Libros

Libros

Procesiones ateas al estilo URSS

En la Unión Soviética, los desfiles anticristianos en Pascua y Navidad lograron el efecto contrario al deseado, reforzando a los creyentes. «Basta de usar la grosería», pidió Gorki a la Unión de los Sin Dios 

008lrd17fot2
008lrd17fot2larazon

Las procesiones groseras antirreligiosas, con blasfemias, alusiones sexuales, quema de objetos y visitas a templos para gritar e insultar no son una novedad en el activismo antirreligioso: fueron muy comunes en la Unión Soviética. Desde la Revolución en 1917 a la muerte de Lenin en 1924, unos 25.000 eclesiásticos ortodoxos fueron encarcelados y 16.000 ejecutados, según un estudio de 2004 del doctor en Ciencias Matemáticas Nikolay Yemelianov, de la Universidad Humanitaria San Tijon. Pero el exterminio físico no era bastante. Había que humillar a los creyentes.

Junto a la capilla de la Virgen de Iberia, en la Plaza Roja de Moscú, en vísperas de la Navidad de 1923, el Komsomol convocó un «carnaval comunista» con imágenes insultantes de Dios Padre, Jesucristo y la Virgen María. Animaba la fiesta el equivalente soviético del actual cómico blasfemo Leo Bassi: se llamaba Andrey Shojin, y la prensa le apodaba «el pope komsomoliano». «Alégrate, Marx, gran taumaturgo», cantaba en eslavo eclesiástico. No podía faltar una quema, en una hoguera ardieron muñecos representando a figuras religiosas: Alá, Buda, el Papa...

Por esas fechas, recuerda Martin Amis en su libro «Koba el terrible», Lenin escribía a Maxim Gorki, el literato de la nueva Rusia sin Dios: «Toda idea religiosa, toda idea de Dios es una abyección indescriptible de la especie más peligrosa, una epidemia de la especie más abominable. Hay millones de pecados, hechos asquerosos, actos de violencia y contagios físicos que son menos peligrosos que la sutil y espiritual idea de Dios».

¿Cuál es la distancia entre el humor grosero y la violencia? En la muy liberal Alemania de Weimar, en esos años 20, no había limitaciones a la Prensa insultante y al humor ofensivo. El historiador inglés Paul Johnson, en su «Historia de los Judíos», afirma que «la atmósfera de violencia real que alimentó al nazismo estaba a su vez sostenida por la creciente violencia verbal y gráfica en los medios de difusión. A veces se sostiene que la sátira, incluso la más cruel, es un signo de salud en una sociedad libre, y que no deben imponérsele restricciones. La historia judía no confirma este criterio. Los judíos saben por larga y amarga experiencia que la violencia impresa es sólo el preludio de la violencia sangrienta». En el caso soviético, el humor blasfemo no fue un preludio, sino un coetáneo de la persecución a los cristianos.
«Creeremos en la ciencia»

En los años 20 se emitieron numerosos folletos con tiradas inmensas, explicando cómo representar sainetes antirreligiosos. «La ciencia es el camino correcto, y sólo en ella creeremos», decía un himno de Gorodetsky que los activistas ateos cantaban en Pascua, a la puerta de las iglesias, con la melodía de «La Internacional». En 1922, una circular del Comité Central del Partido pedía ser sistemáticos al desmantelar «la cosmovisión religiosa y sustituirla por una comprensión científica y materialista». Pero el historiador O. Y. Liovin afirma que el régimen nunca llegó a ser sistemático: sus campañas funcionaban a impulsos, en Navidad y Pascua, y oscilaba entre el insulto grosero y el intento de persuadir mediante el materialismo cientifista. «Herir los sentimientos religiosos de los creyentes, profanar lo sagrado, intentar el cierre masivo de los templos, reprimir al clero... todo eso, de hecho, unió a los creyentes, provocando un cierto renacimiento religioso», explica Liovin. «Después de una política de carga de caballería, el régimen recomendó aplicar un asedio a largo plazo». Sucedió a partir de enero de 1924, cuando murió Lenin y se produjo un breve cambio de ciclo. Durante cuatro años, casi no hubo ejecuciones de religiosos... «sólo» 7.000 detenidos más.

