Nueva York

Warhol el pop más rentable

Tuvo dos muertes Andy Warhol. La primera que, según el filósofo y crítico de arte Arthur C. Danto, le dejó «momentaneamente muerto y permanentemente traumatizado», sucedió el día en que Valery Solanas le disparó dos tiros: durante unos segundos el artista estuvo clínicamente muerto. Era 1967.

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La segunda y definitiva se produjo 20 años después, en un hospital de Nueva York el 22 de febrero de 1987. Cada vez que una obra suya sale al mercado casi contenemos la respiración. Hace un par de semanas, los ocho retratos que pintara de Mao se remataron en Nueva York por un millón de dólares. Mayo es un mes movido para el artista, pues la ciudad que lo vio morir prepara dos importantes subastas en las que se pondrán a la venta un par de sus obras más significativas, muy diferentes entre sí y pertenecientes a dos momentos concretos de su producción.

Con el pelo apuntado y rojo, Warhol mira desafiante a quien osa poner sus ojos sobre su autorretrato, realizado un año antes de su muerte (en 1986) y que desde Christie's (en esa misma jornada saldrán otras siete piezas suyas al martillo) califican como la «última obra maestra del artista icono del pop art». La responsable de la casa, Amy Capellazzo, al frente del departamento de pintura de posguerra y arte contemporáneo, lo define como «una obra de enorme grandeza, de esas que en muy raras ocasiones se pueden encontrar en el mercado. Es la última ocasión que tendrán los compradores por pujar por una pieza que cambió la historia del arte», explica. Es el lote 16 (con el número 22 sale un segundo autorretrato, éste dividido en cuatro, de los años 60, radicalmente distinto: Warhol se parapeta tras una gafas Wayfarer y está pintado en azules).

En 1986 tenía 58 años. El fondo es negro sobre un cuadrado de 2,73 metros. El tono rojo «Pop Red» era una marca registrada por él. Otra versión del autorretrato se exhibe en el museo Guggenheim de Nueva York y aún encontramos otras en el Museo Andy Warhol de Pittsburgh. El precio estimado de la obra se sitúa entre los 30 y 40 millones de dólares (27,5 millones de euros), muy lejos de la obra más cara vendida en una subasta, «Desnudo, hojas verdes y busto», en la que Picasso retrató a Marie-Thérèse Walter y que se llevó a casa un acaudalado y anónimo comprador (¿Abaramovich, quizá?) por 95 millones de dólares el año pasado. El malagueño sigue siendo el rey indiscutible del mundo del arte.

Las expectativas que tiene puestas en esta cita que se celebrará el miércoles la casa de subastas son grandes. «El mercado funciona y Warhol es una caja de sorpresas», aseguran. Para Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, «siempre nos puede sorprender porque lo bueno de los grandes artistas, y él lo es, es que nos ofrecen lecturas novedosas y ricas, debajo de esa apariencia de color superficial». No cree que pueda alzarse al número uno del «top ten» de las obras más caras vendidas, «un trono del que nunca hubiera querido desbancar a Picasso. Seguro que hubiera preferido sentarse, por ejemplo, en el de un cantante como Lou Reed. Y es que Warhol significa, entre otras cosas, que la época de Picasso ha acabado (en el sentido de terminada) y el papel de los artistas en la sociedad de consumo es otro. Y nadie mejor que él para desempeñarlo», asegura Borja-Villel.

Un pintor inflado
El padre de la lata de sopa Campbell es un autor sumamente prolífico (algo que comparte con Picasso), capaz de realizar una media diaria de tres obras, aunque desconocemos el número total que realizó. Su mercado es eminentemente norteamericano y cuando los compradores asiáticos se fijen en él y lo demanden, sus astronómicos precios aún se auparán más. El crítico de arte Juan Manuel Bonet opina que «es un pintor inflado, no muy interesante desde el punto de vista pictórico. Los "pop"que me interesan de verdad, por ejemplo Lichtenstein o el británico Patrick Caulfield, van por otro lado. Con sus iconos USA, su Factory, sus cubiertas de discos, su revista ‘‘Interview'', es paradigmáticamente "sixties", por lo demás, y entiendo que haya ejercido tanta influencia, y que de mucho juego a aquellos historiadores o sociólogos que se interesan por el artificio, el glamour, el simulacro, la reproducción mecánica y la conversión de la mercancía en obra de arte», asegura.

