África

Dublín

El otro infierno de Roger Casement

Después de narrar las atrocidades cometidas en el Congo belga, Casement fue enviado al Amazonas para investigar los abusos de las compañías británicas para hacerse con el caucho. Lo que vio «lo dejó escrito en rojo sangre».

Imagen aérea del Amazonas, donde se aprecia su deterioro, uno de los aspectos que denunció Casement
Imagen aérea del Amazonas, donde se aprecia su deterioro, uno de los aspectos que denunció Casementlarazon

Hay pocas probabilidades de que el mismo ser humano sea testigo de tantas atrocidades como vio Roger Casement (Dublín, 1864 / Londres, 1916). Al poco tiempo de contar «La tragedia del Congo» (1903) sobre las matanzas bajo el mandato de Leopoldo II de Bélgica, Casement fue destinado a Perú por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico para investigar las denuncias periodísticas sobre los abusos de compañías nacionales como la Peruvian Amazon Company en las poblaciones indígenas. Todo lo que vio está escrito, como él cuenta, con la palabra impresa en «color rojo sangre». En 1911, cuando redactaba los informes releyendo sus notas manuscritas, confesó al presidente de la comisión de investigación: «Estos diarios me siguen poniendo enfermo (literalmente enfermo) cada vez que los releo y vuelve a surgir ante mis ojos esa selva infernal y toda aquella gente sufriendo».


Fardos de 30 kilos
Por el relato de Casement, a ritmo de «Apocalipse now» o «El corazón de las tinieblas», deambulan hombres como fantasmas bajo las «tulas», fardos en torno a los 30 kilos del auténtico objeto de deseo: el caucho. Hombres enclenques, indios famélicos que cobran con la comida diaria. Caucho para los neumáticos que hace girar el motor a explosión en Occidente, caucho para la electrificación de las metrópolis, caucho para las industrias que alimentan la Primera Guerra Mundial. Caucho que proviene del sangrado de los árboles y de la inmisericordia del colonialismo.

Casement vive con horror las «correrías» (batidas para, literalmente, cazar indios que sirvan de esclavos) llevadas a cabo por «las consabidas bandas de canallas». Poco a poco, va cambiando su punto de vista, despreciando al «hombre blanco», y llega al límite de no soportar más a los comisionados. «Es la primera vez (excepto al salir de Puerto Peruano) que viajo en una caravana de hombres a los que no pagan nada; en todos mis años en África, con todo lo malo que ví allí, jamás conocí nada igual», escribe antes de dirigirse a Matanzas. Allí aparece otro de los personajes más desagradables de su narración: Armando Normand, al que describe como «uno de esos judíos con mala pinta del East End de Londres». Educado en la capital británica, pero sin rastro de ilustración, con las peores maneras cuartelarias y poseedor de un harén. «No puedo soportar pasar una hora más con Normand. Es un auténtico monstruo capaz de cometer cualquier crimen. Mañana le harán una entrevista oficial para enviar el informe acostumbrado. Ya se sabe de antemano que es un completo embuste», escribe en su diario. El diplomático tiene África en la memoria y sus comparaciones son incesantes: «Hombres, mujeres y niños, sobre todo estos últimos, subían la colina tambaleándose bajo unos cargamentos descomunales. Jamás vi transportar por una senda (¡y qué senda!) tanto peso, ni en África, ni en ninguna otra parte». La primera persona va dando dramatismo al informe. «Intenté echarme a la espalda uno de los cargamentos de caucho, pedí a Chase que me lo pusiera en los hombros. Normand nos miraba. No pude dar ni tres pasos, mis rodillas cedieron, no podría haber caminado ni para salvar mi vida. Y sin embargo, allí estaban, recorriendo 30 millas, con 45 por delante de ese sendero infernal. Con la única comida que puedan transportar ellos mismos. He visto niños desnudos de cinco años o seis años con miradas tiernas y largas pestañas llevar encima 13 kilos. Vi a un chiquillo que podía tener quince años con un fardo de 35», relata cada vez más aterrado.

El tono literario de su narración, salpicado constantemente de palabras en castellano, se va endureciendo a medida que empeora su conciencia y su estado de salud. Su ojo izquierdo se va quedando inservible por una infección crónica que apenas puede tratarse. Según Angus Mitchell, el editor de todos los textos sobre Brasil del irlandés, el relato de Casement muta «de la escritura del cuaderno de viajes de funcionario hacia la denuncia del disidente antiimperialista».


Fitzcarraldo y Aquileo
También hay hueco para esas historias de realismo mágico, como la de Fitzcarraldo, un comerciante cauchero de origen irlandés (Fitzgerald) que intentó doblegar a la selva construyendo un ferrocarril y una carretera y murió en el naufragio de su barco de vapor cargado de los primeros raíles. Otras vidas, como la de Aquileo Torres, parecen sacadas de una crónica medieval. «Torres era un hombre blanco, pero pasó mucho tiempo cautivo con cadenas en el cuello y los pies. Soportó golpes, vejaciones, le escupieron encima (...). Le forzaban a caminar con los grilletes pesados».

Aunque Casement creyó siempre en el «buen salvaje», no es tan corto de miras como para no darse cuenta de la responsabilidad de los gobiernos del Amazonas, que patrocinaron a personajes como Normand en una «disparatada fiebre por ganar dinero». Su relato termina en la «pocilga» del puerto de Iquitos soñando con que en el futuro «se exploren las reservas en beneficio de los hombres más desfavorecidos. (...) Aquí siguen esperando al río que de verdad fertilice la vida».



El equilibrio de un ecosistema en peligro
El avance de la deforestación, en muchísimas ocasiones ilegal, está cambiando el paisaje del Amazonas. Es uno de los pulmomes vitales de la tierra y su deterioro comenzó hace ya décadas. En las últimas semanas el choque entre los intereses de algunas empresas y de las personas que viven allí y que han emprendido una defensa de este territorio se ha saldado con varios muertos. De hecho, las voces que protestan contra la destrucción de la selva, una reserva biológica única en todo el planeta, ha costado la vida a cinco personas en las últimas semanas. Una cifra que aumenta cuando se retrocede en el tiempo. En esta geografía, donde, además, todavía sobreviven tribus que no han tenido contacto con la civilización (o ha sido un contacto mínimo), se zanja una de las grandes cuestiones de nuestra época: la conservación de la naturaleza, el entorno y la biodiversidad, o la permisividad para que algunas empresas, como las que conoció Casement, hagan su negocio.



El detalle
UNA NOVELA BIOGRÁFICA

Mario Vargas Llosa recuperó una figura olvidada: Roger Casement, el hombre que guió a Joseph Conrad al corazón de las tinieblas. Una figura épica que conoció la explotación del colonialismo en África y América. Un hombre conflictivo que, al final de su vida, se involucró con la causa independentista irlandesa. De hecho, fue capturado mientras portaba armas para este movimiento que después devino en una lucha más violenta. Vargas Llosa, que recibió el Premio Nobel de Literatura cuando estaba a punto de publicarse este libro, «El sueño del celta», reivindicaba una biografía con muchas luces, pero también con muchas sombras. Y lo hace en una obra que sigue las pautas de la novela, pero que no desobedece a la realidad en ningún punto fundamental.


«Diario de la Amazonía»
Roger Casement
libros del viento
428 páginas. 28 euros.