Una circular del Partido del 5 de septiembre de 1924 ordenó: «La propaganda antirreligiosa ha de llevarse en forma de explicaciones divulgativas desde el punto de vista de las ciencias naturales y políticas que minen la fe en "dios"y desenmascaren la estafa y avaricia de los milagreros, sanadores, etc. Es preciso evitar la agitación antirreligiosa masiva (debates, escenificaciones, etc.) que insulten y hieran los sentimientos de la parte creyente de la población». En el periódico «Frente Cultural», en 1924, el columnista F. Oleshuk lo admitía: «Desde hace varios años se realiza la pascua comunista como una forma de propaganda antirreligiosa. La organización de carnavales, manifestaciones y demás pasacalles es, sin duda, dañina, dado que está dirigida, sobre todo, contra los creyentes y a menudo se organiza incluso al lado de una iglesia. Es mejor reunir en nuestro club a los que se pueda y se deba reeducar». En cuanto a las obras de teatro «últimamente surgieron muchas, pero casi ninguna es buena». Quizá el activismo ateo también entonces estaba condenado a la mediocridad del «leobassismo». «Para no escenificar porquerías, es necesario consultar la lista recomendada por los órganos directivos», añadía el diario. Y dado que «a tres de cada cuatro jóvenes la propaganda antirreligiosa les aburre», Oleshuk proponía atraer a los jóvenes con deporte y diseñar actos interesantes en «veladas antipascuales».

En 1929 se celebró el II Congreso de la Unión de los Sin Dios, que estaba a punto de entrar en su mejor momento: en apenas dos años llegaría a tener 5 millones de afiliados y 60.000 células de activistas ateos en todo el país.

En el discurso de apertura del 10 de junio, Maxim Gorki cargó contra la literatura atea grosera y de baja calidad. «Me parece que muchos se toman este trabajo, importante y de gran responsabilidad como funcionarios, fríamente. ¡Tenemos que extirpar de la vida lo que se ha enraizado durante veinte siglos!», tronó su voz. «Mientras nuestros enemigos usan las emociones, un lago de patetismo con una fuerza enorme, nosotros no sentimos ningún patetismo, y si se siente, se expresa de tal forma que no persuade, sino que irrita. En el proceso doloroso de eliminar de nuestra vida las supersticiones religiosas, no se puede actuar de forma grosera».

En 1929 se eliminó la semana de siete días, por ser judeocristiana, y se sustituyó por la semana de seis días, con festivos cambiables, un invento que duró once años. Se recrudecieron las persecuciones. Las procesiones ateas insultantes volvieron a las calles. «Religión abajo, ciencia arriba», gritaban ante cada iglesia de Yakutsk en la noche de Pascua de 1929. La Unión de los Sin Dios elaboró un «plan quinquenal»: cerrar todo templo entre 1932 y 1933; no dejar ni un sacerdote en 1936.

Del censo a la masacre

El censo ruso de 1937, después de 20 años de blasfemias y represión, espantó a los ateos. Explica el historiador Serguey Firsov que de 30 millones de ciudadanos analfabetos mayores de 16 años, el 84% (más de 25 millones) aún se declaraban creyentes; y de los 68,5 millones de alfabetizados, el 45% (más de 30 millones) creía en Dios. Se imponía más mano dura, es decir, más sangre. En 1937 y en 1938, la persecución religiosa contra los ortodoxos superó todo lo visto antes: 100.000 ejecuciones y 200.000 deportados o represaliados. En 1943 todo cambió: Stalin necesitaba apelar a la Madre Rusia para la guerra contra Hitler y paró la persecución directa contra lo poco que quedaba de la Iglesia ortodoxa.

La historia da muchas vueltas: en 2010, el 73% de los rusos se declaraba ortodoxo, el 13% del país decía guardar los ayunos de Cuaresma y el país no sabía qué hacer con la momia de Lenin.

El Cónsul que inspiró a Tintín
Joseph Douillet, cónsul belga en Rostov del Don, publicó en 1928 sus vivencias en «Moscú sin velos», un libro que inspiró a Hergé para escribir «Tintín en el país de los soviets». Douillet describe la procesión antirreligiosa del 25 de marzo de 1925, día de la Encarnación. «Un joven comunista sentado en un trono de obispo con una mano bendecía a la multitud y con la otra acariciaba lujuriosamente a una comunista que representaba a la Madre de Dios», relata. Otros, «disfrazados de monjes, con posturas escabrosas cantaban canciones obscenas».