¿Hay en la producción warholiana un punto de inflexión, un antes y un después de? Para el director del Reina Sofía no, «a diferencia de lo que sucede con otros artistas. Los años 60 y 70 marcan un momento de gran intensidad en el arte del siglo XX y uno delos artistas que están ahí es Warhol, eso está claro». Según escribe Danto en su libro «Andy Warhol», el atentado que sufre en 1968 traza una línea divisoria en su producción: «Pasó a ser un artista diferente a raíz de un acto violento (...) Lo cierto es que existe una gran diferencia entre la obra anterior a 1968 y lo que produjo tras su recuperación. El primer periodo transformó filosóficamente la historia del arte. Sería difícil sostener lo mismo a propósito del último periodo».

El poder del glamour
Más de veinticinco años después de su muerte, lo que atrae del artista a ese posible comprador es «el componente glamouroso de sus obras, el predominio de la imagen, los colores. En él sí van asociados éxito económico y de ventas, calidad y respaldo de la crítica», idea que comparte el crítico e historiador Anthony Penrose, para quien Warhol es tan popular «porque fue capaz de dar una nueva utilidad a objetos para nosotros cotidianos y familiares y conseguir que los viéramos de una manera difrente». Borja-Villel considera que hay artistas «que se han convertido en valores seguros, como Giacometti, Picasso o Miró y de las vanguardias de los años 60 y 70, Warhol es de los que están ahí, con Donald Judd, por ejemplo. Es la otra cara de la moneda que representa un producto de mercado como Damien Hirst», asegura, mientras Bonet recuerda «la irritación que, en clave española, les producía a un José Guerrero o a un Esteban Vicente» la obra warholiana.

De la misma época que el autorretrato de los años sesenta en colores azules y con gafas negra es «Liz 5», que saldrá a subasta en la casa neoyorquina Phillips de Pury & Company con un precio estimado entre 20 y 30 millones de dólares. Michael McGinnis, al frente del Departamento de pintura contemporánea de la firma, revela que la expectación alrededor de la obra es bastante grande, aunque parece poco probable que rompa el techo del artista de Pittsburgh, que ostenta «Green Car Crash-Green» , de 1963, que se vendió hace exactamente un año por más de 71 millones y sí, por el contrario, que se aproxime a la cantidad pagada por «Liz» (1963), cuando fue subastado en la casa de subastas Christie's en 2007 por 23 millones.

El 24 de marzo (un día después de la muerte de Elizabeth Taylor), Phillips & Pury Company informaba se subastaría «Liz 5» el 12 de mayo. «Sin duda, el reciente fallecimiento de la actriz ha hecho que la expectación se incremente. Hemos recibido un aluvión de peticiones de gente que nos pregunta sobre la pieza y que demanda información. Creo que podemos considera esta venta como una revisión del mito de Elizabeth Taylor».

Liz y Hollywood
Para McGinnis es fundamental el «impecable estado de conservación, la procedencia (de la colección de Ileana Sonnenbend) y la calidad de la serigrafía, que hacen de ella un objeto único». Es la época en la que el creador siente una atracción especial por el mundo del lujo y por Hollywood y coloca a varios de sus actores en su punto de mira. Elizabeth Taylor (que se quedó fascinada con la obra que le había dedicado) era imposible que le pasase desapercibida.

«Liz 5» es una imagen serigrafía de tinta y acrílico sobre lienzo que muestra la cara de Taylor cuando ella ya estaba presente en la cultura americana. Aparece sobre un fondo turquesa, con la piel en rosa suave (el artista sentía verdadera obsesión por los cutis de quienes representaba), con los ojos pintados de azul y los labios cubiertos de rojo. El récord para un autorretrato de Warhol es de 32.600.000 dólares (22,4 millones de euros). Fue en mayo del año pasado en Sotheby's, de Nueva York. Aunque si nos referimos a la obra más cara vendida en transacción privada es «Eight Elvises», por la que se pagaron 100 millones de dólares.

El beso del millón de dólares
«Drawing for Kiss V» costó diez dólares en un rifa en 1965 y el miércoles puede superar el millón de dólares también en la subasta que se celebrará en Nueva York. Era la aportación del artista pop Roy Lichtenstein a uno de los divertidos «happenings» que organizaba el Artist's Key Club en el hotel Chelsea. La compra por diez dólares de una papeleta daba opción a su dueño a una llave que abría una taquilla en Penn Station. Lo curioso del juego es que nadía sabía a qué armario pertenecía cada una ni lo que alojaba dentro.

El grupo estaba formado por creadores emergentes con ganas de triunfo: Christo, Warhol, Niki de Saint-Phalle, Arman y Lichtenstein. Había obras tan efímeras y olorosas como un grupo de quesos; otras tan sutiles como un conjunto de especias y hierbas. Después de cuarenta y seis años su propietaria se deshace de él. En Christie's no se han andado por las ramas y creen que puede alcanzar con facilidad el millón de dólares.