La identidad en el exilio

A veces «Wilaya» tiene el poder del cine etnográfico, aquel que nos informa de qué modo viven los pueblos que nos quedan lejos, que necesitan reafirmar sus tradiciones para no desaparecer bajo la espada de Damocles de los colonizadores. Estamos hablando del pueblo saharaui, el gran olvidado de los grandes conflictos africanos, y Rosado pone el acento de su historia en la cuestión de la identidad, en cómo la conservan los jóvenes que crecieron en el exilio y en cómo la reinventan los que no han podido salir de los campamentos. En la descripción de la vida cotidiana de los saharauis, que se mueve entre la indolencia y la impotencia, consigue hacer un retrato muy creíble de un pueblo que se siente abandonado por Alá. Es la dimensión documental de una cinta que pierde pie cuando intenta dotar de espesor dramático a los dilemas morales de sus heroínas y a la que le cuesta transmitir la gravedad de los temas que plantea, en especial el valor simbólico de los bienes materiales (una nevera) en una economía de subsistencia y la importancia del papel de la mujer en una cultura aislada. Rosado intenta mantenerse al margen de lo psicológico y lo sentimental, pero lo neutro de su acercamiento a los conflictos de las protagonistas les resta intensidad.