Londres

Sólo Olga Powell podía tirar de las orejas a Guillermo

El reciente fallecimiento de la institutriz de los príncipes de Inglaterra los sume en el mismo vacío que sintieron cuando perdieron a su madre

El príncipe Guillermo, en el funeral de Powell, celebrado el pasado miércoles
El príncipe Guillermo, en el funeral de Powell, celebrado el pasado miércoleslarazon

Aparte de Lady Di, su madre –y ahora suponemos que también su esposa Catalina–, ninguna otra mujer ha estado autorizada a dar un tirón de orejas al príncipe Guillermo. Ninguna excepto Olga Powell. Con pelo canoso, voz autoritaria, sentido del humor y excelentes modales en la mesa, siempre fue más que una niñera para el heredero de la corona y su hermano menor, el príncipe Enrique. Ninguna otra mujer ha ejercido tanta influencia sobre ellos y ninguna otra cumplió de mejor manera el deseo de su madre de que –a pesar de los lujos que implicaba Buckingham Palace– los dos tuvieran una infancia normal.

La desaparecida Diana sencillamente la adoraba. Era, al fin y al cabo, esa figura de continuidad que tanto necesitó durante su turbulenta relación con el príncipe Carlos y también en quien se apoyó cuando, tras el divorcio, Palacio la cerró las puertas. Y la adoración era mutua, porque, después de una vida dedicada a la familia real, Olga jamás reveló ni el más mínimo detalle de lo que vio y escuchó mientras criaba a los dos niños más conocidos del Reino Unido. La querida «nanny» falleció la semana pasada a los 82 años y se llevó con ella todos los secretos.

Cuando el príncipe Guillermo tenía sólo 10 años, le escribió una carta explicándole que sus padres se iban a separar. Ella naturalmente lo sabía. Pero lo único que quería el heredero con aquella misiva era asegurarse de que su niñera estaría esperándole en casa cuando llegara del colegio. Así que no fue ninguna sorpresa que el hijo mayor de Lady Di cancelara esta semana sus actos para poder asistir al funeral de la que había sido para él como una abuela. Olga no tenía hijos propios, por lo que su casa estaba plagada de fotos de los que llamaba «sus niños». Entre las felicitaciones de cumpleaños que adornaban su chimenea también estaba alguna imagen de la boda real de Guillermo y Catalina, en la que, por supuesto, fue una de las invitadas más especiales.

Durante quince años estuvo al servicio de la corona. Cuando se jubiló y se fue a vivir a su casita de Broxbourne (este de Inglaterra) quedaba algunas tardes con sus amigas para tomar el té. Cada una contaba sus batallas, pero a ella jamás se le escapó ni el más pequeño desliz. Es más, nunca llegó a perdonar la «gran traición» que a su juicio cometió Paul Burell, mayordomo de Diana, y autor del famoso libro que suministró tantas historias a los tabloides.
Cuando Powell llegó a Palacio, el príncipe Guillermo sólo tenía seis meses. En un principio, fue la ayudante de la niñera principal, Barbara Barnes. Cuando ésta se fue, pasaron varias institutrices, pero en seguida tanto Carlos como Diana depositaron su confianza en ella. «Cuando decía a los niños que se terminaban las tonterías, ellos lo entendían perfectamente. La respetaban y la querían muchísimo. Nunca fue partidaria de una educación súper estricta, pero sí de una educación firme», explica una fuente cercana a la familia real.

En la separación, Diana insistió mucho para que Olga se fuera a vivir con ella y con los niños. Allí donde iban madre e hijos, iba ella. No importaba que fuera el Caribe, una escapada de esquí en Austria o un domingo en el parque de atracciones. Olga siempre estaba. De hecho, las malas lenguas cuentan que la madre de Lady Di, Frances Shand Kydd, quizá en un ataque de celos, llegó a decir a su hija: «Recuerda que no es la abuela, sino la ‘‘nanny''». Pero incluso después de la muerte de Diana, Olga siguió estando muy presente en todos los actos importantes de «sus niños».

Rico no, afortunado
Tras la trágica muerte de Diana de Gales, Powell veló para que los príncipes sufrieran lo menos posible la ausencia de su madre. Así, no faltó a una sola cita importante en sus vidas: graduaciones de colegio, condecoraciones militares, e incluso celebraciones más íntimas. Supo combinar la ternura y la severidad de una madre preocupada por su educación. Prueba de ello es una anécdota recordada por el duque de Cambridge: cuando de pequeño visitó un palacio y exclamó: «El que compró esta casa debía ser muy rico», su haya le reprochó el comentario: «Rico no, afortunado».

Era una más de la familia y, tras su jubilación, el contacto con los miembros de Palacio era casi diario. Una semana antes de fallecer le escribió una carta al príncipe Enrique, preocupándose de si estaba bien tras los ataques talibanes en Camp Bastion, la base donde se encuentra.