Escritores

De la fascinación al escarnio por Alfonso Merlos

La Razón
La RazónLa Razón

Los españoles no hemos sabido vivir como ricos y ahora no sabemos vivir como pobres. Quizá porque lo primero era un simple espejismo y probablemente porque a lo segundo nadie (menos en la vieja Europa) se acostumbra. Es el clamoroso veredicto de la Prensa internacional. Pero, ojo, ese dictamen ni está siendo difundido de forma enteramente reflexiva ni incontestablemente autorizada. Bajo ese juicio están asomando verdades como puños. Pero en paralelo se está destapando un auténtico rosario de patrañas, de colosales insidias e interpretaciones tan abracadabrantes sobre lo que presuntamente le pasa a nuestro país que sólo pueden entenderse desde la más vergonzante ignorancia o desde la mala baba de quienes los propalan.

Los editores de Libèration o Die Welt o The Economist, tocados de aires socialdemócratas algunos o influenciados de corrientes sensacionalistas otros, no están descubriendo el agua templada ni revelando misterios desconocidos al sur de los Pirineos. No lo hacen cuando subrayan lo obvio. Que España está en un extenuante camino de sufrimiento; que la población está siendo golpeada y privada de su más elemental colchón de bienestar; que se libra una batalla decisiva para que la recesión no se convierta en depresión; que las regiones están poniendo plomo en las alas de la recuperación; que hemos gastado lo que teníamos y lo que no en chorradas, comportándonos como necios.

Pero la recopilación de estas perogrulladas en algunas cabeceras centenarias, y a las que se presupone un prestigio, no da patente de corso para machacar a una nación vomitando en aparatosos titulares o en fotomontajes infundios tendenciosos y dañinos que deben ser contestados y desmentidos. Es un bulo que aquí nada funcione; o que nada tenga remedio; o que no haya un cambio entre las políticas de Zapatero y las de Rajoy; o que la única razón por la que no se rescata ya a Madrid es el tamaño del PIB. No se trata de taparse los oídos o cerrar los ojos ante tal sarta de falacias. Pero hemos de mirar adelante y dar un paso al frente cuando certificamos que quienes hasta hace dos días sentían por nosotros una atracción irresistible, ahora se entregan a humillarnos o ridiculizarnos. Quizá España no ha sido en los últimos años lo que muchos pensaban, un toro de inexpugnable bravura que jamás sería descabellado. Pero es inadmisible que se nos siga presentando como lo que de ninguna manera ahora somos: un perro callejero, de pocas carnes y sin fuerza, lleno de pulgas y mortalmente debilitado.