado todo. «Es cierto, pero a mis alumnos les digo que esperen y, sobre todo, que piensen».

Hay en el libro una sola imagen de Barcelona. Es un primer plano de una barquita flotando. Ni la torre Agbar ni la Sagrada Familia. Hay otra de Madrid: es la Sierra, ni Cibeles ni Alcalá ni nada. La energía de la tierra, de las montañas de granito. Lo demás es paisaje desnudo. Así, de Huelva y Almería y de Cantabria, Navarra, Galicia, el Pirineo, de todas partes, incluidas las islas.

Es complicado distinguir el sur del norte. «Es más difícil captar momentos en el sur por la variabilidad del clima, pero es intencionado que no se identifique qué parte de España sale en la imagen. En Huelva o Almería hago fotos en condiciones muy precisas, a veces dándole la espalda al mar». Según Manso, el paraje determina la forma de ser de la gente. «El que vive al lado del acantilado se olvida de él. Por eso no valoramos lo que tenemos, y hay quien queme el bosque. Los españoles estamos orgullosos de nuestro deporte y gastronomía, pero no valoramos el paisaje. Me siento español pero me avergüenza descubrir lugares que, si estuvieran en Alemania o Francia, serían monumentos nacionales». Su siguiente trabajo es sobre la Alhambra. Empezó en enero y ya la conoce como nadie. «He pasado allí una semana todos los meses. Observando, sobre todo. Intentaré no perder nunca la capacidad de observar».

Los efectos puros de la plata y las placas

«Hoy cualquiera que tiene Instagram se cree que es fotógrafo. Mira, otra foto de mis pies en la playa». Manso habla con pasión pero sin apasionarse, sin querer debates entre lo digital y lo tradicional. «Es una elección. Con mi cámara (en la imagen) se puede jugar con las perspectivas y descentramientos, y, de una forma muy artesanal, lograr efectos muy puros», explica. Puede que deje de utilizar este sistema «si dejan de fabricar las placas. Hay algún sitio en Madrid, en Nueva York...». Al final, a veces, él es el objeto de las fotografías de los curiosos. Ninguna foto está tratada con ordenador. ¿Hacía falta decirlo? Aunque pueda parecer imposible cuando se detiene la mirada frente a una manada de asturcones, caballos asturianos, desdibujados por una fina niebla. O al ver las olas golpear la orilla suavemente en La Toja, o el blanco del cielo juntarse con el de las Tablas de Daimiel en una imagen casi fantasmagórica. Pero es todo luz, paciencia, mirada, momento. Buscar y encontrar esos troncos que crean un paisaje vertical de blancos y negros en Astún; o ese mar de niebla que detiene los siglos en los Cortados de Uña.