Desahucio

«Okupación» fugaz del cuartel general del 15-M

Los antisistema intentan volver a instalarse en el edificio de Lavapiés donde se gestó el 25-S y la marcha atea. La Policía ya ha desalojado en dos ocasiones la casa «okupa» Casablanca, sede «oficial» del movimiento

Los «okupas» rompieron el muro que se levantó para tapiar el edificio tras el desalojo del pasado 19 de septiembreLos «okupas» rompieron el muro que se levantó para tapiar el edificio tras el desalojo del pasado 19 de septiembre
Los «okupas» rompieron el muro que se levantó para tapiar el edificio tras el desalojo del pasado 19 de septiembreLos «okupas» rompieron el muro que se levantó para tapiar el edificio tras el desalojo del pasado 19 de septiembrelarazon

Madrid- En plena fiesta de inauguración, apenas unas horas después de haberse consumado su «reocupación», la Policía volvió a desalojar al filo de la medianoche del viernes la que es considerada la cuna del 15-M, algo así como el centro neurálgico de los antisistema en la capital. Situado en el número 23 de la calle Santa Isabel, en Lavapiés, el centro social Casablanca –ahora rebautizado como CSO Magerit– se ha convertido en objetivo innegociable del movimiento indignado. No en vano, su proximidad a la Puerta del Sol situó a esta casa «okupa» como punto fijo de reunión para los activistas que idearon la acampada ilegal de hace un año y medio en el kilómetro cero. En sus habitaciones también se cocinó la intentona de asalto al Congreso del 25-S y se dio forma a la controvertida «marcha atea» convocada durante la visita de Benedicto XVI en 2011.

Tras llevar ocupado desde mayo de 2010, el edificio, propiedad de una inmobiliaria, fue desalojado por primera el pasado 19 de septiembre. Tres semanas después, el 15-M había fijado la tarde del viernes como el momento en el que recuperarse de aquella «derrota». Poco antes de las ocho y media de la tarde, anunciaban a través de las redes sociales que el Casablanca había sido «liberado». Minutos después invitaron a los vecinos a sumarse a la fiesta de inauguración e incluso convocaron para la mañana del sábado unas jornadas de limpieza para poner a punto el espacio y una «comida popular» para las 14 horas. Con lo que parecían no contar es con que la Policía volvería esa misma noche a hacer cumplir la orden judicial que ya motivó el desalojo de septiembre. Ya durante la tarde, varios agentes inspeccionaron la zona y sobre las once de la noche la Unidad de Intervención Policial comenzó a tomar posiciones. Hasta la calle Santa Isabel se desplazaron 22 furgones de la Policía que permitieron rodear el edificio y, al mismo tiempo, controlar las calles adyacentes. El temor a que se registraran disturbios llevó a los dueños de algunos bares a echar el cierre. Una vez que los agentes lograron acceder al interior del Casablanca, después de derribar un muro de ladrillos que tapiaba la puerta, identificaron a las cerca de 80 personas que participaban en la reapertura y completaron su total desalojo.

En el barrio, la intervención policial concentró a decenas de personas en las inmediaciones. La mayoría de ellos, así como algunos de los vecinos que seguían los acontecimientos desde sus balcones, evidenciaron su descontento con gritos contra la Policía. «La gente no tenía miedo, se encaraba con los policías», aseguraban ayer algunos de los vecinos. Pese a la tensión, sin embargo, no se registraron incidentes ni hubo detenciones. A lo largo del día de ayer, la presencia policial en la puerta del Casablanca evitó nuevos intentos de acceder al edificio. Mientras, media docena de operarios procedían al tapiado de todas las puertas y accesos posibles al centro. Tras la tormenta del viernes, a las personas que ocuparon el edificio no es tan unánime. «Ya era hora. Muchos vecinos estamos hartos del ruido, de las fiestas que organizan y de las personas que vienen a vivir ahí», afirmaba indignado un padre de familia del barrio. Y es que, además de ser la «sede oficial» del 15-M , el edificio había dado cobijo en los últimos meses a un número importante de «vagabundos, mochileros y gente conflictiva». Al responsable de un negocio cercano tampoco le da «ninguna pena» el desalojo: «Yo sufro por las personas que no pueden pagar su hipoteca por haberse quedado en paro y se ven de repente en la calle, pero no por quien se aprovecha de los demás y ocupa lo que no es suyo». El otro sentir en Lavapiés es el de aquellos que defienden que en el Casablanca «no hacían daño a nadie» y se promovían actividades interesantes como clases de yoga o el intercambio de libros: «Le daba mucha vida a la calle».